Octava estación: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén

por | Abr 10, 2022 | 0 Comentarios

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Anónimo

“Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: «dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado». Entonces empezarán a decirles a los montes: «Desplomaos sobre nosotros»; y a las colinas: «Sepultadnos»; porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?”

Lc 23, 28-31

Cada vez que leemos, escuchamos o vemos las noticias nos encontramos con un mundo desolador: guerra, muerte, destrucción, crisis económica y climática. Y parece que no es el tiempo ideal para traer un niño al mundo. 

Desde hace días –y sobre todo por las noches– ronda por mi mente esta lectura, “dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Si los hijos son lo más preciado y observamos la decadencia del mundo, entonces parecería que las mujeres que no podemos concebir tenemos al menos un sufrimiento menos con el que cargar. Pero debemos admitir que en realidad nunca ha parecido propicio traer un niño al mundo, que desde la antigüedad ha sido caótico. Y sin embargo la esperanza sigue, porque dentro de aquellas concepciones se encuentran infinitas posibilidades de bien. 

Un querido amigo sacerdote me respondió ante mi desesperanza con una frase de San Agustín: “cuando hay amor no hay dolor, y si hay dolor ese dolor se ama.” El gozo incluso del dolor se ha perdido y hay que luchar que no se ahogue la esperanza en el pesimismo. No podemos olvidarnos que hay una realidad más allá de la que vemos, que hay momentos para llorar y para reír. 

Jesús va en el camino de la cruz e incluso en ese momento sigue amando, se preocupa por las mujeres y les brinda consuelo. No es un consuelo vano, sino que sus palabras son fuertes. Nos llevan a pensar en el futuro, en el Juicio final, para poder prepararnos lo mejor posible para ese momento. 

No es coincidencia que Jesús hable del leño verde y el leño seco después de hablar con las mujeres. Jesús que da la vida y que es muy fértil, fue rechazado por este mundo, crucificaron al leño más verde. Y nosotros en nuestra debilidad, en nuestra esterilidad, somos los leños secos, invitados a seguir el mismo camino de la cruz. Como cristianos no debemos llorar a Jesús y mucho menos a nosotros mismos, sino que debemos mantenernos en la esperanza y la alegría de la resurrección, sin evitar el dolor, sino santificando la desolación con el amor.

Redacción

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