Recientemente vi El Hombre Elefante (1980), en Mubi, de David Lynch. Protagonizada por Anthony Hopkins, en uno de sus mejores papeles y más desconocidos igual.
Antes de entrar a detalles, quiero decir que es una de las películas más bonitas y tristes que he visto en mi vida. La trama, brevemente, trata de un hombre tan pero tan deforme, que aparecía en un circo de fenómenos como atractivo. Y, le decían el hombre elefante. De ahí sale toda la trama.
Sin embargo, hay varios apuntes importantes. Los personajes de la película se pueden dividir de varias formas: una, los ricos y pobres; otra, los que ayudan al hombre elefante y los que no; otra, los no deformes y el deforme.
Lynch toca muchos temas, pero el que yo quiero tratar aquí, es el elitismo de David. Los ricos, desde la reina a la aristocracia (ah, porque para esto, la película está casualmente ambientada en Londres), son muy buenos con Joseph Merrick (así se llama en la película el Hombre Elefante); mientras que, los pobres, son desgraciados, crueles, despiadados y desalmados con él. Con sus excepciones, claro está. Pero sí podemos usar esta generalidad dentro de la película.
¿Es, acaso, así la realidad? ¿Vivimos en un mundo dónde la gente que vive en la opulencia es buena, generosa y de buen corazón?
Seguramente con sus hijos y sus amigos sí, pero, ¿con desconocidos? Así como en la película.
Es un gran ejercicio narrativo, que, además, se sale de lo que solemos considerar como lynchiano. Nada que ver con Twin Peaks, o las películas emblemáticas de David Lynch.
Y no me malinterpreten, casi lloro con la película de lo buena que está. Sólo me pareció asombroso la dialéctica oculta.
Y quizás sí, la gente rica es buena y la pobre es mala. Ciertamente, tienen más educación y menos razones para ser crueles. Sin embargo, me quedo con la pregunta, me fijaré más en la realidad.
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