Por Salvador Fabre
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Twitter se caracteriza, entre otras cosas, por dar cabida a las más enconadas discusiones, muchas veces con un fragor polémico que raya en lo agresivo. Curiosamente, hace pocos días, se dio un encontronazo entre dos twitteros de prestigio: Francisco, con 18.9 millones de seguidores y Jordan Peterson con 3.9 millones de seguidores. Ciertamente el desencuentro entre ambos estuvo marcado por el respeto, era un encuentro entre caballeros. A unos días de distancia, y ya enfriada la polémica, podemos hacer algunas observaciones al respecto.
Francisco twitteo el 20-II-23: “La #JusticiaSocial requiere que luchemos contra las causas de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda; contra quienes niegan los derechos sociales y laborales; y contra la cultura que lleva a usar de los demás privándoles de su dignidad”. Por su parte, Jordan Peterson replicó: “No hay nada en el cristianismo sobre “JusticiaSocial”. La salvación redentora es tema del alma individual.”
Ciertamente, el cristianismo no es solamente una ONG benéfica o un partido político que lucha por la “Justicia Social”. Es mucho más. También es cierto que su principal tarea no es promover la justicia social, sino buscar la salvación del alma, como bien señala Peterson. Pero no deja de llamar poderosamente la atención cómo un profundo conocedor de las Escrituras, como lo es Peterson, pueda tener un traspiés tan obvio en este tête à tête con el Papa.
No se puede culpar a Jordan Peterson del desconocimiento de una de las obras de teología católica más importantes del siglo XX: “Catolicismo. Aspectos sociales del dogma” de Henri de Lubac. En esta importante obra, aparecida en 1948, pone el énfasis precisamente en la cuestión twitteada por Francisco y Peterson, a saber, que nunca ha sido fielmente católica la postura intimista que busca la salvación personal del alma, y se desentiende de las demás almas y del curso del mundo y de su historia. De Lubac documenta, con gran erudición, cómo los primeros cristianos y los Padres de la Iglesia (escritores antiguos, de los primeros siglos, con gran santidad de vida), entendían la salvación y la misión de la Iglesia como un misterio de comunión, por el cual habré hecho el máximo por mi salvación personal cuando haya procurado la salvación del prójimo. Al mismo tiempo, entendían la redención, invocada por Peterson, como una redención integral; es decir, no sólo el alma, sino el alma y el cuerpo. Por ello, el ser buen cristiano supone, simultáneamente, procurar dejar mejor el mundo de como me lo encontré.

Henri de Lubac.
Podríamos decir, sin afán de polémicas estériles, que Francisco = 1, Peterson = 0. En esta ocasión el erudito Peterson patinó fuertemente. Ojalá que, con ocasión de este sencillo desencuentro, Jordan Peterson se vea orillado a confrontarse con el maravilloso corpus doctrinal de la Doctrina Social de la Iglesia. Así se dará cuenta de cómo el cristianismo, en su vertiente católica, no se limita a ser un mensaje de salvación para el alma, sino que es un mensaje de salvación para el alma que está llamado a transformar el mundo, como de hecho ha sido a lo largo de los siglos.
Si bien la Doctrina Social de la Iglesia, como un corpus doctrinal, se remonta a la Carta Encíclica Rerum Novarum, de León XIII, publicada en 1891, en realidad está presente desde los orígenes del cristianismo, como dejan ver claramente tanto los Hechos de los Apóstoles como las Cartas de san Pablo, donde con repetida frecuencia hace mención a la colecta en favor de los santos de Jerusalén, y la preocupación por los huérfanos y las viudas de la Iglesia, tan acuciante que dio lugar a la institución del diaconado.
Sin embargo, la reacción de Peterson nos puede ayudar a todos, a que no perdamos de vista el hecho de que el fin sobrenatural de la Iglesia es lo esencial, lo más importante, porque, como dice Jesús en el Evangelio: “¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Marcos 8, 36) Ahora bien, lo apasionante de la fe católica es que podemos salvar el alma mientras arreglamos el mundo, es decir, no tenemos que elegir una cosa o la otra, sino que podemos hacer nuestras las dos: irnos al Cielo mientras dejamos la Tierra mejor de cómo la encontramos.
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