Por Lorena Armendáriz
La noción de vida buena -en griego eudaimonia para Aristóteles- puede ayudar a responder las interrogantes: ¿qué aspectos de la vida buena están en poder de los sujetos? y ¿cuáles dependen en mayor medida del capital económico, del capital cultural y del capital social que posea?
Desigualdad social: un camino tortuoso para la vida buena
La desigualdad –siguiendo el concepto económico, se refiere a la distribución de los ingresos de un país- es uno de los rasgos definitorios del orden global. Tres cuartas partes de la población del planeta vive en sociedades donde la disparidad en la distribución del ingreso es mayor a la que existía hace dos décadas y es probable que la actual pandemia incremente la desigualdad en todo el mundo según estimaciones realizadas en 2021 por distintos organismos internacionales como el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
Es pertinente mencionar que la desigualdad social no es resultado de un esfuerzo individual diferenciado, sino de modelos socioeconómicos que producen y reproducen esta condición, configurando canales sociales separados que limitan o potencian las opciones individuales (elecciones de vida) y colectivas en función del volumen, distribución y trayectoria de distintos tipos de capitales. Datos de la OCDE ubican a México entre las naciones con mayor desigualdad de los países miembros de este organismo (2017).

Foto: A. Fajardo
El asunto con la desigualdad social es que se produce y reproduce no sólo por factores económicos, políticos y sociales, sino también por la distribución desigual de recursos culturales y simbólicos que posibilitan el acceso a los bienes culturales que determinada sociedad promueve, limitando las facultades de transformar la estructura social desigual en aquellos que les afecta (Romeu, 2018).
Lo antes expuesto permite sugerir que la desigualdad social representa un obstáculo para la vida buena, es decir, para la plenitud de la vida humana, en el sentido que ésta tiene que ver con la libertad. Toda persona debe ser libre y capaz de ejercer las acciones que desee y optar por las vías capaces de conducirle a la vida buena, a la vida agradable y digna de ser vivida.
El proceso de diferenciación de un determinado universo social
De acuerdo con Bourdieu, el mundo social, como espacio multidimensional, está conformado por una estructura dada por la distribución de las propiedades capaces de otorgar fuerza, poder y provecho a sus poseedores. Dichos poderes sociales son: el capital económico en sus diversas especies, el capital cultural en sus distintos tipos, el capital social y el capital simbólico; de modo que, dependiendo del volumen y de la composición del capital que poseen y su trayectoria en el espacio social, a los agentes y grupos de agentes se les asigna una posición, una situación o una clase determinada de posiciones.
De suerte que las clases construidas pueden ser caracterizadas como conjuntos de agentes por el hecho de ocupar posiciones similares (distribución de poderes) en el espacio social; ello implica también condiciones similares de existencia y factores condicionantes que les dotan de disposiciones similares y les llevan a desarrollar prácticas semejantes.
En otro sentido y retomando las ideas de Aristóteles, nos guiamos a través de propósitos e intenciones y nos fijamos metas (honor, fama, riqueza o saber). Dichas metas son las que perseguimos en todos y cada uno de nuestros actos para conducir la propia vida, de forma que las actividades determinan la vida, sin embargo, como se ha expuesto antes, existe un proceso de diferenciación y ubicación en el espacio social, a través del cual se determina el funcionamiento de la realidad social y se deciden las oportunidades de éxito de las prácticas / acciones; y es probable que los agentes o grupos de agentes que tengan realmente la facultad de elección de vida sean aquellos poseedores de mayor volumen de capital económico y social y con trayectoria más prolongada de esos mismos capitales.

Condiciones y posibilidad de una vida buena mediada por el capital económico, simbólico, social y cultural
Desde la perspectiva de Bourdieu, el capital es trabajo acumulado en forma de materia o como configuración interiorizada (“incorporada”) y requiere tiempo.
El capital es una fuerza inscrita en la objetividad de las cosas, y la estructura de distribución de los diferentes tipos y subtipos de capital en un momento determinado del tiempo corresponde a la estructura inmanente del mundo social, es decir, a la totalidad de fuerzas que le son inherentes.
Fundamentalmente, se reconocen tres maneras en que se presenta el capital: capital económico, capital cultural y capital social.
El capital económico es inmediatamente convertible en dinero y resulta especialmente indicado para la institucionalización en forma de derechos de propiedad.
El capital cultural puede existir en tres estados: en estado interiorizado (forma de disposiciones duraderas del organismo); en estado objetivado (en forma de bienes culturales); y en estado institucionalizado (capital cultural trasmitido en el seno de la familia y la titulación académica).

Por su parte, el capital social es constituido por la totalidad de los recursos potenciales o actuales asociados a una red duradera de relaciones más o menos institucionalizadas de conocimiento y reconocimiento mutuo (pertenencia a un grupo), el capital total que posee cada miembro del grupo les sirve a todos.
En este punto, se alcanza a vislumbrar que la condición y posibilidad de una vida buena radica principalmente en el capital cultural incorporado, pues la acumulación de la cultura en estado incorporado presupone un proceso de interiorización, es decir, quién se esfuerza por adquirir la cultura trabaja sobre sí mismo. De este modo, el capital cultural es una posesión que se convierte en parte integrante de la persona (en habitus), pero también el capital cultural se trasmite por vía de la herencia social y logra combinar el prestigio de la propiedad innata (familia) con los méritos de la adquisición. Lo anterior establece cierta resonancia con las propuestas de Aristóteles en torno a las virtudes y concretamente con aquellas que perfeccionan el intelecto.

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