Por Diego René Mariscal Gómez
En eterna oscuridad,
ésta mi alma vacía,
es rotunda soledad;
su existencia sombría
es eterna terquedad.
Sólo observa la negrura,
de la nada, siempre igual,
se consume en la amargura
de su roce hoy desigual.
No sostiene más cordura,
transparente es el vitral.
Se redime así en la oculta
puerta negra y sin final,
lo que en ella ya resulta,
es un infierno celestial.
La nada ha de encontrar;
tedio eterno, sin final,
O si la luz habrá de hallar;
vida eterna, siempre igual,
¡cuánto hastío ha de soportar!
Mas si observa otra verdad,
muerte eterna, gran final,
quizá ella en propia soledad,
derrumbe el cielo, lo infernal,
y también su oscuridad.
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