“Yo no me quiero vacunar” me dijo un día mamá. Obviamente, me preocupé. ¿Cómo que no quiere vacunarse de un virus que ha ocasionado una pandemia global de dimensiones bíblicas?
Sí, estamos en medio de una pandemia. Uno pensaría que vacunarse es el deseo de todos. Y pues cómo no pensarlo, hay un virus allá afuera que está haciendo estragos en la sociedad, y la manera más eficaz de hacerle frente es con una vacuna.
Sin embargo, al igual que mi mamá, no todos piensan así. Las vacunas, que tantos beneficios nos han dado, tienen sus peligros menores. En sus etapas de desarrollo y experimentación, etapas en las que se encuentran las actuales vacunas, en un porcentaje muy reducido, pueden hacerle daño o incluso matar a los que se la apliquen. De hecho, de las vacunas disponibles, hay algunas que no son recomendables para mayores de 65 años y otras que están contraindicadas para personas alérgicas.
Mi mamá ha dicho: yo no soy conejillo de indias de nadie. Por mi parte, quise serlo de una vacuna para ayudarle a desarrollarse en una de sus fases, pero como soy esquizofrénico no pude ser candidato. Yo me imaginaba como un paladín del avance científico, pero no pudo ser.
¿Es malo ser conejillo de indias? ¿qué hacer? Son decisiones muy personales, claro está. Cada quien su cuerpo, y cada quien decide ¿no?
Más o menos. Las vacunas, por el otro lado, nos pueden ayudar a conseguir la inmunidad de rebaño, tan necesitada en estos momentos. Quizá la única manera de exterminar a este virus de la faz de la tierra, es por medio de una vacunación generalizada. Entonces ¿debería ser obligatorio ponerse la vacuna?
No lo sé.
Claramente todos nos beneficiamos de que algunas enfermedades como polio, tuberculosis y otras estén controladas. Sin las vacunas, quién sabe dónde estaría la humanidad. Las gráficas son muy claras. Desde que sale una vacuna, esa enfermedad desaparece, se le pierde el miedo.
Entonces, ¿por qué el escepticismo? El avance científico debería ser recibido con los brazos abiertos. Con gritos de júbilo. Y, sin embargo, dan pie a las desastrosas y perjudiciales teorías de la conspiración y a una incredulidad de lo más extraña.
Es como si pensaran que, o te la juegas a que te mate el virus, o te la juegas a que te mate la vacuna. Y no debería de ser así, creo yo.
Claro que quisiera que mi mamá se vacunara. Me sentiría más seguro de sus idas al súper o a misa, razones casi exclusivas por las cuales sale de casa. Pero yo siento angustia cada que lo hace ¿debería vacunarse para darle seguridad a sus seres queridos?
De nuevo, no lo sé.
Yo tengo 38 años. Vivo en México. Mi turno de vacunarme va a llegar quién sabe cuándo. Quizá el año que entra. Dicen que no soy población de riesgo. Y puede ser; de hecho, ya me contagié del méndigo virus, y más allá de fiebre, diarrea y cansancio, no pasó nada muy grave. Pero los anticuerpos que creas por adquirir la enfermedad, no parecen ser permanentes. Así que mi camino a la inmunidad, pasa, claro está, por vacunarme. Y yo por supuesto que quiero vacunarme. A mí, de hecho, me sorprende que las vacunas hayan salido a la velocidad que salieron. Me hace pensar que hay gente muy trabajadora e inteligente atrás.
Es un tema delicado. Pienso, que requiere un mayor debate y más información para que podamos llegar a un punto de acuerdo entre todos. Sin embargo, yo hablo mucho con mi mamá, pero ella está férrea en su punto de vista. Y está en todo su derecho. He ahí lo complicado.
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