Por Ángeles Arizaleta
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¿Qué significa estar casado? ¿Qué significa decir: “sí quiero”? ¿Cuál es nuestro papel como esposa/esposo?
En el ajetreo de la vida de una mamá de dos niñas muy pequeñas y profesionista, no hay demasiado tiempo libre para hacerse estas preguntas existenciales, pero cuanta más gente y más parejas conozco, más me viene a la mente una pregunta que me hubiera gustado hacerme hace 10 años, antes de que me dijeran “Señora”.
En la era de la información y de las experiencias sin consecuencias ¿por qué la tasa de divorcios sigue creciendo? ¿Cómo es que la generación anterior se conocía muy poco al casarse y llegan a celebrar incluso bodas de Oro? ¿Cómo explicarse que en otras religiones los novios se conocen casi el día de la boda? Y del lado opuesto, cada vez son más las parejas que optan por irse a vivir juntas antes de casarse, o simplemente irse a vivir juntas sin intención de casarse.
La figura del concubinato (término legal para aquellas parejas que sin estar casados y sin impedimentos legales para contraer matrimonio viven juntos, haciendo una vida en común por un periodo mínimo de un año, según el Código Civil para el Estado de México) ha cobrado importancia en los últimos años en México y no se diga en el resto del mundo. Cada día son más las parejas que dicen tener un compromiso y viven juntos durante años, teniendo incluso hijos en común, pero a quienes casarse no les interesa en lo más mínimo.
En lo personal, no creo que vivir con alguien antes de casarse sea una especie de seguro o fórmula mágica para un matrimonio longevo y feliz. Esta hipótesis se basa en que “si se llegan a conocer las dos partes al 100% antes de asumir un compromiso legal, ya no hay sorpresas y por lo tanto ya no habrá divorcio”. La vida en común sería un “trial run”, una especie de prueba de manejo como hacemos cuando vamos a comprar un coche (cuando las concesionarias tenían coches claro). Pero el problema de la teoría de vivir juntos antes de casarse es que nunca vamos a terminar de conocer al 100% a la otra persona ¡muchas veces no llegamos incluso a conocernos a nosotros mismos!
Vivir unos años con una persona no nos dará el conocimiento total para saber cómo reaccionará ante cualquier situación. La vida está llena de situaciones inesperadas que no aparecieron en esa “prueba de manejo”. Nunca podemos saber con certeza como va a reaccionar nuestra pareja ante un hijo enfermo, o ante un problema financiero fuerte. Además, las personas no somos seres estáticos, estamos en constante evolución, cambio y maduración; y como éramos a los 20, probablemente no deberíamos seguir siendo a los 30.
Puede ser que esta sea la explicación a todas aquellas parejas que aun habiendo vivido juntos, se terminan divorciando. Creo firmemente que vivir con alguien antes de casarse no es un “seguro de matrimonio”. Casi 10 años de matrimonio me hacen pensar que, si bien es sumamente importante conocer a la otra persona antes de casarse, es mucho más importante llegar al matrimonio teniendo una idea muy clara, objetiva, y muy realista de qué es un matrimonio y cuál es el rol de nuestra pareja en él.
Si nuestras expectativas del matrimonio están fundamentadas en un concepto maduro, claro y de acuerdo con lo que es realmente un matrimonio, podríamos quizá decidir en unos pocos meses si esa persona que nos lleva flores los viernes podría cumplir con el papel de esposo o no.

¿Qué es entonces un matrimonio? Y ¿cuál es el rol verdadero de un esposo/esposa?
Histórica, legalmente y también en nuestras costumbres el matrimonio se ha entendido como un contrato; un contrato muy sui generis, pero al fin y al cabo un contrato. Si un matrimonio es un contrato ¿por qué lo vemos de una manera tan diferente a como veríamos un contrato mercantil? A veces parece que nos preocupa muchísimo menos romper el contrato matrimonial que romper un contrato de negocios.
Desde una perspectiva pragmática y de economista, yo entendería los roles en el contrato del matrimonio así:
- Los contratantes son tú y tu esposo/esposa.
- Las utilidades que buscan en este contrato y este negocio son los hijos (aunque a veces se comporten como pérdidas más que como ganancias). Sobre este punto, nadie entraría a un negocio donde no hubiera utilidades, por lo tanto, entrar a un matrimonio sabiendo que no habrán hijos (porque no quieren), no constituye un matrimonio realmente, y es por esto que la Iglesia lo considera materia de nulidad matrimonial.
- El fine print (o letras chiquitas con términos legales complicadísimos) son los problemas que inevitablemente van a aparecer. Aquí puede entrar la familia política, los problemas económicos, los desacuerdos en la crianza de los hijos, y un sinfín de temas.
Además, hay un cuarto elemento que no está presente en contratos mercantiles y es lo que hace más complicado (y más especial) el contrato del matrimonio: el amor. El amor es el sustento de ese contrato y lejos de ser un romanticismo, el amor en un matrimonio se traduce en la disponibilidad para ceder (en todo aquello que no es importante), para crecer (en lo individual y como pareja y familia) y para perdonar los muchos errores que cometemos ordinariamente (siempre y cuando haya disponibilidad para cambiar y aprender de ellos).
Cuando vamos a entrar a un negocio leemos el contrato mil y una vez, se lo damos a un abogado para que lo revise, lo afinamos y pulimos hasta que estamos completamente seguros de que no se nos pasó nada. ¿Por qué no entonces revisamos lo que implica un matrimonio con la misma minuciosidad que un contrato mercantil?
Muchos cursos pre-matrimoniales duran un día o incluso pocas horas. Y eso si es que nos casamos por la Iglesia, seguramente un juzgado no pide más que identificaciones y comprobantes de domicilio. ¿Cómo a alguien le puede sorprender que de cada diez matrimonios en CDMX cuatro terminarán en divorcio?
Creo que la cultura popular tiene mucha culpa en la idea falsa con la que se entra al matrimonio. Crecemos viendo series y películas que presentan al romanticismo como sinónimo de éxito matrimonial; historias en las que el físico de los enamorados es la base del amor, y en las que la princesa una vez casada vive “feliz para siempre” con el príncipe. Generaciones enteras crecieron con esta idea, y si ahora le sumamos el papel estelar de las redes sociales, nos formaremos una idea aun más falsa y más inalcanzable de lo que es un matrimonio y de lo que es en realidad un esposo/esposa.

Basta abrir Instagram y revisar lo que sube cualquier influencer que está casada: mil fotos con su esposo, los dos por supuesto parecen modelos, siempre están viajando, él siempre le está regalando bolsas o joyas, festejan su aniversario a lo grande cada año, etc… En estos perfiles jamás veremos una discusión, un olvido, un descuido, o un problema. Y esto no se queda en los influencers o figuras públicas, también es un problema en nuestro círculo social. ¿Cúantas veces no nos hemos comparado con otros papás de la escuela o incluso amigos cercanos que siempre se ven felices en las fotos, saliendo a cenar y de viaje a todos lados? ¿Y cuántas veces nos hemos enterado de que estas parejas “perfectas” se acaban divorciando? Las redes sociales, en particular Instagram son un escaparate. Al igual que un comerciante, el usuario vende lo que quiere y le conviene para crearse una imagen.
Por supuesto no estoy condenando las series y las redes sociales (claro que tengo una multitud de suscripciones en mi TV y claro que uso Instagram), mi argumento es que la exposición a ideas falsas de amor y de felicidad sí terminan repercutiendo en la idea que tenemos cuando entramos a un matrimonio. Por eso me parece tan importante prepararse mucho tiempo antes de casarse, incluso de conocer a la persona con la que nos vamos a casar, para formarnos una idea muy clara, centrada y fundamentada en bienes supremos (valores, pues), de qué es un matrimonio y qué debemos buscar en un esposo/esposa.
Si tenemos una idea clara de qué implica el papel de un esposo, podremos saber qué buscar en un novio sin tener que vivir con él para conocerlo plenamente. Un esposo entonces ¿es un “roomate”? ¿Es un amante? ¿Es un amigo? Lo complicado (y lo increíble) de un esposo es que es todo esto y más. Es una contraparte. Por eso la importancia del hombre y la mujer: solo ellos se complementan.
Retomando el tema del contrato, ¿qué cualidades buscamos en un socio de negocios? Yo en lo personal buscaría a una persona ecuánime, madura, estable, que sepa que no me va a tranzar ni se va a aprovechar de una situación difícil. Conozco personas divertidísimas con quien me encanta platicar, pero no haría un negocio con ellas jamás. Si el matrimonio es un contrato, deberíamos fijarnos bien con quién estamos haciendo ese contrato, y saber que ante cada problema y cada chispeo o tormenta, estaremos obligados contractualmente a resolverlo juntos, como socios en un negocio.
Si la evidencia (y el favorito al Nóbel de Economía) nos dicen que el mayor determinante de la felicidad en nuestra vida es el matrimonio ¿no valdría la pensar revisar mejor este contrato antes de firmar?
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