¡Únete aquí a nuestro canal de Telegram!
Por Andrea Fajardo
“Pilato les preguntó: «¿y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?» Contestaron todos: «¡que lo crucifiquen!» Pilato insistió :«pues ¿qué mal ha hecho?» Pero ellos gritaban más fuerte: «¡que lo crucifiquen!» Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.”
Mt. 27, 22-23.26
Muchas veces actuamos por miedo al “qué dirán” y nos dejamos llevar por lo que la mayoría cree. Somos débiles; a fin de cuentas somos hombres y dentro de nuestra humanidad está la vulnerabilidad. Lo mismo ocurrió a Pilato, que no fue lo suficientemente fuerte para oponerse a la mayoría y hacer lo que consideraba correcto. ¿Cuántas veces nos ha sucedido?
Volvamos en el tiempo y pensemos que nos encontramos entre la turba. ¿Qué gritaríamos? Muy probablemente llevados por el éxtasis de la masa gritaríamos “crucifícalo”. Una canción de Jesús Adrián Romero (Si hubiera estado allí) plantea esta misma pregunta. Aún sin que pidamos a gritos su crucifixión, Jesús, acepta la condena y la muerte por nosotros. Porque desde la eternidad ya nos había pensado y amado.
Pidamos a Jesús la fuerza para ir contracorriente, la fuerza para no sacrificar, en aras de la aceptación y de la opinión pública, lo más santo. Oremos por la fuerza que se manifiesta en nuestra debilidad y que sólo puede provenir de aquel que padeció la injusticia de ser más odiado que un ladrón y una condena de muerte inmerecida. Oremos por no sentirnos nunca completamente buenos; para que no demos por sentado que en ese momento nosotros no gritaríamos “crucifícalo”.
0 comentarios