Autora: Ana Paola Gris Trinidad
Te adoramos oh Cristo y te bendecimos,
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí pecador.
Cuando Jesús es condenado a muerte no arrastra su cruz de mala gana, la abraza.
Al crecer escuchamos los relatos de grandes santos, mártires y héroes de la historia que sobrellevan dolores y dificultades que a uno le parecen imposibles. Los admiramos tanto por ello que podríamos caer en la tentación de olvidar que una vida tranquila y rutinaria, cuando es bien vivida, siempre supone un verdadero drama.
Dios eligió el dolor como camino de redención, y con su ejemplo nos dice que no hay gloria que venga sin cruz. Esto no sólo es una verdad de fe, sino que es una verdad vital. Se suele criticar tanto al cristianismo por la idea de abrazar la cruz que pareciera que olvidamos que el sufrimiento es una parte ineludible de la existencia humana. Abrazar la cruz no significa crearse nuevas cruces, ni perseguir actos heroicos, ni buscar martirios, sino asumir el sufrimiento de todos los días, las cruces de lo cotidiano en la forma que vengan: materiales o espirituales, grandes o pequeñas, y cargarlas de una manera extraordinaria. A cuestas y no a rastras.
Que Jesús nos dé la valentía de abrazar nuestras cruces cotidianas, de llevarlas con paciencia, esperanza y con la confianza de que Él carga con nosotros. Que nos dé la gracia de vivir por amor que es lo único que nos puede sobreponer al temor del sufrimiento que, de otra manera, no tendría sentido.
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