Por Marcos Alejandre
Como muchos seguramente saben, la flor de Nochebuena es una especie originaria de México y es posiblemente el endemismo nacional más conocido a nivel mundial, por su asociación con la Navidad y en general con las festividades decembrinas, lo que la ubica como la planta de ornato (en maceta) más comercializada en todo el mundo.
Históricamente la Nochebuena era conocida por los mexicas como cuetlaxóchitl que traducido del náhuatl es “la flor que se marchita”; este vocablo también se ha interpretado como “flor de cuero”, que tendría sentido, no por la rigidez de su consistencia, sino porque tal vez su rojo se asemeja al color de la carne “viva”, cuando la piel es separada del cuerpo.
Más allá de esa macabra interpretación, este ejemplar de la flora mexicana figuraba en los rituales de diferentes culturas prehispánicas; por ejemplo, los aztecas veían en la cuetlaxóchitl la transición pura de los guerreros caídos en batalla hacia un nuevo plano de la existencia, razón por la que ocupaba un importante lugar en las ofrendas para aquellos guerreros, de manera que su uso era mucho más que ornamental, pues se le adjudicaba un fuerte carácter simbólico asociado a la muerte en batalla, la forma más honrosa de morir para los hombres, casi equiparable en importancia a la muerte de las mujeres durante el parto.
Además de su uso ritual, los pueblos prehispánicos empleaban las hojas maduras de esta planta para elaborar pigmentos e incluso encontraron en ella propiedades medicinales, para estimular la producción de leche en madres lactantes o para reducir la inflamación de la piel, entre otros.
Aún en nuestros días, la sustancia lechosa (látex) que brota de los tallos de la Nochebuena es usada para tratar verrugas, herpes labial e infecciones cutáneas y hasta para producir crema depilatoria.
No obstante, desde tiempos ancestrales se sabe que la ingesta excesiva de esta planta y sus flores puede producir vómito, diarrea y hasta alucinaciones. Por mucho tiempo se creyó que consumida en grandes cantidades podía producir la muerte; sin embargo se ha comprobado que para que llegue a ser letal se necesita que la ingesta se encuentre por encima de las 500 hojas, lo que se antoja complicado; aun así, lo recomendable y sensato es no consumirla.
De nombre científico Eupherbia Pulcherrima –del latín “la más bella”– esta flor fue nombrada como Nochebuena por los españoles, quienes la empezaron a usar como adorno navideño en algún punto de los siglos XVI o XVII; este uso fue difundido principalmente por los frailes franciscanos que las usaban en diferentes festejos de la temporada, adornando altares navideños o enmarcando el recorrido de las procesiones de la temporada.
Si bien la Nochebuena es una flor, no lo es en el sentido que comúnmente conocemos, pues sus vistosos “pétalos” rojos no son pétalos en realidad, sino que son hojas que al madurar adquieren esa coloración roja intensa (brácteas), que según la variedad pueden ser también blancas, rosadas o incluso marmoleadas. Por su parte, la flor propiamente está conformada por los botones amarillos que se encuentran al centro.
En su forma silvestre esta planta y sus flores crecen en arbustos que pueden llegar a medir entre 4 y 6 metros de altura y su distribución se presenta de forma natural principalmente en el sur y el occidente de México (Guerrero, Oaxaca, Michoacán y Chiapas).
Otro dato peculiar de este ícono de la flora mexicana es que su popularidad internacional se dio de forma fortuita y en ello desempeñó un papel fundamental el primer embajador de los Estados Unidos de Norteamérica en México, Joel Robert Poinsett, personaje que tuvo una oscura trascendencia en la política nacional y que entre otras fechorías se llevó ejemplares de Nochebuena al vecino del norte a principios del siglo XIX, con la intención de comercializarlas, lo que logró con bastante éxito, pues hasta Europa fue a dar nuestra querida cuetlaxóchitl, sin que se reconociera oficialmente su origen mexicano, al grado que en muchos países se le conoce popularmente como Poinsettia.
También en México esta flor es conocida por diferentes nombres, como Catalina (Durango), Flor de Pascua (Guerrero y Michoacán) y Flor de Santa Catarina (Oaxaca).
Por su popularidad y gran atractivo visual, la flor de Nochebuena ha sido objeto de diversas modificaciones genéticas con las que se ha buscado potenciar su belleza, incluso, en Japón han creado un híbrido llamado Princettia de tonalidades rosasy que es considerablemente más resistente que la variedad originaria de México.
Sin duda, la flor de Nochebuena es un motivo más de orgullo nacional, y es también un buen motivo de conversación en estas fiestas.
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