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Manent, Pierre.
Situation de la France.
Paris: Desclée de Brouwer, 2015.
En el libro, Situación de Francia, Manent plantea la cuestión de la relación de la comunidad musulmana y Europa. Manent aplica sus décadas de experiencia en el campo de la filosofía política al malestar y la crisis actual de Francia y propone una vuelta a la nación reemplazando la sociedad laicista secularizada por una amistad cívica que tenga presente el valor social de la religión. Para Manent, los desafíos de incorporar a los musulmanes a la vida de la sociedad francesa constituyen una crisis cívica derivada de la incapacidad de los ciudadanos franceses en su conjunto para visualizar el bien común. La actual situación francesa se deriva no sólo de la expansión global del islam sino también de la crisis de autocomprensión colectiva francesa y europea.
Como el propio Manent señala, su ambición es “que el análisisde la experiencia europea sea suficientemente adecuado para que [los franceses] podamos ver el islam como una realidad objetiva, en lugar de que permanezca como el reflejo de nuestra propia ignorancia y desconocimiento de nosotros mismos.”
Esta crisis es resultado de varios procesos:
Desde la agitación cultural de 1968, la mayoría de las formas de autoridad se han degradado. Las políticas francesas que combinaron individualismo con rechazo a la ley mermaron la legitimidad de la nación, la Iglesia, y la familia. Se abandonó la idea de bien común, se deslegitimaron las reglas colectivas y se perdió la lealtad a la comunidad. Realmente se vació de sentido la nación francesa que era una república laica con corazón católico.
La política francesa de laicidad de principios de siglo XX, que armónicamente integraba un estado laico, con educación nacional y una sociedad civil católica, se transformó en un proyecto de secularización de la sociedad y desnacionalización de Francia. El resultado es un espacio social formado por individuos consumidores que tienen derechos y se mantienen parcialmente unidos por una burocracia europea transnacional.

Hoy se sacrifican las formas de autoridad colectiva en el altar de los derechos individuales. Existen muchos individuos “con derechos” solos y sin ninguna esperanza en la política nacional ni en la religión, pero que aspiran a un estado europeo postnacional donde primen sociedades radicalmente laicistas libres de deberes compartidos. En Francia, el estado laicista ha neutralizado todo lo que su pueblo tenía en común y ha otorgado soberanía ilimitada al individuo.
Ante este panorama, los franceses, tienen problemas para ver y entender el desafío que representa la llegada del islam a lo poco que queda de la vida común francesa. Para Manent, la razón es que los franceses no toman en serio la nación ni la religión católica fuertemente vinculada a su historia. Las élites no logran entender la nueva presencia del islam porque no se toman en serio la religión, en particular el cristianismo y sus efectos en la nación.
Para Manent, hay dos obstáculos para abordar de manera efectiva la cuestión musulmana en Francia.
El primero es el laicismo cuya versión más radical busca sacar el islam y toda religión de la arena pública, a pesar de la innegable impronta cristiana del país. Manent sugiere que la versión más agresiva del laicismo es impotente ya que no puede unir a los ciudadanos porque va en contra de su experiencia histórica y además es demasiado débil para hacer frente a la fuerza colectiva del islam. Acostumbrados a varios siglos de laicismo como regla de la asociación política “hoy no sabemos más cómo hablar de la religión como un hecho social o político”. Para los occidentales, la religión es un asunto privado y no puede ser motivo legítimo para la acción política. Sin embargo, esta separación no se ha vivido entre los pueblos musulmanes.
Una de las principales tesis de Manent es que el actual laicismo francés es un fracaso. Ciertamente la laicidad como principio de gobierno que separa religión y política ha sido beneficiosa para Europa. Pero, el laicismo que hoy pretenden vivir los franceses es un laicismo “imaginario”, un laicismo que quiere “hacer desaparecer la religión como cosa social y espiritual”.
El segundo obstáculo para atender esta nueva situación de Francia es la comprensión europea dominante de la religión como algo privado e individualizado.
Esta postura que busca deshacerse del papel social e integrador de la religión, es impuesta como norma política y es central para la comprensión europea de la modernidad como una inevitable marcha hacia la secularización. Esta comprensión de la modernidad y de la religión, constituye un doble problema según Manent. Primero, porque no permite el acercamiento al islam como una tradición orientada hacia la comunidad y fuerza moral en la vida política. En segundo lugar, porque el supuesto punto de vista de la modernidad libre de religión impide a los franceses y europeos involucrarse en este desafío recuperando los fundamentos espirituales de la religión cristiana “propios” de la vida política europea.

Otorgar una soberanía ilimitada a los individuos, mantener que la religión es meramente una opinión privada y aceptar las diferencias de la vida siempre que no se violen los derechos de los demás, ha fracasado al tratar con la población musulmana de rápido crecimiento en Francia. La suposición laicista de que todos los problemas con los musulmanes se disiparán porque eventualmente se volverán modernos, seculares y democráticos, ha demostrado ser errónea. La vida pública para los musulmanes es un conjunto de moral y costumbres, no un entorno que garantiza derechos.
Aunado a esto, los países europeos sufren la deslegitimación de la nación como marco político de la vida y se debilita el Estado y su papel en la articulación e institucionalización del bien común. Europa sufre un debilitamiento del Estado que se ve agravado por el progresivo borrado de fronteras políticas, que indirectamente refuerza la legitimidad de las fronteras religiosas, principalmente del Islam, que se presenta como un “todo” lleno de sentido. Tenemos así, por un lado, la Europa “cristiana”, cuya forma política es el debilitado Estado-nación y que adopta el discurso de los derechos humanos, y por otro, el mundo musulmán, que habla el lenguaje de la ley y las costumbres religiosas, y cuya forma política ha sido inestable. Son dos formas totalmente diferentes de asociarse, pero deben encontrar un principio de convivencia.
Ante la fortaleza de unos y la debilidad de otros, Manent, concluye que el régimen político francés no tiene más remedio que ceder.
Los movimientos culturales de 1968 erosionaron la vida común y dieron paso a la islamización de Francia, ya que no proporcionaron ninguna vía para que sus propios ciudadanos o los inmigrantes musulmanes se unieran. Los laicistas proponen una aplicación más rigurosa del actual laicismo radical y los multiculturalistas proponen intentar preservar la identidad francesa a pesar de la presencia de musulmanes. Sin embargo, ambas posturas tratan a los musulmanes franceses como una abstracción y no como una realidad concreta. Y tampoco proponen ninguna acción política. Ambos apuestan por un proceso de despolitización. Algunos quieren más laicismo y otros simplemente denuncian el suicidio y decadencia nacional.
En contraste con esto, Manent responde que la única “política posible” es una política “igualmente alejada de las ensoñaciones de una “diversidad feliz” y de las inclinaciones mal reprimidas de un “retorno” de los inmigrantes “a sus casas”. Una “política de lo posible” implica un gran compromiso entre los ciudadanos musulmanes franceses y el resto del cuerpo político. Por un lado, Francia renuncia a “modernizar” las costumbres de los musulmanes y les otorga un lugar concreto dentro de las instituciones sociales. Por otro lado, establece claramente prohibiciones para preservar ciertos rasgos fundamentales de su régimen.
“Así que creo que las restricciones que nuestro sistema político está obligado a imponer a las costumbres musulmanas tradicionales se reducen a la prohibición de la poligamia y el velo completo. … El segundo principio que anuncié, se refiere a la preservación, o a la reafirmación de ciertos elementos constitutivos de nuestra vida común que pueden resultarles más difíciles de aceptar… [como] la completa libertad de pensamiento y expresión. Es un requisito que se encuentra en el corazón de la historia europea moderna.
… La única condición para participar efectivamente en la sociedad europea es dar la cara y aceptar que la ley política no pone límites a lo que se puede pensar, decir, escribir, dibujar.”
La filosofía política detrás de estas propuestas se expone a lo largo de todo el libro La situación de Francia. Manent quiere recordar la naturaleza de la acción política. Los seres humanos tienen una “naturaleza política”, necesitan y se sienten atraídos por un arreglo de vida común que armonice las diferencias y que los una a todos a algo superior a ellos mismos, es decir, al bien común.
Manent critica las opiniones dominantes sobre los seres humanos y su convivencia, las cuales se resumen en el individualismo y el laicismo. Ninguno de los dos permite ver la realidad política y social tal como es, y ambos son incapaces de proporcionar alguna fuente de cohesión política. Bajo esta óptica, el desafío que ofrece el islam se suma al planteado por la despolitización contemporánea.
Sin embargo, esta situación obliga a Francia a plantearse si debe continuar con su búsqueda de un estilo de vida “post-político” –donde no se les pide nada a los ciudadanos excepto ser individuos con derechos y sin membresía en cuerpos políticos intermedios como la familia, la Iglesia y la escuela–, o si sería mejor recuperar aspectos de su antigua constitución como nación y llevar decididamente su “marca cristiana”.
En un auténtico espíritu Aristotélico, Manent escribe que “Toda acción, y especialmente la acción cívica o política, se despliega con miras al bien, especialmente con miras al bien común.” Por ello, para Manent, el principal problema de Francia es la ceguera ante este bien, que históricamente se expresó en términos espirituales, y que ahora se ha combinado con la necesidad de acomodar e integrar a la relativamente nueva población musulmana de Europa. Los estados sacrificaron el bien común (y finalmente a sí mismos) al dar prioridad al individualismo hasta el punto de que los “ciudadanos-individuos” contemporáneos no logran ver la persistencia y el significado político de las relaciones, las familias y el grupo o comunidad. Los europeos de hoy necesitan restaurar la creencia en un bien común.

Para Manent, lo distintivo de Europa es “el gobierno de sí mismo en relación con la proposición cristiana”. Bajo este tenor, la principal contribución política europea no sería el principio de la separación Iglesia-Estado sino la íntima unión entre proyectos políticos y religiosos, que vincula el orgullo de un ciudadano a la humildad de un cristiano. La historia europea no estuvo marcada por la separación radical o completa de la religión y la política (como imaginan los laicistas radicales), sino por la interacción prudencial de la religión y la política. Además, el cristianismo encontró su forma política en la nación, o la pluralidad de naciones que primero se llamó “cristiandad” y luego “Europa”. En palabras de Manent:
“En lugar de considerar la separación como el secreto … del desarrollo europeo, debemos buscar lo que ha sido a lo largo de nuestra historia el principio de reunión y de asociación del hombre europeo. La separación, tan útil e incluso necesaria como se ha vuelto, no es en sí misma un principio de vida. La unidad, o más bien la búsqueda de la unidad, es principio de vida.
… Este es pues el punto de partida, el principio de la historia europea: gobernarse a sí mismo en una cierta relación con la propuesta cristiana.
… Fue en una forma política sin precedentes [la nación] que los europeos emprendieron este proceso político y religioso sin precedentes: gobernarse a sí mismos obedeciendo el plan benévolo de Dios. Se podría decir: buscar constantemente conjugar el orgullo del ciudadano, o en general del hombre activo, y la humildad del cristiano. En este sentido, lo específico de Europa no es la separación entre lo religioso y lo político, sino la búsqueda de una unión más íntima entre ambos.
… Lo que se busca constantemente en Europa puede definirse, en términos teológicos, como la acción común de la gracia y la libertad, y, en términos políticos, como la alianza de la comunión y la libertad.”
Para volver a poner en el centro el bien común y la esencia de la grandeza espiritual de Europa, los musulmanes no necesitan abandonar su religión, sino que deben verse a sí mismos como “ciudadanos musulmanes miembros de una comunidad nacional” y así, al entregarse a Francia y participar como ciudadanos, a la vez que reciben de ella la libertad de vivir su cultura y religión. Un estado laico puede ser neutral a la religión, pero la sociedad nunca puede serlo. Reconocer que Francia es una nación marcada principalmente por el cristianismo no significa que los musulmanes deban ser ciudadanos de segunda. De aquí surge la necesidad de reavivar la vida cívica y el régimen de representación. Los musulmanes deben participar en la plaza pública como musulmanes al igual que los cristianos y cualquier otro ciudadano. Para Pierre Manent, revitalizar la nación europea y la participación cívica ante la entrada del Islam y el agotamiento de un “EuroEstado” secular, es una oportunidad para apostar juntos como nación.
“… acogerlos sin más sería privarlos de su mejor oportunidad de vida cívica, o más bien abandonarlos en una Europa sin forma ni bien común. No es suficiente para reunir a las personas el declarar o incluso garantizar sus derechos. Necesitan una forma de vida común. El futuro de la nación de marca cristiana es un tema que nos une a todos.”
El libro de Manent es un llamado a los europeos a llegar a un acuerdo con el islam y aumentar su aceptación del estilo de vida musulmán tomando en serio el significado social de todas las religiones. Esta reconceptualización de la religión y el repensar el legado del laicismo, tendría dos efectos según Manent. En primer lugar, obligaría a los europeos a recuperar su “antigua constitución” para que el cristianismo pueda volver a vigorizar la vida política; y en segundo lugar, permitiría a los musulmanes encontrar su lugar en un país de marca cristiana y contribuir a la vida pública afirmando abiertamente sus compromisos religiosos. La “comunidad de ciudadanos”, según Manent, no es ni musulmana ni cristiana, pero, el carácter público de las identidades religiosas colabora para revivir el principal proyecto republicano, que es la amistad cívica y una visión compartida de bien común.
En conclusión, los planteamientos de Pierre Manent en su libro Situation de la France ciertamente contribuyen a una mejor deliberación política en Francia sobre la situación de los musulmanes ese país al afirmar que todos los ciudadanos deben tener una responsabilidad y capacidad para contribuir a los ideales del bien común de la nación. Sólo de esta manera se dejará atrás una visión del desafío como una guerra entre “ellos” y “nosotros”. La superación de la crisis cívica consistiría en la conversión de los musulmanes franceses en ciudadanos completamente franceses en una renovada “nación de marca cristiana”.
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