5. México como botín / Muerte por acidia

por | Ago 17, 2023 | 0 Comentarios

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En el origen de estos vicios se encuentra la carencia de una formación política sólida compuesta por ideales, principios e ideas.

Muchos políticos no tienen claro qué ideales son los que orientan su actuar, no han pensado o han olvidado hacia qué metas, anhelos profundos y horizontes dirigen sus acciones. Tampoco tienen claro sus principios: aquellos lineamientos de su actuar en los que no están dispuestos a transigir, al margen del costo electoral que esto pueda tener o de la recompensa monetaria. Sin ideales y principios es muy difícil tener ideas nuevas, que nos ayuden a transformar nuestra realidad.

El vacío de ideales y principios, y la carencia de ideas es quizá lo que ha permitido el auge del marketing político como la dimensión esencial de la actividad política contemporánea. El marketing político es un hijo bastardo de la política  que tiene antecedentes en la práctica sofística denunciada magistralmente por Platón en “Gorgias”, y que adquirió una nueva fuerza con la conjugación del advenimiento de la televisión y el genio norteamericano para vender todo, hasta políticos.[1]

El marketing político es una forma suave de la propaganda, esa estrategia de manipulación de masas perfeccionada por Joseph Goebbels durante el régimen Nazi y tan popular también en el otro totalitarismo stalinista. Pero no por suave es menos peligroso, adictivo y dañino para la vida democrática. El marketing político es propaganda “sin alcohol”, pero no sin azúcar. Y una adicción a las bebidas azucaradas es también dañina.

Afiche de propaganda conmemorativo del partido NSDAP. Nuremberg 1933. Fuente: Alexander Schulz

El marketing político substituye el contenido por la forma: lo importante no es tener un buen candidato, con ideales claros y nobles, principios firmes y muchas ideas. Lo importante más bien es cómo ven las masas al candidato, cómo retrata en televisión, si da la apariencia de ser una persona confiable y amable; o más bien parece un arrogante y egoísta.

En la última década el marketing político ha acaparado la mente y la imaginación de los estrategas de campaña, y ha substituido la creación de un discurso coherente y la presentación de una visión política esperanzadora, ambiciosa y de grandes horizontes, por la obsesión con la apariencia y con los aspectos más triviales del candidato o la candidata: si usa o no bigote, si se presenta con falda o pantalón; si utiliza saco o chamarra; si va o no con corbata; si utiliza colores obscuros o colores pastel; si tiene un “distintivo” como un zarape, o un rebozo.[2]

No es de extrañar por eso ni el hartazgo ni la rabia de millones de ciudadanos frente a campañas insípidas, con las mismas promesas vacías de siempre, las mismas fotografías y frases huecas de los candidatos.

La homogeneidad en los diseños visuales y auditivos de las campañas, y la nula creatividad en la propuesta, deja entrever que en México no existen suficientes agencias de marketing, o que todos los partidos recurren a las mismas malas agencias.

El marketing político, con el complemento de la obsesión por las encuestas, es la mezcla perfecta para reducir el ejercicio político y las campañas para ganar el voto ciudadano a algo similar al lanzamiento y la colocación en el mercado de un nuevo champú o de una crema de afeitar.

Fuente: El País

Uno de los “méritos” del marketing político, es haber transformado el periodo de campañas en México en las semanas más desagradables para ver la televisión o escuchar la radio; bombardeados por anuncios insulsos e idénticos entre sí, la mayoría de los mexicanos añoramos el fin de las campañas y el retorno de los anuncios insulsos e idénticos entre sí de productos, no de candidatos.

La carencia de una visión y formación política sólida, así como los excesos cotidianos del marketing político llevan a muchos mexicanos a pensar que para la llamada clase política México es más un botín, que una promesa; un botín del que hay que apoderarse a toda costa. Un botín de privilegios económicos y jurídicos que permite, a quien es lo suficientemente descarado y temerario, tener más que los demás, violar la ley con impunidad y abusar de los otros.

La actitud cínica y destructiva de tantos políticos muestra que, aunque añoran y viven para alcanzar el poder, no saben qué es el poder, ni para qué sirve: “Macht bessesen, macht vergessen” en la concisa y contundente frase de Richard von Weizäcker[3].


[1] Al respecto es enormemente interesante el artículo de la historiadora Jill Lepore, “The Lie Factory,” New Yorker, 24 de septiembre del 2011. Véase también Robert Shiller y George Akerlof,  Phishing for Phools (Princeton: Princeton University Press, 2015) en específico el capítulo 5 “Phishing in Politics”.

[2] De nuevo es recommendable Jill Lepore, “Politics and the New Machine,” New Yorker, 16 de noviembre de 2015. Y Jill Lepore, “The Party Crashers,” New Yorker, 22 de febrero de 2016. También es muy enriquecedora la reflexión de David Axelrod, Believer (Nueva York: Penguin, 2015) Pg. 74 ss. David Axelrod fue estratega de las campañas de Obama.

[3] La frase podría traducirse así: “Nuestros políticos están poseídos por el poder, y se han olvidado de para qué sirve el poder”. Y era una de las frases de Richard von Weizäcker, sexto Presidente de la República Federal Alemana. Debo la referencia a Mathias Geffrat, „Können Protestbewegungen etwas ändern? Eine Zwischenbilanz der Proteste. Teil 3 von 3.” [¿Pueden cambiar algo los movimientos de protesta? Un balance intermedio de la protesta. Tercera de tres partes.] Programa radiofónico “Essay und Diskurs” emitido el 4 de marzo de 2012.

Fernando Galindo

Fernando Galindo

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