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Por Luz María Cruz
“Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, que volvía del campo y pasaba por ahí, fue obligado a cargar con su cruz. Condujeron a Jesús al lugar del Gólgota, que quiere decir Calvario.”
Marcos 15, 21 y 22.
En alguna parte leí (y lamento no dar crédito al autor, porque no lo recuerdo), que la ayuda del Cirineo fue el fruto de la oración de la Madre de Jesús cuando lo vio en tan lamentable estado. Después del encuentro con María, Jesús recibió ayuda de un hombre y el consuelo de una mujer, la Verónica, quien enjugó su rostro. Muy poco si vemos la Pasión en su conjunto; pero muy valioso en especial para quienes lo hicieron.
Los romanos querían que Jesús muriera crucificado, no en el camino al Calvario, porque su muerte suponía un castigo ejemplar para aquellos que atentaban contra la autoridad suprema. Lo vieron tan débil que pensaron que no llegaría vivo, o quizá que se desplazaba con tal lentitud (ya había caído una vez) que el proceso se alargaría demasiado. La ayuda del Cirineo no era por compasión hacia Jesús, sino para seguir adecuadamente el protocolo y acatar las órdenes recibidas.
El Cirineo pasaba por ahí y no parecía tener la menor intención de involucrarse en la escena; tal vez estaba cansado, era su ruta habitual o se acercó por mera curiosidad. Entonces recibió una orden perentoria a la que fue imposible negarse: debía obedecer, de buena o de mala gana… eso era lo de menos.
Y me atrevo a pensar que esa ayuda fue un hito en su vida… Tal vez Jesús agradeció el servicio con una mirada y un simulacro de sonrisa (pues tenía en rostro amoratado y sangrante por los golpes, las espinas de la corona, los latigazos, la reciente caída…), pero aun así es muy probable que el Cirineo se percatara de que ese hombre, tan maltratado, no era un delincuente, ni simplemente un hombre. En ese momento estaba escondida su divinidad (cfr Adorote devote) pero no su extraordinaria humanidad.
Es una pena no hallar en el evangelio ninguna información adicional sobre el Cirineo: pero podemos hacer una composición de lugar y pensar en cada uno de nosotros como un obligado ayudante de Jesús, quien había dicho. “El que quiera ser mi discípulo que tomé su cruz y me siga”. En el caso del Cirineo fue la mismísima Cruz de Cristo, y el Cirineo casi pisó en las huellas de nuestro Redentor. Me parece imposible que esto no afectara al Cirineo en lo más profundo de sus entrañas, que no provocara en él un radical cambio de vida y de visión de los acontecimientos.
Por las siguientes estaciones del Vía Crucis, parece que sólo lo ayudó durante un trayecto. No está con él en la segunda y tercera caída. Qué habrá hecho, ¿seguir su camino después de sacudirse la ropa y descansar un poco, como si nada hubiera pasado?, ¿Incorporarse al grupo de observadores y quedarse hasta que Cristo consumara la Redención?
Y después, ¿hablaría una y otra vez del acontecimiento?, supongo que supo del sepulcro vacío, de la ascensión al cielo, de la expansión del cristianismo.
Pero, volviendo a la composición de lugar, nosotros, que conocemos detalles de la Pasión, muerte y Resurrección de Nuestro Señor, hemos de procurar vivir de acuerdo con sus enseñanzas y de tratarlo como quien es: Un Dios y Hombre, segunda Persona de la Santísima Trinidad, que vive y está sentado a la derecha de Dios Padre, que nos mandó al Espíritu Santo y que se quedó con nosotros en la Eucaristía y en nuestra alma en gracia.
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