Leyendo “Los tres diálogos y el relato del Anticristo” de Vladimir Soloviev, filósofo ruso de la segunda mitad del siglo XIX, dedicado al ecumenismo y converso finalmente al catolicismo, encontré, junto con afirmaciones típicas de su época -el diálogo es publicado en 1899- que muestran la ceguera del racionalismo decimonónico frente a la inminente 1ª Guerra Mundial, otras en cambio proféticas sobre el siglo XXI. Concretamente, en la “profecía” de Soloviev, el Anticristo vendrá en el siglo XXI y promoverá una serie de políticas características de nuestra época. En un sentido fracasó como profeta: consideraba imposible una guerra entre las potencias europeas, guerra que se desencadenó tan soló 15 años después de su texto y 14 después de su muerte, en cambio acertó en afirmar que el siglo XX sería el siglo de las “grandes guerras.” Además, previó algunas de las notas típicas de la cultura en el siglo XXI, por lo que sí podemos calificar su texto de actual, de profético y de advertencia.
¿Qué características tendrá este Anticristo? Son de lo más variopintas, aunque la esencial es obvia: no reconocer a Cristo, ponerse en el lugar de Cristo, ofrecer su venida en vez de la segunda venida de Jesús. Esa oposición a Jesús se manifiesta como un rechazo a la verdad; pero se trata de un rechazo disimulado: ofrece cantidad de bienes, promete la paz perpetua, la era del progreso, es un gran altruista y pluralista, incluso se muestra respetuoso de las religiones y promueve un cristianismo en general -es decir, la unión de católicos, ortodoxos y evangélicos- que prescinda de sus contenidos doctrinales y dogmáticos, para centrarse únicamente en una propuesta moral, pacifista e incluso animalista. El mundo secularizado en que vive se caracteriza por el olvido de la trascendencia, la espiritualidad y Cristo; elementos todos ellos suplidos por el progreso y la filantropía.
Portada: “Los tres diálogos y el relato del Anticristo”. V. Soloviev
El “relato del Anticristo” -escrito a finales del siglo XIX- comienza con una profecía sobre el siglo XX: “fue la época de las últimas grandes guerras, de las discordias intestinas y de las revueltas revolucionarias”. Más adelante afirma: “La Europa del siglo XXI fue una unión de estados más o menos democráticos: la Unión de Estados Europeos.” Resulta interesante observar cómo, a finales del siglo XIX, se percibía que la racionalidad política y la democracia iban a confluir con el tiempo en la creación de la Unión Europea, pero no sospechaban el precio: las dos guerras mundiales.
Otra advertencia interesante, para los creyentes del siglo XXI es la siguiente: “Y mientras la enorme mayoría de los intelectuales continuaron siendo no creyentes, los pocos creyentes debían necesariamente convertirse en intelectuales.” Es decir, augura que la supervivencia de la fe depende de la formación, necesitamos una fe ilustrada, instruida, profunda que, al decir de san Pedro, sea capaz “de dar razón de nuestra esperanza.” Precisamente porque la presión externa será muy fuerte.
Vladimir Soloviev. Óleo: Ivan Kramskoi. Museo ruso, San Petersburgo.
En la presentación de Soloviev, el Anticristo será un humano súper dotado. Física -atractivo- pero, sobre todo, intelectualmente. Incluso, al principio creía en “el bien, Dios, el Mesías… pero al mismo tiempo sólo se amaba a sí mismo.” La “conciencia de su elevada dignidad se manifestaba no obstante no como una deuda moral frente a Dios y el mundo, sino como un derecho y una superioridad frente a los demás y, sobre todo, frente a Cristo.” Hasta que “finalmente, un odio impetuoso se adueñó de su alma. «¡Yo, yo, no Él!»” Escribió un libro que fue mundialmente alabado, donde el nombre de Cristo no aparecía ni una vez, pero los mismos cristianos afirmaban: “está impregnado del espíritu auténticamente cristiano del amor activo y del bien universal, ¿qué más queréis?”
Finalmente se hizo “amo del mundo”, como la novela escrita ocho años después por Robert Hugh Benson. “El nuevo señor de la Tierra era ante todo un compasivo filántropo; así, su amor no se limitaba a los hombres, sino que se extendía también a los animales. Era vegetariano…” Cualquier semejanza con la cultura hodierna es mera coincidencia. Se pone en el lugar de Dios, pide amor hacia él, y causa una apostasía generalizada, tanto en las diversas formas de cristianismo, como del judaísmo. Pero finalmente es desenmascarado:
“¡Gran soberano! Lo que más apreciamos en el cristianismo es el mismo Cristo. Él mismo y todo lo que de Él proviene, pues sabemos que en Él habita corporalmente la plenitud de la Divinidad… Nos has preguntado qué podías hacer por nosotros. He aquí una respuesta precisa: aquí y ahora, confiesa ante nosotros a Jesucristo, Hijo de Dios, que se encarnó, resucitó y de nuevo vendrá. Confiésalo y nosotros te acogeremos con amor como verdadero precursor de su segunda y gloriosa venida.”
¿Qué queda aún por aprender de los años de posguerra de la segunda mitad de siglo XX? ¿No vivimos acaso una realidad totalmente distinta? “Postwar” la obra magistral del gran Tony Judt nos revela la permanencia del mundo de posguerra en nuestro presente.
Un libro que en la edición en inglés ronda las 1,000 páginas podría ser una sugerencia de lectura más bien difícil de hacer, porque sin duda se requiere de mucho tiempo y esfuerzo para terminar de leerlo. Postwar – A History of Europe Since 1945 de Tony Judt, publicado en 2005, es precisamente una obra así de monumental en extensión. Aunque para algunos sería una sugerencia de lectura improbable, creo que el libro es tan monumental en extensión como en valor.
El valor de este libro de historia se puede juzgar, en primer lugar, por su claridad y concisión. Estas virtudes no son comunes entre los historiadores, contrario a lo que pudiera pensarse. Judt, sin embargo, las domina: sus párrafos, perfectamente hilvanados uno tras otro, abren usualmente con una explicación, que se desarrolla en las oraciones siguientes y que se vincula a subsecuentes problemas en la oración final del párrafo. Extraño para un libro así de largo, y sobre todo con un objeto de estudio tan vasto, pero el autor va siempre al grano. Gracias a esta claridad mental, Judt es capaz de sacarle la mejor partida a su erudición y establecer relaciones novedosas entre la política, la economía, el arte, la moda y la filosofía, la religión y la diplomacia durante el tiempo de postguerra.
Más allá de lo estilístico, o lo novedosas que sean las interpretaciones de Judt, también hay razones circunstanciales que hacen de Postwar una lectura valiosa. Éste, aparte de ser un libro magistralmente argumentado, es (aterradoramente) relevante hoy en día. La razón más obvia de su relevancia es que la guerra ha vuelto a Europa – el conflicto actual está geográficamente contenido en Ucrania, pero tiene ramificaciones en el resto del continente. Y no sólo eso: la historia, o, mejor dicho, la tergiversación de la historia, ha jugado un rol importante.
Putin, por ejemplo, ha intentado enmarcar esta guerra, así como la previa anexión de Crimea en 2014, como un intento de eliminar a los nazis de Ucrania. El referente histórico de Putin, como se puede leer en Postwar, son probablemente los primeros años de la posguerra, cuando la URSS ejecutó públicamente a soldados alemanes en Kiev. Judt profetizó una tergiversación así de la historia, pero sí explicó que la identidad ucraniana vive, a partir de la desintegración de la URSS, un renacimiento, y que dicha identidad, para las obsesiones de Putin, empieza a gravitar más cerca de Bruselas que de Moscú.
Claro que una supuesta liberación del nazismo no es la única referencia histórica en la reciente invasión de Ucrania. El aparato propagandístico de Putin igualmente ha intentado esparcir la idea de que Ucrania no es ni ha sido soberano, y que eso justifica la “reclamación” rusa de su territorio. Lo primero es falso y lo segundo moralmente reprobable.
Tony Judt
Tony Judt refiere en Postwar los precedentes de soberanía de Ucrania, previos a la desintegración de la URSS – estamos hablando, por ejemplo, de la independencia de Ucrania previa a la Primera Guerra Mundial. Judt también indaga sobre la represión y colonización soviéticas, que probablemente ayudaron a conformar una identidad ucraniana en mayor oposición a la rusa. Igualmente explica que un proceso de urbanización durante el régimen soviético ayudó precisamente a la consolidación de la identidad ucraniana. Estas distinciones pueden parecer, en fin, curiosidades, pero creo que en nuestro contexto explican, en parte, la tenacidad con la que han resistido las fuerzas ucranianas la agresión rusa. La posibilidad de poner la actual guerra en contexto histórico no es lo único que tiene que ofrecer Postwar. Al final, este libro tiene lecciones que trascienden la coyuntura de la invasión de Ucrania: da testimonio, en general, de lo difícil, intrincado y costoso que resulta reconstruir física y psicológicamente uno o más países después de una guerra. Nos previene también de limitar nuestra atención histórica a la guerra, por culpa quizás de los visos de heroísmo a los cuales somos más afectos, y nos sugiere no perder de vista – y menos ahora mientras las agresiones contra Ucrania continúen – que hay tanto de admirable en luchar como en reconstruir.
La popularidad creciente del ánime a nivel mundial contrasta con la opinión de muchas personas que, sin jamás haber visto uno (o uno bueno), lo rechazan tajantes y afirman que simple y sencillamente no les gusta. Algunos llegan a aceptar que la historia de algún ánime les interesa, pero que no pueden sobreponerse al formato animado. Curiosamente, las producciones occidentales como las de Disney o DreamWorks no suelen tener estos reparos.
Desde hace un tiempo, se ha estereotipado al consumidor habitual de ánime como un otaku (una persona con una afición intensa al ánime o al manga) y, esta denominación, socialmente, suele tener una connotación negativa. Las características del otaku son claras: gente extravagante que, joven o adulta, vive con sus padres y se pasa los días consumido en videojuegos y caricaturas chinas; gente que no sale y no se baña, salvo cuando se disfraza para sus convenciones de cosplay.
Aunque la comunidad otaku suele destacar por sus pintorescas expresiones de afición, la verdad es que el rechazo que siente mucha gente respecto al ánime no sólo se debe al mundo que lo rodea, sino que aquél ya resulta bastante extraño por sí solo. Basta pensar en esos personajes de diseño gracioso, que gritan mucho, se desenvuelven raro y, originalmente, no hablan en inglés. Los prejuicios que se tienen sobre el ánime, aunque un poco injustos, no están del todo equivocados. El ánime es extraño. Por otro lado, considero que, con un poco de perspectiva, estos prejuicios se pueden suavizar e incluso volver ocasiones de curiosidad y enriquecimiento.
Creo que puede ser útil, antes de dar cualquier razón en favor del ánime, hacer una descripción muy general de éste y de sus características principales, con la intención de que empiecen a disiparse algunos prejuicios. A grandes rasgos, podría decirse que el ánime son todas las formas de animación que se producen en Japón o que se asocian con él, y que, en su gran mayoría, están basados en un manga (esto es, la historieta japonesa). Sin embargo, el país de origen no parece ser lo más importante. Aunque entre una y otra forma de animación japonesa pueden haber muchísimas diferencias, me referiré a algunas similitudes técnicas, estéticas y de contenido que hacen del ánime un tipo de animación muy particular.
Las casas de animación suelen utilizar técnicas diversas, ya sea en dibujos a mano o a computadora. Se juega con encuadres, acercamientos, ángulos y demás efectos elocuentes de la “cámara” que nos recuerda a la cinematografía. El ánime tiene la peculiaridad de concentrarse más en el realismo de estos efectos que en la animación misma del movimiento. Los pioneros de la animación japonesa no contaban con muchos recursos para elaborar una animación tan detallada y continua, por lo que se limitó el movimiento de los personajes. No obstante, aunque hoy en día mejor tecnología y grandes presupuestos acompañen a las casas de animación, el elemento de la animación de movimiento limitado sigue siendo un recurso frecuente. Esto, que en un inicio se debía a razones tan prácticas como ahorrar tiempo y dinero, terminó por fungir como vehículo artístico y creativo.
Seitarou Kitayama, Jun’ichi Kouchi y Oten Shimokawa, pioneros de la animación japonesa
La animación de los personajes también tiene características distintivas: los ojos suelen ser desproporcionadamente grandes y el cabello, muchas veces de forma extravagante, no es raro encontrarlo en colores llamativos como azul o naranja chillón. Pero, de nuevo, esto no es una regla. Hay ánimes más realistas y discretos con el aspecto de sus personajes, depende mucho del género y la estética de la historia que se quiere contar. El ánime suele tener una manera romántica de narrar y, para esto, se sirve de elementos técnicos y visuales. El aspecto de los personajes, el ambiente que les rodea, ciertas imágenes y signos faciales, fungen como recursos narrativos que nos dicen cosas de la historia y de los sentimientos de los personajes: un fondo azul oscuro te muestra su tristeza; elementos como flores o burbujas pueden indicar enamoramiento; el efecto del viento en el cabello siempre añade dramatismo a una escena y, si se quiere dar un tono más cómico, siempre están las clásicas expresiones faciales que, exageradas, cumplen con su función.
Naruto, My Hero Academia, Inuyasha, Sailor Moon
De esta manera se puede entender cómo la animación puede variar dependiendo qué se quiera contar y cómo se quiera contar. El ánime es sólo un estilo de animación, un medio para contar historias que pueden ser de cualquier género, por lo que ningún contenido específico es absoluto. En Tumba de las luciérnagas se cuentan las vivencias trágicas de dos hermanos huérfanos que luchan por sobrevivir a finales de la Segunda Guerra Mundial. No era muy probable que, para una historia así, Isao Takahata decidiera que sus personajes se animaran con gestos, cabello y proporciones poco naturales, así como sí es probable que se encuentren estos elementos en ánimes de acción o fantasía.
Comedias románticas blancas y dulces como Kimi ni Todoke; dramas melancólicos, introspectivos, que indagan sobre el valor de la vida, la amistad, o la salud mental como Neon Genesis Evangelion u Orange; historias que presentan problemas clásicos como la tensión entre humanidad y naturaleza como en La princesa Mononoke; o historias sobre temas tan cotidianos como un deporte que, narrado de cierta manera, se eleva a ser un auténtico drama, como en Haikyu!! Ánimes gore, históricos, de suspenso, de acción. Hay de todo y para todos. Al final, fue el ánime el que popularizó los medios de entretenimiento animado para el público no infantil.
La tumba de las luciérnagas (Hotaru no Haka)
El cuento de la princesa Kaguya (Kaguya-hime no Monogatari), Los niños lobo (Ōkami Kodomo no Ame to Yuki)
Otro de los rasgos representativos del ánime es que tiende a reflejar aspectos característicos de la cultura japonesa. Esto podría ser algo que genere resistencia en un primer acercamiento. Es natural que el ánime le resulte extraño a nuestra sensibilidad occidental, a la que Estados Unidos—nuestra gran fuente de entretenimiento—nos tiene tan acostumbrados. Nos parece raro que los japoneses utilicen sufijos en los nombres o que referirse a alguien por su nombre de pila denote una gran intimidad; que se descalcen al entrar en una casa; que los estudiantes hagan la labor de limpieza en la escuela; que se separe algo de la comida para ofrecerlo a algún familiar difunto; o todo aquello que, para ellos, suele ser motivo de humor, vergüenza, agradecimiento. Todos estos son ejemplos de un imaginario distinto al nuestro, de otros límites afectivos, de nuevos órdenes sociales.
Estados Unidos ha dominado tanto tiempo el mundo del entretenimiento que, para bien o para mal, hemos asimilado muchas de sus expresiones culturales en nuestra propia cosmovisión. Pienso que confrontarnos con otras culturas y sus formas particulares de entender el mundo no sólo es refrescante, sino que también es necesario. Las diferencias culturales que nos parecen tan extrañas se vuelven oportunidades para hacer de lo ajeno familiar, conocer nuevas perspectivas, sensibilidades y, en general, hacer de nuestra experiencia en el mundo algo mucho más amplio y rico.
Your Name (Kimi no Na wa)
El último punto que quisiera tocar es uno que adelanté cuando me referí a la parte más técnica y estilística del ánime: su dimensión artística. Lo que puede decirse de la literatura, del cine y la pintura, también puede decirse del ánime: hay unos buenos y hay otros malos. Como en todo, con experiencia, uno puede aprender a seleccionar lo que vale la pena ver. Hay muchos criterios técnicos y especializados dentro del campo de la animación que determinan la calidad de ésta, pero el que un ánime sea arte o no, parece ir más allá de los aspectos meramente técnicos.
Es una discusión compleja que daría pie para otro artículo. Me limito a mencionar aquí lo que el filósofo y esteta Hans-Georg Gadamer consideraba un elemento imprescindible a la hora de considerar algo como arte: la fusión de dos mundos para dar lugar a uno nuevo. Esto no quiere decir otra cosa más que el espectador, con todo su bagaje emocional, intelectual y vital, se enfrente con una obra (en este caso, un ánime) y el resultado sea una experiencia completamente nueva y particular: todo lo que ese ánime le enseña al espectador sobre el mundo y sobre sí mismo. Mucha gente llama a esto romanización.
Romanizar la vida por el arte. Es decir, que uno ve belleza y encanto en el mundo cuando las reconoce primero en alguna obra. Es el arte que revela cosas del propio mundo que antes no se habían notado. El ánime definitivamente cumple con esto. No por nada hay tantos memes y videos de compilación con la pregunta de por qué el mundo es más bello o por qué la comida se ve más rica cuando está animada. Después de ver cómo personajes de Ghibli preparan sus tasas de té, andan en bicicleta o van a la escuela, es casi imposible no querer replicar el efecto estético cuando uno mismo lo hace.
El recurso de animación de movimiento limitado del que hablé antes, por lo mismo, también tiene una razón estética: el espectador tiene que hacer un esfuerzo un poco más activo para interpretar los movimientos y dar un sentido coherente a todo lo que pasa en la historia. Similar, tal vez, a lo que pasa en los cuadros impresionistas, en los que no hay tantos detalles ni acabados realistas: se deja que la imaginación del espectador complete la obra y le dote de sentido. Creo que es por esta participación más activa del espectador que, así de involucrado, se encuentra como raptado por la obra. Como un buen libro de ficción, el ánime también te transporta a nuevas realidades. Hay que imaginar todos los mundos e historias posibles que pueden crearse cuando no se tienen las limitantes de conseguir una buena escenografía o de invertir millonadas en efectos especiales para que las escenas parezcan creíbles. Cuando el mundo es animado, las posibilidades de crear se vuelven más diversas y los límites terminan por ser el talento y la imaginación del animador.
Aun considerando todo lo anterior, es perfectamente válido que a la gente no le guste el ánime. Puede que sean los aspectos técnicos lo que no disfrute, esas “tomas” complejas y efectos de “cámara”; o tal vez no gusten el tipo de recursos visuales de los que se vale para expresar los sentimientos y pensamientos de un personaje (aunque aquellos sean tan versátiles y dependan tanto del género narrativo); o si el desagrado tiene más que ver con las expresiones culturales de Japón… bueno, ese ya sería un prejuicio de otro tipo. De cualquier manera, creo que basta con decir que el ánime es el vehículo de muchísimas historias y, como cualquier medio, no siempre es bueno. Hay ánimes que (no hay otra manera de ponerlo) son basura. Pero así, también hay muchos otros que son imperdibles. Esos que, como toda buena historia, trascienden las particularidades culturales y temporales para decirnos algo universal. Cosas de humanidad, cosas del corazón. Historias y personajes que vibran, acompañan y crecen con uno, mundos llenos de encanto para perderse y encontrarse. Eso es algo que uno tiene que descubrir por sí mismo, sobre lo que se tiene que formar gusto y opinión. No hay que perderse de buenas historias por prejuicios que, con un poco de perspectiva, se vuelven puras oportunidades.
Por Bertín Francisco Rivera Sánchez (estudiante 6. de primaria)
En la escuela nos hablaron de la Segunda Guerra Mundial. Pienso que fue una guerra muy sangrienta e innecesaria. Ninguna guerra merece la muerte de tantas personas. Escuché y leí acerca de ella pero no encontré nada que me hiciera pensar que sirvió de algo. Sólo egoísmo.
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La Segunda Guerra Mundial comienza cuando Hitler invade Polonia el 1 de septiembre de 1939.
Hitler quedó molesto después de la Primera Guerra Mundial porque Alemania perdió territorios y tuvo que dar muchas compensaciones a los vencedores -Francia e Inglaterra- según el tratado de Versalles con el que se pone fin a esta guerra. Los franceses ocuparon parte de la región del Rin con soldados de las colonias africanas lo que causó descontento y un sentimiento de humillación de los alemanes.
Hitler funda el Partido Nacional Socialista Alemán que se basaba en ideas supremacistas, nacionalistas, antisemitas y antimarxistas. Hitler intentó dar un golpe de estado (putsch) en Múnich, pero fue controlado y Hitler, Hess y otros fueron encarcelados; en este tiempo escribió el libro Mi lucha, donde expone sus ideas.
En 1932, sale victorioso en las elecciones de Alemania, nace el Tercer Reich. Aunque fue elegido democráticamente su gobierno fue un régimen totalitario.
Campo de concentración Sachsen Hausen, Berlín. “El trabajo libera.” Foto: A. Fajardo
El 9 de noviembre de 1938 es la noche de los cristales rotos (Kristallnacht) y comienza a perseguir abiertamente a la población judía, culminando con los terribles crímenes de los campos de concentración y el exterminio de aproximadamente 6 millones de judíos y otras minorías como gitanos, testigos de Jehová y la oposición. Al principio los judíos eran obligados a llevar una estrella de David para ser identificados, fueron expulsados de la sociedad, la educación y posteriormente obligados a vivir en guetos. Los judíos eran transportados desde otras ciudades y pueblos hasta los guetos. Dos de los más famosos son el de Varsovia y el de Cracovia. Cuando los guetos ya no eran suficientes se crearon los campos de trabajo y finalmente los campos de exterminio como Auschwitz.
Memorial del muro del Gueto de Varsovia (1940 – 1943) Foto: A. Fajardo
En 1938, se empiezan a poner en práctica las ideas de expansión territorial de los alemanes, siendo Austria uno de los primeros países en quedar bajo el dominio nazi.
Para 1939, Checoslovaquia es ocupada. Al principio ocuparon una parte del territorio donde la población era mayoritariamente alemana, pero poco a poco, las tropas continuaron avanzando hasta cubrir el territorio. Ni Francia, ni Inglaterra intervinieron.
El 24 de agosto de 1939 Stalin (líder de la Unión Soviética) y Hitler hacen un pacto de no agresión entre ellos. Como el pacto lo negocian sus embajadores, se conoce como el pacto “Ribbentrop – Molotov”, o también pacto del diablo; porque contenía una parte secreta, en la que se establecía el reparto de Europa Oriental entre Alemania y la Unión Soviética.
Granada
En septiembre los alemanes invaden la Polonia occidental y semanas después Stalin ocupa la Polonia oriental. El ataque comenzó bajo el pretexto de que soldados polacos fueron avistados en la frontera alemana. Sin embargo se trató de un montaje para crear un motivo para el ataque. Debido a esta invasión, Francia e Inglaterra le declaran la guerra a Alemania.
¿Por qué no intervinieron cuando los soldados alemanes ocuparon Austria y Checoslovaquia? Hay que recordar que aunque Austria y Alemania eran dos países diferentes, había cierta unidad entre ellos, hasta que fueron separados por el tratado de Versalles. De cierto modo a Francia e Inglaterra les resultó natural que se unieran. Cabe destacar que no se derramó sangre, sino que por el contrario, los alemanes fueron recibidos con alegría por los austriacos. Algo semejante ocurrió con Checoslovaquia, donde la invasión fue gradual. En Polonia también había poblaciones alemanas y los alemanes querían recuperar sus antiguas fronteras y un poco más; sin embargo Polonia tenía un pacto con Francia, por medio del cual los franceses se comprometían a intervenir en caso de que los polacos fueran atacados.
El frente oriental ya está en guerra y Polonia cae muy rápido. Los alemanes avanzan hacia occidente y ocupan Dinamarca y Noruega.
Se establece el eje Roma-Berlín-Tokio. Japón desde 1931 había empezado a invadir diferentes partes de China. Italia tenía un régimen fascista, liderado por Benito Mussolini. Al mismo tiempo Francisco Franco tenía en poder en España, sin embargo prefirió no involucrarse concentrarse en atender las consecuencias de la guerra civil española. Franco gobernó hasta su muerte en 1975.
Casco y armas Foto: S. K.
En mayo de 1940 son atacados Luxemburgo, Bélgica y los Países Bajos e inicia la guerra en territorio francés. La estrategia usada por los alemanes se llama Blitzkrieg, ya que avanzaban muy rápido y por sorpresa, como un relámpago. Sus tropas podían recorrer largas distancias sin descanso.
Francia pide firmar una amnistía para poner fin a la guerra con Alemania. Quedando dividida entre una Francia formalmente ocupada (incluyendo la capital de París) y una Francia supuestamente libre, con su capital en la ciudad de Vichy, gobernada por Philippe Pétain.
Desde 1936 Italia se une a Alemania y anexan Albania a los territorios ocupados. Mussolini quiere conquistar Grecia y Egipto con la ayuda de Hitler a través de Bulgaria y Libia.
Después de la derrota de Francia por los alemanes, Inglaterra con Churchill como primer ministro, rechaza una amnistía con Alemania y logran resistir a los nazis principalmente por aire durante casi un año. El discurso de Churchill pasará a la historia como uno de los discursos más emotivos e impactantes. Sus palabras son tan fuertes y calaron tan hondo en los británicos, que incluso el maestro de la propaganda Joseph Goebbels lo admiró e intentó emularlo.
”Digo a la Cámara como he dicho a los ministros que se han unido a este gobierno: no puedo ofrecer otra cosa más que sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas. Tenemos ante nosotros una prueba de la especie más dolorosa. Tenemos ante nosotros muchos, muchos meses de lucha y sufrimiento. Se me pregunta: ¿cuál es nuestra política? Respondo que es librar la guerra por tierra, mar y aire. La guerra con toda nuestra voluntad y toda la fuerza que Dios nos ha dado, y librar la guerra contra una monstruosa tiranía sin igual en el oscuro y lamentable catálogo del crimen humano. Ésta es nuestra política.”
Winston Churchill, 13 de mayo 1940.
La guerra continúa. Se suman a los territorios invadidos por las fuerzas del eje: Hungría y Rumania. En 1941 invaden Yugoslavia anexándola a los territorios ganados por los alemanes.
Después deciden invadir la Unión Soviética interesados por el petróleo sin importar lo pactado con Stalin. Bielorrusia y Polonia oriental son ganados por los nazis. Antes de lograr ocupar Moscú llegó el invierno y los alemanes no lograron su invasión.
La invasión a la Unión Soviética fue la peor estrategia de Hitler por varios motivos: el territorio ruso es muy vasto y su clima demasiado frío lo que dificultaría la posibilidad de victoria. Rusia nunca ha sido conquistada, ni siquiera cuando Napoleón Bonaparte lo intentó. Un segundo motivo es que Stalin pasó de aliado a enemigo; y el tercero es el debilitamiento de las tropas alemanas y de los recursos. No fue una estrategia inteligente abrir dos frentes: oriental y occidental, me parece que fue una decisión tomada por el impulso ciego del poder y la avaricia.
Al tiempo que Japón entra en el juego, los Estados Unidos suman esfuerzos con los Aliados. El presidente Roosevelt impone un bloqueo comercial y un embargo petrolero a Japón, por lo que este último ataca la base estadounidense de Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941, ocasionando que Estados Unidos le declare la guerra a Japón.
El 4 de junio de 1944 el ejército de los aliados llega a Roma y la liberan del dominio nazi. Retrocediendo cada vez más los alemanes. París también es liberada de los nazis. En el pacífico Japón se debilita.
Hitler sobrevivió varios atentados, uno de ellos el 20 de julio de 1944, por el Conde Stauffenberg y otros militares. Sin embargo el golpe de estado fracasó porque Hitler no murió en el atentado.
En 1945 el ejército rojo llega a Auschwitz liberando a los prisioneros y se empieza a conocer el horror de la shoa.
Entrada de tren Auschwitz – Birkneau Foto: A. Fajardo
Después de una larga batalla en ambos frentes en 1945, los rusos entran al territorio alemán. Al tiempo que Roma es bombardeada por los Aliados y Mussolini es arrestado, fusilado y su cadáver es arrastrado por la ciudad. Hitler teme que le ocurra lo mismo y pasa los últimos días en el búnker de Berlín junto con algunos de sus colaboradores más cercanos como Goebbels y Bormann. Hitler celebró su cumpleaños y su matrimonio con Eva Braun.
Los rusos llegan a Berlín y las tensiones aumentan en el Führerbunker, Hitler se suicida junto con su mujer y sus cuerpos son incinerados. Goebbels, su esposa Magda, asesinan a sus seis hijos para que no vivieran una Alemania libre del Nacional Socialismo y después se suicidan. Antes de suicidarse Hitler cede el poder al oficial de marina Karl Dönitz.
El 9 de mayo de 1945 se firma la capitulación en Berlín. Finalmente la Segunda Guerra Mundial termina en Europa. Sin embargo la historia no se detiene. Desde el 17 de julio hasta el 2 de agosto de 1945 se llevó a cabo la Conferencia de Postdam, donde se reunieron los líderes de Inglaterra, Estados Unidos y la Unión Soviética: Churchill, Truman y Stalin.
Conferencia de Postdam
Acordaron que los territorios invadidos serían devueltos; Alemania sería desmilitarizada y desnazificada, los criminales de guerra serían perseguidos y juzgados (los juicios de Nürenberg) y la división del territorio. El tiempo de la posguerra fue complicado, Alemania fue dividida en 4 sectores: la región norte occidental fue ocupada por los británicos, el sur occidental por los franceses, el sur oriental por los americanos y el norte occidental por los rusos.
Checkpoint Charlie, Berlín. Frontera del sector americano. Foto: A. Fajardo
Los sectores democráticos y capitalistas (Francia, Inglaterra y Estados Unidos) conformaron la República Federal Alemana con capital en Bonn y la Unión Soviética orientada hacia el comunismo decidió hacer una cortina de hierro y establecer la República Democrática Alemana con capital en Berlín. La división de Alemania implicó el enfrentamiento entre dos visiones del mundo y cuyo efecto fue la Guerra Fría. Por otro lado, Berlín fue dividido en 4 sectores y posteriormente se construyó un muro que separó a la ciudad en dos hasta 1989. Con la caída del Muro de Berlín -el 9 de noviembre de 1989- comenzó el proceso de reunificación de las dos Alemanias (Oriental y Occidental). Pero eso es ya otra historia.
Zonas de ocupación Alemania Posguerra Fuente: Wikimedia
División Alemania occidental y oriental Fuente: Wikimedia
A pesar de la capitulación de Alemania, la guerra continuaba con los japoneses. El 6 y 9 de agosto de 1945, Estados Unidos, hace caer las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki para que se rindiera el ejército del emperador Hirohito. Sin duda las bombas atómicas fueron de los peores ataques de este sangriento periodo y son el punto final de una época terrible que no debe repetirse.
La guerra trajo la muerte de aproximadamente 60 millones de personas y la destrucción de muchas ciudades. Las pérdidas humanas y materiales son dolorosas, también hay que añadir los dramas familiares, a los huérfanos, los traumas de la guerra y la pobreza de la posguerra.
Si algo podemos aprender de este periodo tan obscuro de la historia es que no debe repetirse, sino que hay que construir un mejor mundo juntos a partir de los puntos en común, buscando lo que nos une y no lo que nos separa; porque la guerra sólo trae vacío de la pérdida, miseria, muerte y tristeza. En la guerra nadie gana, porque se pierde más de lo que podría ganarse.