Por Leah Libresco
Introducción y traducción de Irene González Hernández
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Cada otoño el Centro de Nicola para la Ética y la Cultura de la Universidad de Notre Dame realiza su congreso anual. Su última edición se llevó a cabo del 11 al 13 de noviembre de 2021 y el tema del congreso fue “Te he llamado por tu nombre: Dignidad Humana en un mundo secular”. Este coloquio interdisciplinario abordó el tema de la dignidad humana desde distintas perspectivas y disciplinas (filosofía, teología, literatura, medicina, ética, etc.) con más de 100 presentaciones y conferencias magistrales de profesores de la talla de Mary Ann Glendon (Harvard Law School) y Alasdair MacIntyre (Notre Dame University).
Uno de los paneles más interesantes y divertidos fue el de “La dignidad del cuerpo sexuado: asimetría, igualdad y justicia reproductiva real” con tres mujeres extraordinarias: Ericka Bachiochi, Abigail Favale y Leah Libresco.
Leah Libresco, quien fuera una conocida bloguera atea alumna de Yale, se convirtió en 2012 al catolicismo. Actualmente es escritora freelance y cubre temas sobre religión, estadísticas y teatro. Ha escrito textos para First Things y es autora de Arriving at Amen, un libro que cuenta la historia de cómo aprendió a rezar y Building the Benedict Option sobre cómo crear comunidades cristianas sólidas. Actualmente trabaja en la atención de Laicos con estudiantes de Princeton. También tiene un proyecto de substack que se llama Other Feminisms basado en la dignidad de la interdependencia. Es esposa y madre de dos hijos.
A continuación traducimos su exposición en el Congreso de Otoño de Notre Dame.

Discurso de Leah Libresco
Una verdad fundamental que las feministas mainstream sí captan, que es muy valiosa y es un buen punto de partida para involucrarse con el resto de la cultura es que “las mujeres son iguales en dignidad a los hombres y [desgraciadamente] navegamos en un mundo construido bajo la idea de que los hombres son la persona default esperada”. Y eso pone importantes obstáculos a la participación de las mujeres como ciudadanas, amigas, familiares y en todos los ámbitos de la vida humana. Pero esas trabas no siempre están motivadas por la animadversión. A veces están motivadas por la negligencia, a veces están motivadas por la ignorancia. ¿En quién se piensa cuando se está diseñando una herramienta? No se piensa en el espectro completo de la experiencia humana.
Algunas personas, al igual que un niño pequeño, experimentan que el mundo tiene el tamaño y la forma incorrectos para interactuar con él. Pero tenemos la expectativa de que para un niño esta es una etapa temporal. Con el tiempo, crecerán y se convertirán en “nativos” del mundo construido y podrán navegarlo cómodamente. Para muchas mujeres en muchos ámbitos, ese momento nunca llega. Es común encontrar herramientas, incluso herramientas tan cotidianas como los teléfonos inteligentes, que no se diseñan teniendo en cuenta las proporciones femeninas: teléfonos excesivamente grandes que las mujeres no pueden sostener y que no pueden guardar en los inexistentes bolsillos de su ropa.

Estos son de los ejemplos más divertidos, pero vivir en un mundo que no se construye teniendo a las mujeres en mente, que no considera ni contempla una gama completa de humanos, no es sólo un inconveniente o algo a lo que simplemente le podamos dar la vuelta; puede ser peligroso.
Uno de los ejemplos más notables de lo peligroso que puede ser este olvido, es el hecho de que las mujeres a menudo corren un mayor riesgo en accidentes automovilísticos. Y la razón es que las mujeres tienen las piernas más cortas que los hombres, en promedio. Eso implica que para alcanzar los pedales en el automóvil las mujeres a menudo están más cerca del volante que un conductor masculino, lo que significa que están colocadas más cerca de la “bolsa de aire”, que está calibrada a la distancia que un conductor masculino se sienta. Por ello la bolsa de aira al ser expulsada golpea a una mujer con más fuerza.
La consecuencia de esta falla es una mayor tasa de muertes de mujeres por accidentes de coche. Especialmente porque, en su mayor parte, la seguridad de los automóviles se prueba utilizando maniquíes con proporciones y pesos masculinos, por lo que los peligros particulares para las mujeres no se toman en cuenta en los cálculos de riesgo reales.
Cuando se les presenta este problema a los fabricantes de automóviles, la respuesta es ambigua; hay una cita que quisiera decir textualmente de un fabricante: comprende que esto es un problema, pero realmente desearía que las mujeres se responsabilizaran de ser el problema, esencialmente. Él dice que “biológicamente, las mujeres son un poco más débiles y las mujeres sentadas más cerca del volante pueden ser un problema.
Hay una diferencia entre hombres y mujeres, lo reconozco, y reconozco que esto puede ser difícil de aceptar para las mujeres. Pero este no es un problema fácil de resolver. Se podría decir lo mismo de las personas mayores, porque tampoco son “normales”: La población que envejece también es más vulnerable que el conductor promedio debido a la debilidad de sus huesos y la masa y el tono muscular”. ¡Y ese es su comentario! Las mujeres no cumplen las condiones para ser conductoras, para ser personas; el problema es de las mujeres, no de la ingeniería, y noes un problema el ingeniero deba resolver per sé
¿Quizás las mujeres y los ancianos deberían considerar ponerse una armadura o ropa acolchonada? El fabricante no piensa en cuál es la solución ¿Se puede esperar que este señor diseñe automóviles que funcionen para mujeres o ancianos o personas con capacidades especiales?

Imagen: Departamento de Transportes Estados Unidos.
Consideremos también que cada vez que empezamos a reducir nuestra definición de quién es un ser humano, encontramos que muchas personas quedan fuera. Las mujeres son uno de los grupos más grandes habitualmente excluidos. Y sucede en todos los ámbitos que excluyen a la mujer, que esta exclusión va acompañada de la marginación de ancianos, personas discapacitadas y niños.
La causa de tales exclusiones esa una concepción muy estrecha de quién es normal. Quienes respaldan esta concepcíon a veces se preguntan con la mejor de las intenciones: “¿Cómo podemos ayudar a todas estas extrañas-mujeres-personas a superar el hecho de que son hombres deficientes?” Creo que esta es precisamente la trampa en la que a veces cae el feminismo –a veces con la mejor de las intenciones. Porque es difícil entender cómo enmendamos una cultura que no ve a las mujeres como iguales en dignidad, como si necesitaran ajustes “personalizados” –es gracioso, porque no decimos que los autos estén “personalizados” o adaptados para los hombres. Como si las mujeres no merecieran ciertos ajustes y adaptaciones para moverse cómodamente por el mundo.
Numerosas activistas feministas activas, que verdaderamente creen en la igualdad de dignidad de la mujer, tristemente se enfocan más bien en responder a la pregunta de “¿cómo puedo ayudar a las mujeres a hacerse pasar por mejores intentos de hombres para que puedan disfrutar de las libertades a las que sé que tienen derecho?”.
Otro ejemplo curioso. Una escritora descubrió que podía hacer que el sistema de navegación GPS de su automóvil reconociera mejor su voz si hablaba de manera exagerada con un tono de voz más grave, porque los diseñadores del sistema de navegación no habían probado el sistema de reconocmiento de voz del GPS con voces femeninas y la inteligencia artificial no estaba preparada para reconocerlas.
Esto es gracioso, pero no es tan diferente de muchos de los consejos que da Sheryl Sandberg en su libro Lean In, que trata sobre cómo navegar en el mundo corporativo construido alrededor de ciertas normas de conversación masculinas, algunas de las cuales son buenas, otras moralmente neutrales y otras un poco tóxicas. Dice Sandberg: “las mujeres tienen que aprender a dejar de disculparse o pedir permiso a otras personas para hacer cosas”. Y luego, si aprenden lo suficientemente bien cómo hacer el “equivalente conversacional” de hablar con voz fingida grave, entonces podrán mantener puestos de trabajo. Y ¿ no nos llena de entusiasmo eso? Podríamos decirle a nuestros autos a dónde ir y luego podríamos desarrollarnos en nuestra carrera profesional siempre que recordemos no decir “Esto es sólo una idea, pero quizá” o “Oh, lamento no haberme dado cuenta de que eso interfería con tu proyecto”. En lugar de estas expresiones amables tenemos que aprender a decir: : “¡No! ¡Me importa un bledo lo que pienses! ¡Mi proyecto va por encima del tuyo y el tuyo lo voy a pisotear y destruir!”
Quizá parezca que estos “ajustes” son más fáciles de hacer que el ideal de diseñar un ámbito profesional incluyente y amigable para las mujeres. Sin embargo permanece la insatisfacción de pretender que dar cabida a las mujeres en el ámbito de negocios, implica adoptar una forma única de moverse en el mundo, una forma única de interactuar que ni siquiera va acorde con el carácte y la personalidad de mcuhos hombres. Esta visión pretende únicamente forzar a más mujeres y hombres a adaptarse a este modelo estrecho como camisa de fuerza…

En esta misma línea restrictiva la anticoncepción y el aborto son las “exigencias”, “imposiciones” y “arreglos” más peligrosos que se les pide a las mujeres que hagan para compensar el que no sean tan aptas como los hombres, como sería conveniente que fueran.
Muchas de quienes están a favor del “derecho a decidir” piensan que la resolución de Roe vs. Wade no fue una reivindicación del derehco a la privacidad, sino una reivindicación de igual protección ante la ley. Y su reclamo es que las mujeres no pueden tener la misma protección ante la ley, no pueden ser iguales como ciudadanas, sin pagar el precio de entrada a la sociedad, es decir: la capacidad de abandonar a alguien que es vulnerable y depende de ti.
Creo que en la descripción de esa realidad tienen razón, ese es el precio de entrada que le hemos puesto a la pertenencia a nuestra sociedad. El aborto es una exigencia injusta para las mujeres. No es la única exigencia injusta que hemos impuesto a las mujeres. Exigir que las mujeres vuelvan a trabajar o pierdan sus trabajos, días o incluso semanas después de dar a luz a un bebé, niega también no solo la dignidad de un niño, sino la misma realidad física de un niño.
Me gustaría encontrar más formas de animar a la gente a que se preocupe profundamente por la dignidad de las mujeres, que puedan darse cuenta de estas demandas injustas que se nos imponen una y otra vez, para que caigan en la cuenta de que el aborto es un ejemplo más de estas injusticias. Un ejemplo más en el que le decimos a una mujer: “el problema es que eres mujer; es tu responsabilidad encontrar la manera en que no tengamos que lidiar con esa realidad desagradable, y cualquier exigencia, cualquier sacrificio, cualquier cosa, el sufrimiento que tienes que causar para superar eso vale la pena, porque aquí no tenemos lugar para las mujeres”. Cuando no tenemos espacio para las mujeres, tampoco tenemos espacio para bebés y viceversa.
Generar un ambiente de acogida para mujeres y niños demanda un compromiso de nuestra parte para reconocer quiénes somos las mujeres y quiénes somos todos.
Dicho de llanamente: nuestro mundo facilita a los hombres vivir dentro de la mentira de que todos somos seres humanos autónomos. Algo que tampoco es cierto para los hombres. Y creo que cualquier hombre sabe que no es un ser autónomo y no necesita que se lo recordemos. Sin embargo en el presente nuestro mundo está un poco más dispuesto a aceptar las necesidades particulares que tienen los hombres o incluso a pedirles que hagan voluntariamente concesiones injustas; nuestra sociedad les ha pedido estas concesiones por tanto tiempo, que a los hombres ya no les parecen absurdas, a pesar de serlo.
En una discusión reciente sobre la licencia de paternidad de Pete Buttigieg, los ataques de detractores se enfocaban en negar que los padres cumplieran alguna función o tarea de cuidado de los hijos. Esto implica negar que el padre tenga obligaciones reales de atención al bebé, aunque obviamente no amamante al bebé. Es negar que existan obligaciones paternales no solo respecto a la esposa, sino directamente con el hijo. Obligaciones que requieren tiempo y espacio para cumplirse. Es negar también que la finalidad de tener un Estado sea garantizar que las personas tengan la libertad para poder cumplir con sus auténticos deberes.
Y sin embargo la forma en que reaccionamos frente a las obligaciones de las mujeres es diciéndoles que la condición que da lugar a esas obligaciones es un problema del que queremos liberarlas. Al igual que con el ingeniero automotriz, el problema fundamental es que las mujeres son demasiado vulnerables, demasiado cercanas. Y la pregunta es: ¿Dónde estamos estableciendo nuestro punto de referencia de cuán vulnerable es demasiado vulnerable; y de quién, o en el caso del automóvil, de qué estamos demasiado cerca?

Una de las cosas que me parecieron conmovedoras sobre el libro recientemente publicado de O. Carter Snead “What it means to be human” es que articula la defensa de la dignidad de un bebé en el útero de una manera muy diferente al tipo de defensa que se esgrime más a menudo.
Por lo general, los argumentos que escucho en favor de los no nacidos afirman algo así como: “dado que el bebé es casi como la madre, y dado que ambos son muy cercanos, podemos suplir las carencias del bebé con las capacidades de la madre”. Este tipo de argumento es el que aparece en la película de Juno: “¡Tu bebé tiene uñas, como tú! ¡Son básicamente lo mismo!” Resulta sorprendente tal afirmación viniendo de quienes suelen repetir que el nonato no es más que “un montón de células”.
Parece entonces que entre posiciones encontradas pueden señalarse algunos puntos de coincidencia. Es cierto por otra parte que mi hija (en mi vientre) en este punto puede percibir la luz si sus ojos están abiertos; puede escucharnos también; pero aún está lejos de desarrollar capacidades auditivas y visuales equivalentes a las mías. Pero la dignidad de mi hija no aumentó ni disminuyo cuando desarrolló capacidades auditivas y visuales embrionarias.
Me parece sorprendente del libro de Snead, que no defiende la dignidad del nonato afirmando que “el bebé es básicamente como su madre adulta”; por el contrario, Snead afirma que “la madre es básicamente como el bebé”. ¿No suele ser un insulto comparar a alguien con un bebé? ¿No es infantilizante? Se considera un insulto poruque se asume que afirmar cualquier dependencia mutua de dos personas es denigrante. Snead sostiene que el bebé tiene una exigencia justa ante su madre y es vulnerable y requiere apoyo.
Como mujer embarazada pienso que tengo una exigencia justa hacia mi esposo. Los dos, en virtud de la necesidad creada por la vulnerabilidad de mi embarazo, tenemos una exigencia ante las personas que nos rodean. Y al igual que mi bebé “me exige” en cierta forma y con mucha razón muchas acciones y cuidados, que continue con el embarazo pero también: “aliméntate mejor; descansa más tiempo, haz una pausa en tus actividades”; de una manera análoga yo también tengo derecho a exigir ciertas cosas. El origen de ese derecho es mi vulnerabilidad y mis necesidades derivadas de mi condición de madre embarazada.
Rara vez he visto que la causa pro-vida recura a esta argumentación, que parte del reconocimiento de la debilidad, de la profunda vulnerabilidad y la incapacidad del niño. Y que defiende que esta condición vulnerable y carente es esencialmente igual a la de cualquier otro ser humano.

Por eso, un mundo que es particularmente hostil a las vulnerabilidades específicas de las mujeres siempre será hostil a la necesidad y la carencia humana en general. Un feminismo que aboga por la dignidad de la mujer, por la dignidad de la reproducción de la mujer es un feminismo que en última instancia es benéfico para los hombres, para los ancianos, bueno para los niños y para los discapacitados, porque afirma: “Tenemos que acoger a los demás tal como son: Somos seres vulnerables. Ser humano es ser por naturaleza “una carga” para los demás.”
No sigamos la lógica de que “todos estamos muy cerca de ser autónomos” y que el objetivo es simplemente “elevar un poquito la autonomía de todos” y si esto no resulta entonces “elevarla un poquito más” en la creencia de que el sentido de la vida del ser humano es ser independiente. La independencia no es ni posible, ni deseable, discapacitados o no, embarazadas o no, en el vientre materno o fuera de él.
La pregunta es cómo respondemos a la interdependencia que todos compartimos; y cómo respondemos a ella con amor; y cómo respondemos a ella reconociendo a cada persona. Esto es lo que significa ser una criatura amada por Dios.
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