¿Balance Vida-Trabajo? Una des-industrialización de la sociedad moderna

¿Balance Vida-Trabajo? Una des-industrialización de la sociedad moderna

Por Alfonso Torres Farber

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“The Great Attrition” (El Gran Desgaste) o “The Great Resignation” (La Gran Renuncia), términos que se escuchan mucho en estos últimos meses, establecen un símil entre la Gran Depresión de los años treinta o la Gran Recesión de 2008 y la situación actual en Estados Unidos. A diferencia de las otras crisis, La Gran Renuncia no se trata de una crisis económica ni de desempleo. Se refiere más bien al fenómeno del aumento de renuncias que se ha dado en el mundo.

Se calcula que alrededor de 20 millones de personas en Estados Unidos han renunciado a sus trabajos desde inicios del 2021. Numerosos sectores y empresas están teniendo problemas para “encontrar talento”, es decir, candidatos con el perfil adecuado para las funciones que necesitan cubrir las empresas. Se han publicado muchos estudios y artículos intentando explicar las razones detrás del fenómeno y dar recomendaciones a las empresas sobre como reaccionar para retener (o “fidelizar” en uno de esos términos de moda) “el talento”.

La pandemia por COVID 19 generó muchos cambios en la sociedad: las crisis emocionales, la patente cercanía de la muerte y la dolorosa pérdida de seres queridos y amigos hicieron reflexionar a muchas personas sobre el valor de la vida cotidiana en el hogar y las relaciones familiares. Más allá de si esta valoración es positiva o negativa, está claro que es distinta a la visión que se tenía antes de la pandemia.

Muchas personas han cambiado de residencia buscando una mejor “calidad de vida”, entendida como tener más tiempo para otras actividades más allá de las profesionales.

Convivir y asumir a mayor profundidad el cuidado de pareja, hijos, primos, abuelos, etc., ha motivado una revalorización del tiempo que se dedica a la familia. Hay quienes buscan ahora poder dedicar más y mejor tiempo a la familia, pero también se da el fenómeno contrario; para algunos la pandemia los reafirmó en su intención de huir del hogar y desentenderse de las obligaciones familiares.

Desde hace varios años en entornos profesionales se promueve la idea de un balance vida-trabajo. En estas discusiones no queda del todo claro qué es el trabajo, pues parece que todas las actividades humanas requieren “trabajo” en algún sentido.

Solemos llamar “trabajo” a las actividades profesionales remuneradas que desempeñamos. Sin embargo, recordando lo básico de mis clases de física: la fuerza que se aplica sobre un cuerpo para desplazarlo una distancia genera una transmisión de energía que se llama trabajo. Si llevamos esto a nuestra vida diaria el trabajo es el esfuerzo que tengo que realizar (fuerza) para conseguir un resultado (mover un cuerpo una distancia).

En el mundo laboral, el trabajo es el esfuerzo que los trabajadores realizan para obtener un resultado. Por ejemplo, el esfuerzo de un agricultor al preparar la tierra, sembrar las semillas, regarlas y cultivarlas para poder obtener un fruto. O el esfuerzo que debe realizar un vendedor entrenándose, conociendo a fondo lo que vende y convenciendo al comprador para lograr vender un producto o servicio.

Pero el trabajo no se limita a las actividades profesionales, las actividades sociales también requieren un esfuerzo. Para cultivar una amistad hay que interesarnos por el amigo, estar pendiente de él, frecuentarlo, dejar de hacer alguna cosa en favor de la amistad y poder mantener y profundizar la amistad. Y la amistad, en estricto sentido, no tiene precio, ¿cuánto costaría tener una persona en la que confías, que te puede apoyar o con quien simplemente puedes pasar un buen rato?

Lo mismo con las actividades familiares. Recuerdo una plática con una persona de recursos humanos que me decía que mi esposa no trabaja, a lo cual respondí que sí trabaja y mucho, probablemente más que yo. Ella se dedica a la administración de mi familia, atiende a la casa, cuida de mis hijos, crea un hogar. Me replicó que se refería a que no recibe una contraprestación por ese trabajo, lo cual tampoco es cierto. Muchas veces yo quisiera recibir una contraprestación como la que ella recibe en el día a día: ver crecer a sus hijos, formarlos en personas de bien, el alivio de consolar a la familia y poder tener una casa digna. No todo resultado tiene que ser monetario. Como me decía un buen amigo, “las mejores cosas de la vida son gratuitas”, o muchas de las cosas que se logran a través de un trabajo no se pueden monetizar.

Y qué decir de las actividades personales, ya sea mantener la salud física, mental o intelectual. Incluso descansar requiere de algún esfuerzo, solo hay que ver a todos los que sufrimos de insomnio.

Al final todas las actividades que desempeña una persona exigen un trabajo. Es la energía que se requiere para todos estos trabajos no monetarios la que se está revalorando.

¿Qué es lo que no me gusta del término de “Balance de Vida y Trabajo”? Que contrapone la vida al trabajo, cuando están intrínsecamente unidas, y crea la percepción de que el trabajo es contrario a la vida o es un mal necesario que hay que disminuir o intentar eliminar.

El trabajo es parte de la vida, le da un sentido de dignidad a la persona. El trabajo es directamente proporcional al prestigio de la persona. Un buen profesional es el que realiza un buen trabajo laboral. Un buen amigo es el que se esfuerza por serlo. Un buen padre de familia es el que lucha por estar para su familia. Es decir, la energía que se genera al trabajar nos hace crecer como personas y más aún cuando el propósito de ese trabajo va más allá de lo meramente material o mundano-. Este es el tipo de reflexiones que se están dando en esta nueva normalidad.

El balance de vida no se logra separando las actividades o responsabilidades de la persona (Profesionales, Familiares, Sociales y Personales), sino fomentando la flexibilidad para que convivan unas con otras, reconociéndonos como personas íntegras que realizan todo tipo de actividades que contribuyen a un mejor desempeño del negocio y de la vida en general.

Y vuelvo a la fórmula de trabajo, reconociendo tanto el esfuerzo como el objetivo logrado, de manera balanceada, sin fomentar organizaciones con empleados cuya principal meta es crear la percepción de que generan grandes resultados, sin importar cuánto se desgasten o “apoderándose” del esfuerzo de otros para su propio reconocimiento. Ni organizaciones que generen un ambiente de laboriosidad improductiva, donde lo que más importa es “calentar la silla” y se ve con malos ojos o se critica a los que combinan actividades profesionales, personales y sociales durante su jornada laboral.

Se tiene que reconocer a la persona por lo que es, no por lo que hace o sabe hacer, dejando atrás la asignación de un capital humano donde se tiene a la persona como un activo que genera crecimiento, sino más bien fomentar el crecimiento de las personas a través de su trabajo de manera integral para beneficio de la sociedad.

Cada vez más, la automatización va eliminando las actividades repetitivas que se realizan en el ámbito profesional.  Ahora se necesitan personas capaces de conectar los puntos, que entiendan por qué suceden las cosas, que sepan interpretar los datos, no solo procesarlos, y que sepan intercalar sus tareas profesionales con la vida social y familiar.

El tener personal que lleva una vida social, familiar y personal sana enriquece a la organización, no por la experiencia que sus colaboradores puedan tener en un tema en específico sino por cómo pueden contribuir de una forma más integral a la toma de decisiones.

Alguien me dijo que la mayoría de las tareas profesionales que se realizaron en 2018 no existían en 1940. Esto va a seguir sucediendo y creo que a mayor velocidad; con la cantidad de información que se tiene, que cada vez es mayor, la capacidad de procesamiento de esta información que nos brinda la tecnología, que cada vez va a ser mayor, visualizo un nuevo tipo de organizaciones matriciales, donde se realizarán tareas que respondan a proyectos específicos, con menos niveles jerárquicos, con liderazgo positivo, con personas más generalistas que saben interpretar lo que la tecnología nos brinda y conectarlo con la vida real.

En los tiempos pre-industriales (antes de la revolución industrial), la economía era comunitaria. La familia jugaba un rol indispensable. El padre, la madre y los hijos  trabajaban hombro con hombro para generar bienes y eran reconocidos en la sociedad como personas, no como activos o capital humano. Con la revolución industrial se utilizó la tecnología para aumentar la productividad y disminuir los precios. Se mecanizaron muchos procesos, tanto en la educación, la vida profesional y el trabajo en general. Ahora estamos entrando en una nueva era donde se pueden explotar los beneficios cada vez mayores de la tecnología y reintegrar al “trabajador” en todas sus dimensiones.

Actualmente, hay muchas preocupaciones entre si el trabajo debe ser presencial, remoto o híbrido. Primero que nada se tienen que ajustar los horarios de trabajo, como sucedió en los tiempos de la industrialización, donde se redujeron los tiempos de 12 horas laborables a 8 horas. Después, el principal reto está en revalorizar a las personas como individuos íntegros que aportan un valor superior al capital que se genera y que deben ser recompensados justamente por el trabajo (esfuerzo y resultados) que generan.

El valor de los bienes y servicios tendría que incluir el valor del trabajo (esfuerzo y beneficios) y no solo la utilidad que le asigna el consumidor, utilidad sujeta a percepciones y modas que pueden modificar sustancialmente el precio que paga  el consumidor por esos bienes o servicios.

Creo que estamos viviendo un punto de inflexión en la sociedad moderna y no solo por lo que vemos más cercano: digitalización, ocupación profesional remota y sin barreras de nacionalidad, renuncias y dificultad para conseguir talento y muchos etcéteras. Todo esto solo nos está mostrando el cambio social que estamos transitando y se trata sin duda de un cambio positivo.

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Ser madre en el peor de los mundos posibles

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No es una noticia nueva que desde hace años la tasa de natalidad en Europa ha disminuido considerablemente. Esta medida, independiente de la estabilidad económica, decrece todavía más con los años. Cuando miramos las noticias y el mundo en general, nos cuestionamos seriamente si acaso es el momento adecuado para tener un hijo. Llegaron los cuatro jinetes: crisis económicas, políticas, sociales y ecológicas. Tal parece que es un mundo aterrador y en decadencia. Y sigues escuchando: guerra, bombas, destrucción, conflictos, el coste de la energía que se incrementa y los salarios que permanecen igual. Sabes que el invierno será frío y que será impagable encender la calefacción. Todo parece poco esperanzador y no es de extrañar que al observar todos estos factores externos la natalidad decrezca. 

Sin embargo las guerras, la miseria y los problemas nunca han sido un verdadero impedimento y esto lo confirman las generaciones que nacieron durante el tiempo de la guerra y la posguerra. No afirmo que estas sean condiciones adecuadas para la infancia, pero lo cierto es que incluso en momentos así, estas generaciones tienen buenas memorias. 

Mi vecina octogenaria recuerda a su madre con dos maletas minúsculas –llenas con lo poco que pudo tomar al abandonar su hogar– y dos niñas pequeñas. Los alemanes que vivían en territorio polaco tenían que dejar absolutamente todo para establecerse en un país en ruinas. Eran tiempos oscuros y fríos, muchos niños morían por los efectos de la guerra y el hambre. Y su madre cargando dos maletas y dos niñas llegó a Dresden, ayudó en la reconstrucción, trabajó arduamente y construyó un nuevo hogar para su familia. Con el tiempo, lograron reencontrarse con su padre, quien con mucho esfuerzo sobrevivió su estancia en el frente, y sin medios adecuados y haciendo galas de habilidades detectivescas logró para encontrar a su mujer e hijas . Podríamos pensar que no merece la pena vivir una infancia carente, pero mi vecina ha sido muy feliz y no se arrepiente de vivir, tampoco detesta su infancia carente de juguetes, sino que recuerda con alegría a sus padres. 

Trümmerfrauen “mujeres de los escombros” en Leipzig (1949). Foto: R. Rössing. Fuente: Deutsche Fotothek.

Hace algunos meses mientras paseábamos por el bosque y la guerra entre Ucrania y Rusia comenzaba, justo hablábamos sobre la natalidad. Mi vecina comentó que percibía que uno de los argumentos de mi generación para no tener hijos era justamente la guerra y las crisis. Ella me miró y me dijo: “este es un gran problema”. Luego me contó –con más detalles– los hechos que relaté anteriormente y continuó “el problema no es la guerra, siempre hay conflictos; el problema es que los jóvenes piensen que sólo bajo ciertas condiciones materiales vale la pena vivir. El problema es su miedo y su poca esperanza. Si todos pensaran así, si se paralizaran por el miedo y la desesperanza, y esperaran al momento propicio, hace ya mucho tiempo que ya no habrían seres humanos”. 

Basta decir que me dejó muda, porque es cierto, de algún modo la desesperanza nos ha paralizado y es uno de los males que nos aqueja. Miramos el futuro con ojos pesimistas. Querido Leibniz, te equivocaste, este es el peor de los mundos posibles. 

Sin embargo, no creo que sea el único factor. Dentro de estas cuestiones externas podríamos añadir las nuevas dificultades para encontrar pareja, antes parecía mucho más sencillo, ahora ni siquiera las aplicaciones de citas son tan efectivas. Quizá podemos sumar que nos hemos concentrado más en nosotros mismos: mis viajes, mis compras, mi auto; todo lo que es mío y que gira alrededor de mí. Porque lo importante es que yo sea estable, que yo sea exitosa, que yo haga carrera, que yo sea feliz… sí, queremos ser felices, nadie por naturaleza desea ser desgraciado, pero entonces ¿por qué en una época con tantos avances somos de las generaciones más miserables? ¿Por qué la mayoría está deprimida? ¿Por qué tantos son diagnosticados con ansiedad? Preguntas complejas. Quizá tomamos todo demasiado seriamente, incluidos a nosotros mismos. 

Un factor que no puedo dejar pasar de largo, porque considero que es crucial, es la visión de la mujer. El rol social de la mujer ha cambiado con los años, la mujer ya no se queda en casa, sino que también estudia, trabaja, crece, viaja y decide. En ese sentido la maternidad se vuelve menos atractiva. Pensamos que la maternidad es un tiempo en blanco para el curriculum, aunque no son vidas excluyentes, hay madres que trabajan en una oficina o fábrica y cuando llegan a casa se ocupan de la familia. Pero incluso durante el turno laboral, nunca dejan de ser madres. 

La maternidad y paternidad son el único trabajo en el que no hay jubilación, no hay hora de entrada y tampoco de salida y por supuesto tampoco hay una remuneración. Realmente nunca ha tenido un valor monetario, pero al menos antes no estaba mal visto. Al menos antes la mujer podía decir sin vergüenza que era madre. El problema es justamente ese, que ya no lo consideramos algo importante, sino que incluso puede ser una carga. 

La diferencia entre el grado de estudios de mis abuelas y el mío es relevante, es probable que ellas estudiaran hasta la preparatoria y después se dedicaran al hogar y a criar al menos 5 hijos; mientras que yo hice una carrera universitaria ¿eso las vuelve a ellas incompetentes y a mí competente? ¿Las vuelve tontas y a mi inteligente? ¿Las vuelve sumisas y a mi liberada, independiente y empoderada? Absolutamente no. 

El mundo laboral y la oficina de impuestos nos quiere siempre trabajando: producir y consumir, producir y consumir, producir y consumir. Y así sigue la cadena. Entonces miramos un poco con desdén a la mujer que se queda en casa; porque aparentemente no produce nada; porque aparentemente ese no es un trabajo; porque aparentemente no hace nada por la sociedad; porque aparentemente ser madre es una existencia carente de sentido. 

Y como mujeres nos preocupamos y nos desgarra tener que elegir entre la casa y la vida laboral. La mujer salió de casa no solamente con el afán de realizar su propia carrera, también salió impulsada por la estrechez económica. Seamos sincero: un sólo salario ya no alcanza. ¿Son malvadas las madres que trabajan? Por supuesto que no, se dividen e incluso trabajan más eficientemente para regresar a casa lo antes posible y cuidar a sus hijos. 

¿Por qué no se considera el trabajo del hogar y la maternidad un trabajo? ¿Acaso no desarrollan habilidades? Puedo asegurar que una amiga –madre de 4 niños– tiene más capacidad de coordinar un proyecto que varios egresados de distintas carreras. La maternidad le ha enseñado nuevas técnicas y habilidades muy deseables para el mundo laboral; no se quedó en casa de brazos cruzados — administra, coordina y crea un hogar. Así que cualquier empresa debería estar feliz de contratar a una mujer que ha desarrollado estas cualidades. 

En El cuento de la criada, Margaret Atwood, imagina una sociedad distópica y semejante a nuestra actualidad. La autora canadiense parte de la idea de que todo es posible bajo ciertas circunstancias e incluso se inspiró en algunos acontecimientos históricos que ocurrieron con anterioridad. Su estancia en Berlín y la división entre Oriente y Occidente jugó un papel fundamental durante su proceso creativo. 

Portada “El cuento de la criada” de Margaret Atwood. Editorial Salamandra.

La premisa de la novela comienza con la reducción de la población por la contaminación y una serie de problemas ecológicos; la fertilidad corre riesgo y es por ello que las mujeres fértiles son el bien más preciado. En Gilead –lo que antes era Estados Unidos– un nuevo régimen teocrático y extremista ha tomado el control; con una lectura fundamentalista y literal de algunas historias bíblicas, como la de Sara o Raquel –mujeres que no podían procrear y que ofrecen a sus criadas para que tengan descendencia–, deciden distribuir a las mujeres fértiles –las criadas– entre los hombres poderosos y con esposas infértiles. La única función de las criadas es engendrar. Pero el hijo no será de la criada, sino de los esposos; la criada es despojada de la maternidad, y es utilizada únicamente como una incubadora. 

La idea de Atwood es interesante y ha inspirado a varios proyectos creativos, no solamente una adaptación cinematográfica en 1990 y que no fue tan exitosa, sino también 5 temporadas de una serie –la primera se basó en el libro y las siguientes son el producto de alargar un fenómeno popular– y sobre todo se ha constituido como parte del imaginario pro-choice estadounidense. Algunas de las mujeres que protestan por la legalización del aborto utilizan las capas rojas y los tocados blancos, que caracterizaban a las criadas; a fin de cuentas los símbolos son más fuertes que las consignas. 

Atwood escribe, en la voz del comandante, “¿Acaso no recuerdas los bares para solteros, la indignidad de las citas a ciegas en el instituto o en la universidad? El mercado de la carne. ¿No recuerdas la enorme diferencia entre las que conseguían fácilmente un hombre y las que no? Algunas llegaban a la desesperación, se morían de hambre para adelgazar, se llenaban los pechos de silicona, se hacían recortar la nariz. Piensa en la miseria humana”. La realidad supera la ficción de una novela publicada en los años 80. Nuestra sociedad se ve reflejada en estas mismas preguntas, que al final recaen en ese anhelo tan humano de sentirse amado.

Y no basta con eso, es claro que también la irresponsabilidad de algunos hombres juega un papel decisivo en la vida de algunas mujeres, el monólogo del comandante continúa: “si llegaban a casarse, las abandonaban con un niño, dos niños, sus maridos se hartaban, y se marchaban. O, de lo contrario, él se quedaba y las golpeaba.” Aunque no podemos cerrar los ojos ante el abuso y el abandono, no todo hombre es por naturaleza un padre irresponsable y golpeador. No todo hombre es aquel violador, aquel acosador esquinero que tanto proclama el feminismo radical. Pero si la feminidad está fragmentada, ¿no podemos esperar lo mismo de la masculinidad? 

Prosiguiendo con el discurso del capitán llegamos a la clave que mencioné con anterioridad: la cuestión monetaria: “O, si tenían trabajo, debían dejar a los niños en la guardería o al cuidado de alguna mujer cruel e ignorante, y tenían que pagarlo de su bolsillo, con sus sueldos miserables. Como la única medida del valor de cada uno era el dinero, las madres no obtenían ningún respeto. No me extraña que renunciaran a todo el asunto.”

Madre e hijo en Bangladesh. Foto: Mumtahina Tanni.

En una sociedad capitalista, en la que el valor de la persona no reside en el hecho de ser persona, sino en aquello que puede producir y consumir, no es de extrañar que aquellos seres incapaces de hacerlo sean mal vistos y poco deseados. Si lo único que nos define es la ley de la oferta y la demanda, no debe extrañarnos que se abandone a los ancianos porque-ya-no-son-útiles; no debe extrañarnos que el aborto sea un derecho porque aquello que está en el vientre es un producto, no un ser con toda dignidad; no debe extrañarnos que la maternidad no sea deseada porque no paga impuestos y ni gana un salario.

Un problema contemporáneo es que estamos peleados con todo aquello que tiene un valor trascendental, quizá por la desesperanza frente al futuro en este mundo y al abandono de un futuro trascendente, pero también porque nos hemos enredado con los conceptos. Ahora tenemos más de 32 pronombres diferentes para designar a dos sexos. La ideología vence a la biología. Y si por un lado despreciamos la maternidad, al grado de ya no querer identificarla con el sexo femenino, no debemos extrañarnos que ahora sea tan difícil responder a la pregunta ¿qué es una mujer? Además de lo escandaloso de este hecho, debería preocuparnos que con el fin de no herir ciertas susceptibilidades incluso haya quienes propugnen por dejar de usar la palabra mujer. Al no poder responder lo que es ser una mujer, tampoco podemos defender a la mujer y a la maternidad.

Un ejemplo de esto son las injusticias de las atletas femeninas que son vencidas por hombres que transcisionan para “ser-mujeres”. En todo caso lo más justo sería que aquellos atletas trans tuvieran su propia categoría y que compitieran entre sí. Hay que aceptarlo, jurídicamente la igualdad es posible, pero fisiológicamente es imposible, incluso entre atletas muy bien preparados. Otro ejemplo son las mujeres encarceladas que han sido violentadas por un hombre que se identifica como una mujer. ¿Acaso no nos estamos olvidando de proteger verdaderamente y dar un lugar a la mujer? Aquí es también donde el feminismo se divide, entre aquellas que consideran que un hombre trans es verdaderamente una mujer y aquellas que consternadas claman que a pesar de la transición, y por mucho que el hombre trans lo desee jamás será una mujer, y los espacios de las mujeres deben ser defendidos. 

Una última anotación que me resulta interesante de Atwood aparece casi al final de El cuento de la criada, cuando Gilead tiene un nuevo régimen y los ciudadanos se encuentran en un congreso que estudia los tiempos antiguos. El especialista afirma “el modo más eficaz de controlar a las mujeres en la reproducción y otros aspectos era mediante las mujeres mismas. Existen varios precedentes históricos de ello; de hecho, ningún imperio impuesto por las fuerzas o por otros medios ha carecido de esta característica: el control de los nativos mediante miembros de su mismo grupo”.

En la sociedad que propone Atwood las criadas eran controladas por las esposas y educadas en sus deberes por las tías, y todo giraba en torno a la reproducción, por lo que eran otras mujeres las que decidían y hablan por las otras mujeres. Es algo curioso, porque Atwood es una autora considerada feminista, y últimamente me da la impresión de que el movimiento feminista es quien afirma llevar la voz sonante de la mujer, aún cuando este movimiento no representa a todas.

La maternidad es la manzana de la discordia, afirman que toda mujer debe decidir si quiere o no quiere ser madre, a la vez que critican a aquellas que deciden ser madres y quedarse en casa: sumisas, retrógradas, patriarcales. ¿Acaso el feminismo no controla también la reproducción femenina? ¿Acaso no nos dice cómo debería ser una mujer empoderada? Con banderas de fraternidad y sororidad descartan a las mujeres que no entendemos el feminismo o la lucha de reivindicación femenina en esos mismos términos. O sea que en este movimiento de máxima apertura hay sin embargo un pensamiento hegemónico que no se puede contradecir.

Es necesario matizar que hay diferentes olas de feminismo, unos más o menos radicales que otros. Sin embargo, no es mi intención definir y demarcar el feminismo y la deconstrucción del patriarcado. Basta con decir que el feminismo se ha infiltrado incluso en universidades y ambientes católicos, en los que podría considerarse una contradicción el feminismo radical con la postura pro-vida que defiende la Iglesia. Aunque no son los únicos que se han infiltrado en ambientes ajeno: una fuente anónima con quien pude conversar hace labor dentro de los grupos feministas, del mismo modo que las feministas hacen labor dentro de estos grupos universitarios católicos. Nuestra informante cuenta que al principio comenzó discutiendo las posturas, pero con el tiempo se dio cuenta de que para verdaderamente ayudar a la mujer tienes que concentrarte en ellas –en la mujer– y no en ideologías. 

Pero no es posible ayudar si estamos rotos y lastimados; a la mujer en crisis no basta con decirle “aquí estamos”, sino que es necesario estar presente y meter las manos. Ayudar va más allá de decirte qué pastilla puedes tomar para abortar, o qué método anticonceptivo debes usar. Ayudar a la mujer consiste en escucharla, orientarla y acompañarla. 

Madre e hijo. Foto:
Sippakorn Yamkasiko.

Sorprendentemente encontré una película en Netflix que se parecía mucho al artículo Historia de dos embarazos de Mary Eberstadt que publcamos hace poco. Recalco que fue sorprendente, porque es una postura más moderada y de centro, un poco disonante respecto a la agenda que regularmente sigue Netflix. En Mis dos vidas una chica recién graduada se encuentra ante una prueba de embarazo, que bien puede ser positiva o negativa. Así vemos cómo se desarrollaría la vida de la protagonista durante los siguientes 5 años. Con la prueba positiva, decide tener a su hija y abandonar su carrera, mientras que con la prueba negativa cumple sus planes y entra a trabajar en un estudio de animación en Los Ángeles. En ambas posibilidades tiene dificultades y tras muchos esfuerzos logra su sueño profesional como dibujante y pareja. Una trama bastante previsible, pero ¿qué hubiera pasado si se apegara más a la realidad, una realidad en la que no siempre cumplimos nuestros sueños incluso cuando vivimos la vida que deseábamos? La película termina con la chica y la prueba entre sus manos, mientras que sus dos posibles versiones futuras afirman que todo estará bien. Así que al final, sin importar cuál de las dos versiones pudieran suceder, ambas son igualmente buenas. 

Nadie puede decirnos cómo vivir y al final por mucho que planeemos nuestra vida hay acontecimientos que lo cambian todo radicalmente y a veces suceden de forma espontánea. Podríamos ser optimistas y pensar que todo va a estar bien, que al final tendremos la carrera perfecta, la familia y los viajes. La realidad es que las mujeres parecen tener menos oportunidades, especialmente si se deciden por la maternidad, aunque nada les garantiza que sacrificarla les traerá felicidad. 

Abandonemos el miedo y la desesperanza. Abandonemos la idea de los momentos ideales que sólo ocurren en las películas. Abandonemos la concepción de que el trabajo del hogar y la maternidad no tienen valor sólo por no tener un salario. 

Si una futura madre lee este texto, quiero invitarla a que abandone el miedo de perderse a sí misma, esa idea de que pondrá su vida en pausa. Quizá no sea todavía el mejor de los mundos posibles, pero cada día debemos trabajar desde cada trinchera para que sea mejor. Una trinchera cuya primera línea de defensa es la maternidad — un trabajo que es fundamental para crear mejores sociedades; un trabajo sin pausas, sin horas de entrada y de salida, sin jubilación, sin quincena, sin aguinaldo y sin un perfil rimbombante de LinkedIn; pero un trabajo que mantiene unida a la sociedad, es más, un trabajo que permite que exista la sociedad.

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A propósito de El trabajo intelectual

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El trabajo intelectual
Jean Guitton, Rialp (Madrid),
2005. pp. 160.

En esta civilización “archisaturada” de conocimientos y medios para adquirirlos, todos alguna vez nos hemos sentido desalentados porque utilizamos imperfectamente nuestra energía mental y porque en el siglo XXI nuestro saber ya no puede ser enciclopédico.  No obstante, el maestro Guitton nos ofrece una guía para ordenar nuestros estudios y mejorar su rendimiento, “para perfeccionar la memoria, nervio del entendimiento; para entrelazar el espíritu con el cuerpo, obtener un esfuerzo y una labor absolutos y mantenerse, sin embargo, alegres.” Nos enseña cómo tener un tesoro sin que se pierdan ninguno de nuestros esfuerzos,  ya que “lo que desalienta en los estudios, es ver que los conocimientos no se acaban de adquirir jamás, que no se conservan, no se agregan unos a otros en un desarrollo continuo y sustancial”. Así, este pensador nos orienta sobre cómo recoger, mediante signos, el trabajo del espíritu, fijar el pensamiento propio y el de los demás, para que podamos volver a pensar sobre lo que una vez hemos conocido y amado en ese movimiento de retorno que representa el conocimiento. 

Jean Guitton, pensador católico, doctor en letras y miembro de l’Académie française, nos regaló hace más medio siglo un valiosísimo libro llamado: El Trabajo Intelectual. Podría sonarnos ajeno este título, porque usualmente descuidamos ese aspecto que es el único que al final del día nos colma de satisfacción. Pero es un error pensar que las fatigantes actividades del trabajo diario no puedan compaginarse con semejante delicia. Es aquí donde entra monsieur Guitton para compartirnos con la elocuencia de un sabio, su experiencia y consejo en este respecto.

 Enriquecido con referencias tanto interesantes como divertidas  y haciendo el libro sumamente ameno al incluir anécdotas suyas y de sublimes personajes de la talla de Simone Weil, Pascal, Victor Hugo y Napoleón, el autor nos invita a tomar el tiempo en nuestras manos  y convertirlo en una experiencia provechosa. 

Portada del libro.

Con la sencillez y amenidad de un maestro que no ha dejado de ser alumno, nos guía por el camino que debemos seguir para ejercitar nuestra voluntad y sacar provecho de nuestra existencia cotidiana. Nos recuerda cómo disponer de las herramientas que nos permitirán emplear de la mejor manera nuestra actividad intelectual y que precisamente se encuentran tan sólo en nosotros mismos. Desde cómo tomar notas, cómo dejar correr al monstruo, los  beneficios de guardar de vez en cuando nuestro detritus, y qué tipo de libros disfrutar. 

Además, sus palabras nos ponen de manifiesto que el esfuerzo intelectual puede realizarse incluso cuando se ha trabajado todo el día en la oficina. ¿Por qué escindir de los deberes de nuestra profesión las alegrías del ocio que nos concede el goce de la libertad pura? El chiste es tener siempre una atención y disposición vivaz puesto que las vicisitudes de esta vida tienen ritmos y suspensos en los cuales puede alojarse una acción del alma. Aunado a esto, “una obligación regular, que no exige una atención excesiva, pero que obliga a hacer gestos sin poner en ellos el alma, […] sirve a muchos de sostén y reposo para el trabajo del espíritu. Lo que hay que evitar es ser absorbido por ella…”

Con máximas verdaderas, simples y esenciales Guitton nos invita a ser nuestro propio maestro interior y a enriquecer la propia vida con la sustancia de lo que leemos y hacemos, puesto que todo concurre a nutrir. La clave está en “que el espíritu debe aprender a concentrarse y a encontrar en el tema, cualquiera que fuere,  su punto de aplicación; que debe hacer trabajar al reposo y a los intervalos del tiempo, a fin de madurar; [y en] que le hace falta expresarse para conocerse…”

Considero que en una ciudad caótica, en un mundo sumamente atareado, conocemos el valor del tiempo y es por eso que estamos obligados a pensar en los métodos que nos permitan utilizarlo del modo más provechoso, cosa que este profesor francés nos facilita. 

En fin, este brillante librito nos mueve a conferir un valor absoluto al acto de atención, a la perfección formal o a la tarea de un día, al reiterarnos que todo acto de atención, de paciencia, de afán de mejoramiento por mínimo que sea, encuentra en sí mismo su recompensa, independientemente del provecho y de todo resultado. 

Después de todo esto, cabe decir, sin embargo, que no nos obliga a adoptar métodos rigurosos ni resoluciones heroicas. Al contrario, nos tranquiliza e infunde confianza puesto que el progreso se logra con una práctica simple de aplicación cotidiana, como él bien refiere. Los grandes hombres no son de una esencia diferente a la nuestra, todo  hombre posee una vida intelectual en su ser y sólo es cuestión de ser creativos para engrandecer todas nuestras pequeñas tareas.

Jean Guitton Foto: Marc Gantier/ Agencia Rapho.

Pero no me mal entiendan.  El Trabajo Intelectual  no es cualquier libro de superación personal, es un manjar suculento que no se nos ofrece ya digerido y vulgarizado de manera simplona como un “libro de tips”. Jean Guitton nos permite saborear ese manjar del crecimiento intelectual y espiritual en carne propia. Nos ilumina sutilmente, cual luciérnaga posada sobre una flor, para que con nuestra paciencia aguardemos el glorioso amanecer del esfuerzo que ilumina nuestra vida.

Mejor regalo que el que hace Jean Guitton a la inteligencia y a la energía incansable de la juventud no se puede ofrecer. Sin embargo, no es un libro sólo para jóvenes. Guitton es un maestro que ningún alma ávida de pasión intelectual debe evitar. De esta forma, se nos brinda a los no tan jovencitos, la oportunidad de reflexionar sobre nuestra temprana educación escolar que frecuentemente criticamos por sus carencias, pero que examinada a la luz de lo que somos hoy y lo que nos resta por ser guarda un gran tesoro precisamente por esa imperfección.

Pensar es un arte que la sociedad actual ha dejado de valorar, pero como en todo arte, es preciso dominar las técnicas y métodos que los grandes hombres han usado, para así estar en aptitud de crear y recrear nuestro propio ser. Tengan la certeza de que esta breve joya les permitirá hacer gozar el alma en medio del propio trabajo.

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Coger al toro por los cuernos: Conversación con Jorge Arriaga El Andariego

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“¿Lo creerás, Ariadna? –dijo Teseo-. El Minotauro apenas se defendió.”
La casa de Asterion
Jorge Luis Borges

En la mitología griega existe un personaje condenado al encierro en un laberinto: el Minotauro, que es un ser con cuerpo de hombre y cabeza de toro y su nombre significa toro de Minos. Pasífae, quien fuera la esposa del rey Minos, sintió una gran atracción por un toro blanco que Poseidón le entregó a Minos para sacrificar, por lo que pidió al inventor Dédalo que fabricara una carcasa donde pusiera introducirse y la cubriera con piel de vaca para yacer con el toro de Creta. De esta unión nació el Minotauro, quien se alimentaba de carne humana y crecía en tamaño y agresividad. A petición de los reyes, Dédalo construyó un laberinto en la isla de Creta y encerraron al Minotauro en el lugar. 

En aquel tiempo, Minos venció a los atenienses y, como parte de las condiciones de derrota, cada año eran enviados 7 jóvenes y 7 doncellas atenienses como tributo para alimentar al Minotauro. En uno de los envíos, Teseo, el hijo del rey Egeo, pidió ser incluido para el tributo, con la idea de matar al Minotauro. Teseo partió con velas negras, prometiendo a su padre que si volvía con vida cambiaría las velas negras por velas blancas. Teseo llegó a Creta, la princesa Ariadna se enamoró de él y prometió ayudarle. Le entregó una madeja de hilo para que la atara en la entrada del laberinto y así lograra salir. Cuando Teseo se encontró con el Minotauro, lo apuñaló con su espada y, una vez que le diera muerte, salió del laberinto siguiendo el camino de la madeja. La historia continúa y es dramática, pero basta con mencionar que Teseo abandona en una isla a Ariadna y que se olvida de cambiar las velas negras, por lo que al verlas desde el puerto Pireo, el rey Egeo, se suicida arrojándose al mar. 

Minotauro. Foto: Marie-Lan Nguyen

Pero no solamente en la mitología el hombre ha luchado contra una bestia. Existen otros ejemplos, como los gladiadores en el circo romano que se enfrentan a leones, así como antecedentes muy antiguos de la tauromaquia, que significa el arte de luchar con toros. La tauromaquia tiene diferentes representaciones, desde correr delante de un toro como hacen en Pamplona hasta las corridas en las plazas de toros, que en el siglo XIX alcanzaron su etapa dorada. Alrededor de la corrida de toros se desenvuelve la fiesta brava, que incluye tradiciones y festejos en los que tanto el torero como el toro son los protagonistas. Las corridas tienen un origen profundamente español, pero también en México existe la afición, la industria y los toreros.

Mi experiencia con el toreo es nula, jamás he ido a una corrida y lo más cerca que he estado de la Plaza de Toros México ha sido para comer unos tacos de El Villamelón. Mi abuelo, quien a alguna corrida habrá ido, llevaba su hijos, y mi madre nos llevó a mi hermano y a mi. Chonita, con sus manos curtidas por el chile y la cecina, me ha visto crecer; cuando era niña me impresionaban las cabezas de toros que colgaban en el local y prefería no mirarlas.

@elvillamelon Fuente: Bloomberg.

En esta ocasión, desde Berlín, recuerdo los tacos de El Villamelón, los que están frente a la Plaza México, con nostalgia y con antojo, y haciendo honor al nombre, porque soy una villamelona, una profana escribiendo de lo que no sabe: de las corridas de toros y toreros.

Existen trabajos que a veces no lo parecen, porque la vocación y el talento es claro, por ejemplo con cantantes, actores, futbolistas, pintores y toreros. Hay gente que nació para cantar y que tienen la fortuna de poder vivir de eso. Otras profesiones que también tienen una vocación muy clara son los médicos, enfermeras, profesores y aquellos que combinan el trabajo social. Sin embargo, sin importar qué trabajo se ejerza, es en el tiempo libre, en el que nos dedicamos a aquellas aficiones que nos alegran el día; como jugar una cascarita, entonar o desentonar en el karaoke, hornear pasteles, leer un buen libro o certificarnos como buzos después de un largo día en la oficina. Lo mismo ocurre con los toreros. 

Cuando pienso en los toreros me viene a la mente un hombre delgado, vestido con colores vistosos, montera, medias y zapatillas; y mi primera asociación mental y único contacto con un torero es El Jarameño, el matador que le ofreció a Santa, la protagonista del mismo nombre de la novela de Federico Gamboa, sacarla de la prostitución hasta que ella lo engaña y vuelve al burdel. Recuerdo especialmente la escena antes de que El Jarameño saliera al ruedo; Gamboa escribe que no bebió su café como de costumbre, que fue a afeitarse con un barbero profesional y se vistió. Santa le pidió ir a la corrida porque se sentiría muy nerviosa sin saber de él; pero El Jarameño se negó porque tenía la fuerte idea de que si ella lo viera torear moriría. Y como siempre hacía antes de partir plaza, encendió unas veladoras a la Virgen de los Remedios, que apagaría cuando regresara. 

Cartel Cortijo El Breco.

Mi experiencia taurina es puramente literaria, sin el toro y sin la corrida, solamente cuento con el imaginario del torero. El 23 de mayo del 2021 se presentó en el Cortijo El Breco como novillero Jorge Arriaga, El Andariego, y aprovechando la ocasión de reflexionar sobre el trabajo y la presentación le pedí una entrevista. 

Jorge, muchas gracias por tu tiempo. ¿Cómo comenzó tu afición por las corridas de toros? 

Desde que era niño mis padres me llevaban a las corridas de toros, aunque ya en el momento crucial en el que el matador entraba, mi mamá me cubría los ojos, para que no viera cómo mataban al toro, porque quería protegerme de una imagen violenta, pero yo siempre quería ver, quería mirar el desarrollo de la línea del toro. Porque desde esa edad yo quería ser torero. En la casa mis padres tenían cuadros del maestro Carlos Ruano Llopis, que es uno de los máximos exponentes del arte taurino, como El toro guapo. Veía como el toro salía levantando la arena. 
Cuando tenía 14 años, mi vecino, Eulalio López, El Zotoluco, me invitó a una ceremonia íntima en Tlaxcala. Mientras manejaba, yo me dirigía a él como “señor Lalo”, hasta que me dijo que cuando se enfunde el traje de luces dejaría de ser el señor Lalo para convertirse en El Zotoluco, y eso fue realmente impresionante. Regularmente no dejan entrar a menores de edad, pero mi padre me subió los pantalones para que me viera más alto y me dejaran pasar. Después de la corrida le dije a mi papá que quería ser torero.

Jorge Arriaga y El Zotoluco.

¿Qué dijo tu padre cuando le dijiste que querías ser torero?

Al principio mi papá no me dijo nada, se quedó callado, luego se rió un poco, pero con el tiempo, me cachondeaba. Me decía “nada más no te llevo a la Quebrada porque vas a querer ser clavadista”. Mi papá me dijo que no podía ser torero, que primero estudiara una carrera y después hiciera lo que quisiera. Entonces, estudié derecho. Cuando terminé la carrera, volví a toparme con pared, mi papá me dijo que no bastaba el título, que me pusiera a trabajar. La relación con mi papá es muy tensa. Nuestro mayor vínculo de comunicación son los toros, cuando me cuenta de las diferencias de complexiones entre los toros españoles y los mexicanos o de alguna faena, pero aún así prefería que estudiara una carrera. Hace año y medio me dijo que soy un soñador, pero no me lo tomo a mal, para que las cosas ocurran, antes alguien tiene que haberlas soñado. Y con mucho orgullo soy un soñador y espero cumplir mi sueño. Debo reconocer que al principio me dolió, pero después me tocó el orgullo, y Dios que me puso los medios para lograrlo, porque no cae una hoja del árbol sin que Dios lo quiera.
Yo acabo de tener un hijo y, si un día me dice papá quiero ser futbolista, basquetbolista o lo que sea, yo no lo voy a impedir, aunque sea su padre, no soy nadie para cortarle las alas. Espero que cuando llegue el día, estar a la altura para apoyar cualquier sueño que tenga mi hijo. 

Entonces eres un abogado torero, pero regularmente ¿los toreros se dedican cien por ciento a ser toreros como profesión o es una segunda profesión? En otras palabras ¿se puede vivir de ser torero?

Me parece que los toreros somos multifacéticos. Hay toreros que son poetas, que son arquitectos o abogados, como yo. Los tiempos han cambiado, no es como en los años dorados del toreo. Los contratos no llegan siempre. En el principio, tú pagas por torear, pagas el capote, el traje de luces, el toro. Antes te hacías torero para comprarle la casa a tu mamá, y ahora tienes que venderla para poder ser torero. Pero también hay que apoyar a la industria. Toda mi indumentaria, las banderillas, añadidos, monteras y espadas las compré en México, para apoyar a los artesanos mexicanos, que su trabajo es de gran calidad y tienen el mismo calibre que los artesanos españoles. La fiesta brava por excelencia viene de España, es una tradición heredada que también es parte de nuestra historia. 

Traje de luces. Foto: Jorge Arriaga

Esta pregunta es parte de mi ignorancia del mundo taurino, la imagen del torero es muy clara, pero ¿hay mujeres toreras?

Claro, es algo que apoyo y aplaudo mucho. Las mujeres que se visten de luces son muy valientes, algunas han sufrido cornadas y las admiro. También hay machismo, pero ha habido mujeres muy importantes como Conchita Cintrón, una magnífica matadora. Lea Vicens es una matadora muy importante, francesa de Nimes y que es bióloga. He visto algunos de sus vídeos, porque no ha venido a México y es maravillosa. Hay pocas, pero tienen mucho que aportar.

Así como los futbolistas tienen años mejores y alrededor de los 40 o antes deben retirarse, ¿aplica lo mismo para un torero? Como si fuera una carrera contra el envejecimiento, ¿hasta qué edad puede torear un torero?

El toro te va a embestir así seas guapo, feo, rico, clase media, mujer u hombre. Y lo mismo pasa con la edad, al toro no le importa si tienes 18 o 60 años, no te va a pedir el certificado médico o el acta de nacimiento, simplemente te va embestir; aunque el toro fuera muy grande, no vas a salir a cargarlo, sino a torearlo. Un torero al que admiro mucho y del que he aprendido bastante, tiene 70 años y sigue toreando, su edad no es impedimento.

¿Cómo es la disciplina de un torero? ¿Tienen entrenamientos?

Sí hay entrenamientos, desde practicar con las vaquillas que no tienen pitones (cuernos), se llaman los tentaderos, y presentas lo que entrenaste en el salón, o con una carretilla, el aparato o con una persona que pretende ser el toro. Pero siempre con mucho respeto, porque así sea una vaquilla, no hay que perderla de vista.

Partiendo plaza. El Andariego.

Antes mencionaste a Dios y me parece que hay una relación entre la religión y las corridas. De hecho, tu capa tiene la imagen de la virgen de Guadalupe.

Sí, regularmente los capotes de paseo tienen imágenes religiosas: la Guadalupana, el Cristo del gran poder, la Dolorosa, la Macarena. Y para mí es muy significativo, porque soy devoto de la virgen de Guadalupe. Cuando me lié el capote por primera vez, sentí como un choque eléctrico y mucha emoción. El traje de luces es algo que debe ser muy respetado, a lo mejor es lo último que usarás.
El matador sabe que se va, pero no sabe que va a regresar. Muchos tienen algunas señales, casi supersticiosas, pero que los ayudan a entrar al ruedo. Hay quienes no dejan calcetines en la cama, o dejan la luz encendida, como señal de que regresarán a apagarla.

Que interesante lo de las señales, esa esperanza de no morir. ¿No te da miedo? Porque debe ser muy imponente pararse frente a un toro.

Claro que da miedo, y aquél que diga que no es un mentiroso. A los toros hay que temerlos, pero sobre todo respetarlos. No hay enemigo pequeño, y pensar eso puede evitar peligros. No hay que perder de vista al toro de lidia, porque en ocasiones los accidentes pueden pasar por imprudencias. Dicen que a los toros no hay que quitarles la cara ni en bistecs, porque te puedes atragantar. 

Especialmente ahora que tienes un bebé, ¿no te detiene la idea de que pudieras morir?

Claro que me da miedo. Mi esposa no está tan de acuerdo, pero, cuando estaba en la arena, lo primero que pensé fue en mi hijo. Claro que tuve miedo a lo incierto, lo que puede suceder en una lidia es impredecible y no sabes si regresarás a casa, pero es mi sueño, y todo el tiempo pensé en mi hijo, mi esposa y mi familia. 

Cambiando un poco el tema. ¿Cómo es la afición taurina? 

Los taurinos estamos para sumar e integrar a la gente. Me parece que es una afición unida, toda una verbena cultural. Los ves comiendo en El Villamelón, una birria en El Paisa o una paella; algunos con una bota y un puro, disfrutando la fiesta. Federico García Lorca decía que Fiesta de toros es la más culta, pero aún así no lo sabes todo de la Fiesta taurina, se sigue escribiendo sobre toros ¿Qué no se puede escribir sobre los toros? Bueno, pues desde el peso del toro, la vestimenta y las faenas. La compañía es muy importante. Ahora los jóvenes casi no van, creen que es una afición de “viejitos”, pero creo que es una fiesta para todos. Algunos van a la corrida sin respeto, sólo para tomar y dejarse ver socialmente, sin considerar que el toro con su bravura y el torero se juegan la vida. 

Jorge Arriaga El Andariego

Quisiera tocar un punto muy importante y un tanto sensible. ¿Qué opinas de las críticas de los anti-taurinos y los protectores de animales que no consideran que las corridas son un arte, sino una tortura y crueldad animal? Igual los rastros no ofrecen una muerte más misericordiosa, pero la corrida puede herir algunas sensibilidades, ante la idea de que un animal sufra y que se haga un espectáculo de su muerte.

Quiero comenzar con una frase del biólogo Jacques Cousteau: “Sólo cuando el hombre haya superado la muerte y lo imprevisible no exista morirá la fiesta de toros, se perderá en el reino de la utopía y el dios mitológico encarnado en el toro de lidia derramará vanamente su sangre en la alcantarilla de un lúgubre matadero de reses”. El toro sin la fiesta taurina moriría en el anonimato de un lúgubre matadero. El toro de lidia vive como un rey, el ganadero no lo tiene hacinado, sino que tiene un territorio amplio, en un cerro tiene su comida y en otro cerro el agua. El toro de lidia lucha por su vida y a veces por su bravura se le indulta la vida y el toro regresa a su campo y se convierte en semental. Si quieren prohibir las corridas, terminarán con la especie del toro de lidia.  Creo que es necesario el respeto, de las otras comunidades. La carne es parte de la pirámide alimenticia. No es que los aficionados seamos sádicos, no vamos por el sufrimiento del toro, sino por el arte de torear. Sobre la sensibilidad, lo mismo podría suceder con la pesca o la caza. En la corrida el toro lucha y es un adversario digno, tiene una naturaleza combativa y es por eso que la vida del torero está en riesgo. El torero se juega la vida, es una lucha entre la fuerza y la astucia. No me parece que las corridas sean una crueldad; otras actividades como las luchas son más crueles, porque es una lucha entre hermanos, pero respeto a aquellos a los que les gusta. 
La crueldad animal se da en la peleas de perros o de gallos. Algunos anti-taurinos por desprestigiar la Fiesta de Toros dicen que antes de que el toro salga le ponen Vic Vaporub en los ojos y golpean los testículos del toro, pero eso es una calumnia y completa falsedad porque no hay amor más grande hacia un toro que el del ganadero y el torero. Sin toro no hay corrida, es el centro, el toro te puede llevar para arriba y para abajo, pero el torero siempre lo respeta. Porque el torero necesita la bravura del toro.

¿Balance Vida-Trabajo? Una des-industrialización de la sociedad moderna

Agradecimiento a “mi Mary”

Por Irene Hernández Oñate

Dios ha bendecido mi casa con la presencia y el trabajo doméstico de una persona a quien admiro y respeto: la Sra María Pedro Pablo originaria de Nochixtlán, Oaxaca. Llegó conmigo para alivianar la carga de mi trajín doméstico. Cuando la conocí, me limité a preguntarle si estaba casada y si tenía hijos. Me contestó que estaba casada sólo por la iglesia y que tenía dos hijos: Alberta de siete años y Carlos Daniel de cuatro.

Acto seguido le indiqué sus responsabilidades, los días que necesitaba que viniera a trabajar y su paga diaria. En esa época no me interesaba conocer más de las circunstancias de su vida. Así dio inicio una relación que empezó siendo sólo laboral a secas, que dura ya más de veinte años y que ha madurado y se ha convertido en una relación fraterna-laboral. Durante los primeros diez años de convivencia, ella padeció muchas vicisitudes en su vida personal: al poco tiempo de nacer su ultimo hijo Oswaldo, su frustrado esposo comenzó a golpearla y pasado el tiempo también comenzó a golpear a su hijita Alberta, de diez años, hasta que el hombre acabó abandonando a su familia.

Mujer indígena. Ilustración Claudio Linati del libro
“Costumbres civiles, militares y religiosas de México”.

María vivía arrimada, con sus tres niños pequeños, en un cuartito con techo de lámina propiedad de su padre; sus hermanos solteros comenzaron a maltratar física y psicológicamente a sus niños mientras ella tenía que trabajar.  Dejaba su cuartito muy temprano en la mañana pues hacía dos horas de camino a su lugar de trabajo, es decir, mi casa; y regresaba ya de noche con sus niños. Al abandonarla, su esposo la despojó del único patrimonio que entre los dos estaban creando: un terrenito en un área popular del estado de México. 

Pasados tres años de todas estas vicisitudes, la Sra. María me sorprendió un día con una solicitud desesperada: “Sra. Irene, necesito que me preste $5,000.00 para no perder un terrenito que estoy pagando. Mis padres y mis hermanos no tienen la voluntad ni los medios para ayudarme. Mi padre me increpó porque las mujeres no saben nada de negocios y que mejor debo dejar perder el terreno y no meterle más dinero bueno al malo”. Nunca me esperé que con el magro ingreso que obtenía de trabajar conmigo (a estas alturas ya trabajaba conmigo cinco días a la semana y yo era su única patrona), todavía tuviera la “disciplina financiera” de limitar sus gastos (básicamente agua, luz, gas y comida para ella y sus tres hijos) y poder pagar ella sola los abonos mensuales de un nuevo terrenito. Ustedes pensarán: qué buen corazón de la Sra. Irene. ¡Le prestó los cinco mil pesitos! Pues no, realmente no le creí lo del pago del terrenito en mensualidades, así que le pedí los papeles donde constara dicha situación. ¡Y me los trajo!  Me quedé con el ojo cuadrado, y ahora sí, le presté los $5,000.00 los cuales fue pagando semana a semana. 

  Pasada una década de relación, Dios nos iluminó a mi esposo y a mí, para reconocerle su trabajo diligente y honrado y convenimos en otorgarle una gratificación para que pudiera construir un cuartito y poder así, liberarse ella y sus hijos del infierno en el que vivían por ser arrimados en casa de su padre. ¿En dónde creen que iba a construir el susodicho cuartito? Pues ni más ni menos que en el terrenito que ella sola terminó de pagar y del cual me trajo sus papeles de posesión. Se trata de un área en el Estado de México regularizada durante la gestión del presidente Vicente Fox. Mi esposo y yo le pedimos que nos trajera un presupuesto del costo de dicho cuartito y le dimos su gratificación.  ¡Esta mujer hace milagros con el dinero! Le alcanzó para hacer dos cuartitos en lugar de uno y callarle la boca a su padre. Su padre es trabajador de la construcción y terminó por ayudarle con su mano de obra y su “know-how” de albañil. 

 Mirando en retrospectiva ella es la roca invisible, inadvertida que sostiene mi cordura por su constancia, su honradez, su lealtad y su diligencia, así como la suave discreción que caracteriza su personalidad. Y por ello tiene mi eterno agradecimiento. Tristemente su personalidad discreta proviene del sometimiento machista que a la fecha vive en su propia familia (ahora sus dos hijos varones son los que la hacen sufrir) y del que vivió con el padre de sus hijos hasta que la abandonó.

El Papa Juan Pablo II -en su discurso dirigido a los colombianos en el parque El Tunal en Bogotá el jueves 3 de julio de 1986- decía que entre ustedes, hijos de Dios “… habrá muchos que encuentran en el trabajo grandes satisfacciones. Un trabajo seguro, con un salario suficiente para poder sustentar la propia familia; felices de poder ofrecer a los hijos una mesa bien servida, en un hogar decente y acogedor, vestirlos bien, darles una buena educación con miras a un futuro mejor”. Si este es tu caso el Papa te aconseja:  “Mostrad por ello siempre un corazón agradecido a Dios”.  Pero el Papa también te pide que no pierdas de vista  que hay “también no pocos con grandes dificultades. Me refiero a cuantos sufrís el dolor de ver a los hijos privados de lo necesario para su alimento, vestido, educación; o que vivís en la estrechez de un humilde cuarto, carentes de los servicios elementales, lejos de vuestros sitios de trabajo; un trabajo a veces mal remunerado e incierto; angustiados por la inseguridad del futuro. Y hay también, por desgracia, muchos de entre vosotros que sois víctimas del desempleo. Sufrís porque no tenéis trabajo, después de haberlo buscado inútilmente y a pesar de estar capacitados para ello”.  

Esta última descripción del Papa señala a cabalidad las angustias de la mayoría de las “Marys”, conserjes y chóferes particulares de mi colonia; y he corroborado que a muchas de mis “vecinas patronas” no les interesa conocer la vida personal de sus “Marys” y mucho menos involucrarse en sus vicisitudes. Desgraciadamente, las patronas que más aguantaron, a los tres meses del encierro forzoso por la pandemia despidieron a sus “Marys”.

La muchacha de la escuderia. Lienzo Jean-Baptiste Simeon Chardin

En mi familia hicimos un gran esfuerzo, pero apoyamos a la Sra. María pagándole íntegro su sueldo durante 10 meses y medio sin que tuviera que venir a trabajar, para evitar así que se expusiera al Covid por tener que usar transporte público. Si antes de la pandemia tú eras una patrona agraciada con el privilegio de tener una “Mary” a tu servicio, deseo de corazón que hayas hecho un esfuerzo por pagarle su día o semana o mes a pesar de no aceptarla a trabajar en tu casa por el riesgo que corría tu familia de contagiarse de Covid19 y de no correrla dejándola a su suerte.

Me despido con una última reflexión del Papa Juan Pablo II del mismo discurso antes mencionado: “El trabajo, que lleva siempre el sello de la dignidad del hombre, no es superior o más digno porque sea objetivamente más importante o mejor remunerado; también los trabajos más humildes y fatigosos tienen como distintivo propio la dignidad personal. En consecuencia, no olvidéis que la dignidad del trabajo depende no tanto de lo que se hace, cuanto de quien lo ejecuta que, en caso del hombre, es un ser espiritual, inteligente y libre”. 

¿Tú has admirado a alguna de las “Marys” que Dios ha puesto en tu vida? ¿Alguna de ellas ha crecido en humanidad al trabajar para ti?

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