¿Balance Vida-Trabajo? Una des-industrialización de la sociedad moderna

por | Nov 14, 2022 | 0 Comentarios

Por Alfonso Torres Farber

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“The Great Attrition” (El Gran Desgaste) o “The Great Resignation” (La Gran Renuncia), términos que se escuchan mucho en estos últimos meses, establecen un símil entre la Gran Depresión de los años treinta o la Gran Recesión de 2008 y la situación actual en Estados Unidos. A diferencia de las otras crisis, La Gran Renuncia no se trata de una crisis económica ni de desempleo. Se refiere más bien al fenómeno del aumento de renuncias que se ha dado en el mundo.

Se calcula que alrededor de 20 millones de personas en Estados Unidos han renunciado a sus trabajos desde inicios del 2021. Numerosos sectores y empresas están teniendo problemas para “encontrar talento”, es decir, candidatos con el perfil adecuado para las funciones que necesitan cubrir las empresas. Se han publicado muchos estudios y artículos intentando explicar las razones detrás del fenómeno y dar recomendaciones a las empresas sobre como reaccionar para retener (o “fidelizar” en uno de esos términos de moda) “el talento”.

La pandemia por COVID 19 generó muchos cambios en la sociedad: las crisis emocionales, la patente cercanía de la muerte y la dolorosa pérdida de seres queridos y amigos hicieron reflexionar a muchas personas sobre el valor de la vida cotidiana en el hogar y las relaciones familiares. Más allá de si esta valoración es positiva o negativa, está claro que es distinta a la visión que se tenía antes de la pandemia.

Muchas personas han cambiado de residencia buscando una mejor “calidad de vida”, entendida como tener más tiempo para otras actividades más allá de las profesionales.

Convivir y asumir a mayor profundidad el cuidado de pareja, hijos, primos, abuelos, etc., ha motivado una revalorización del tiempo que se dedica a la familia. Hay quienes buscan ahora poder dedicar más y mejor tiempo a la familia, pero también se da el fenómeno contrario; para algunos la pandemia los reafirmó en su intención de huir del hogar y desentenderse de las obligaciones familiares.

Desde hace varios años en entornos profesionales se promueve la idea de un balance vida-trabajo. En estas discusiones no queda del todo claro qué es el trabajo, pues parece que todas las actividades humanas requieren “trabajo” en algún sentido.

Solemos llamar “trabajo” a las actividades profesionales remuneradas que desempeñamos. Sin embargo, recordando lo básico de mis clases de física: la fuerza que se aplica sobre un cuerpo para desplazarlo una distancia genera una transmisión de energía que se llama trabajo. Si llevamos esto a nuestra vida diaria el trabajo es el esfuerzo que tengo que realizar (fuerza) para conseguir un resultado (mover un cuerpo una distancia).

En el mundo laboral, el trabajo es el esfuerzo que los trabajadores realizan para obtener un resultado. Por ejemplo, el esfuerzo de un agricultor al preparar la tierra, sembrar las semillas, regarlas y cultivarlas para poder obtener un fruto. O el esfuerzo que debe realizar un vendedor entrenándose, conociendo a fondo lo que vende y convenciendo al comprador para lograr vender un producto o servicio.

Pero el trabajo no se limita a las actividades profesionales, las actividades sociales también requieren un esfuerzo. Para cultivar una amistad hay que interesarnos por el amigo, estar pendiente de él, frecuentarlo, dejar de hacer alguna cosa en favor de la amistad y poder mantener y profundizar la amistad. Y la amistad, en estricto sentido, no tiene precio, ¿cuánto costaría tener una persona en la que confías, que te puede apoyar o con quien simplemente puedes pasar un buen rato?

Lo mismo con las actividades familiares. Recuerdo una plática con una persona de recursos humanos que me decía que mi esposa no trabaja, a lo cual respondí que sí trabaja y mucho, probablemente más que yo. Ella se dedica a la administración de mi familia, atiende a la casa, cuida de mis hijos, crea un hogar. Me replicó que se refería a que no recibe una contraprestación por ese trabajo, lo cual tampoco es cierto. Muchas veces yo quisiera recibir una contraprestación como la que ella recibe en el día a día: ver crecer a sus hijos, formarlos en personas de bien, el alivio de consolar a la familia y poder tener una casa digna. No todo resultado tiene que ser monetario. Como me decía un buen amigo, “las mejores cosas de la vida son gratuitas”, o muchas de las cosas que se logran a través de un trabajo no se pueden monetizar.

Y qué decir de las actividades personales, ya sea mantener la salud física, mental o intelectual. Incluso descansar requiere de algún esfuerzo, solo hay que ver a todos los que sufrimos de insomnio.

Al final todas las actividades que desempeña una persona exigen un trabajo. Es la energía que se requiere para todos estos trabajos no monetarios la que se está revalorando.

¿Qué es lo que no me gusta del término de “Balance de Vida y Trabajo”? Que contrapone la vida al trabajo, cuando están intrínsecamente unidas, y crea la percepción de que el trabajo es contrario a la vida o es un mal necesario que hay que disminuir o intentar eliminar.

El trabajo es parte de la vida, le da un sentido de dignidad a la persona. El trabajo es directamente proporcional al prestigio de la persona. Un buen profesional es el que realiza un buen trabajo laboral. Un buen amigo es el que se esfuerza por serlo. Un buen padre de familia es el que lucha por estar para su familia. Es decir, la energía que se genera al trabajar nos hace crecer como personas y más aún cuando el propósito de ese trabajo va más allá de lo meramente material o mundano-. Este es el tipo de reflexiones que se están dando en esta nueva normalidad.

El balance de vida no se logra separando las actividades o responsabilidades de la persona (Profesionales, Familiares, Sociales y Personales), sino fomentando la flexibilidad para que convivan unas con otras, reconociéndonos como personas íntegras que realizan todo tipo de actividades que contribuyen a un mejor desempeño del negocio y de la vida en general.

Y vuelvo a la fórmula de trabajo, reconociendo tanto el esfuerzo como el objetivo logrado, de manera balanceada, sin fomentar organizaciones con empleados cuya principal meta es crear la percepción de que generan grandes resultados, sin importar cuánto se desgasten o “apoderándose” del esfuerzo de otros para su propio reconocimiento. Ni organizaciones que generen un ambiente de laboriosidad improductiva, donde lo que más importa es “calentar la silla” y se ve con malos ojos o se critica a los que combinan actividades profesionales, personales y sociales durante su jornada laboral.

Se tiene que reconocer a la persona por lo que es, no por lo que hace o sabe hacer, dejando atrás la asignación de un capital humano donde se tiene a la persona como un activo que genera crecimiento, sino más bien fomentar el crecimiento de las personas a través de su trabajo de manera integral para beneficio de la sociedad.

Cada vez más, la automatización va eliminando las actividades repetitivas que se realizan en el ámbito profesional.  Ahora se necesitan personas capaces de conectar los puntos, que entiendan por qué suceden las cosas, que sepan interpretar los datos, no solo procesarlos, y que sepan intercalar sus tareas profesionales con la vida social y familiar.

El tener personal que lleva una vida social, familiar y personal sana enriquece a la organización, no por la experiencia que sus colaboradores puedan tener en un tema en específico sino por cómo pueden contribuir de una forma más integral a la toma de decisiones.

Alguien me dijo que la mayoría de las tareas profesionales que se realizaron en 2018 no existían en 1940. Esto va a seguir sucediendo y creo que a mayor velocidad; con la cantidad de información que se tiene, que cada vez es mayor, la capacidad de procesamiento de esta información que nos brinda la tecnología, que cada vez va a ser mayor, visualizo un nuevo tipo de organizaciones matriciales, donde se realizarán tareas que respondan a proyectos específicos, con menos niveles jerárquicos, con liderazgo positivo, con personas más generalistas que saben interpretar lo que la tecnología nos brinda y conectarlo con la vida real.

En los tiempos pre-industriales (antes de la revolución industrial), la economía era comunitaria. La familia jugaba un rol indispensable. El padre, la madre y los hijos  trabajaban hombro con hombro para generar bienes y eran reconocidos en la sociedad como personas, no como activos o capital humano. Con la revolución industrial se utilizó la tecnología para aumentar la productividad y disminuir los precios. Se mecanizaron muchos procesos, tanto en la educación, la vida profesional y el trabajo en general. Ahora estamos entrando en una nueva era donde se pueden explotar los beneficios cada vez mayores de la tecnología y reintegrar al “trabajador” en todas sus dimensiones.

Actualmente, hay muchas preocupaciones entre si el trabajo debe ser presencial, remoto o híbrido. Primero que nada se tienen que ajustar los horarios de trabajo, como sucedió en los tiempos de la industrialización, donde se redujeron los tiempos de 12 horas laborables a 8 horas. Después, el principal reto está en revalorizar a las personas como individuos íntegros que aportan un valor superior al capital que se genera y que deben ser recompensados justamente por el trabajo (esfuerzo y resultados) que generan.

El valor de los bienes y servicios tendría que incluir el valor del trabajo (esfuerzo y beneficios) y no solo la utilidad que le asigna el consumidor, utilidad sujeta a percepciones y modas que pueden modificar sustancialmente el precio que paga  el consumidor por esos bienes o servicios.

Creo que estamos viviendo un punto de inflexión en la sociedad moderna y no solo por lo que vemos más cercano: digitalización, ocupación profesional remota y sin barreras de nacionalidad, renuncias y dificultad para conseguir talento y muchos etcéteras. Todo esto solo nos está mostrando el cambio social que estamos transitando y se trata sin duda de un cambio positivo.

Redacción

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