En 1453 cayó Constantinopla en manos de Mehmed II, cambiando por completo una época. Los turcos comprendieron que los iconos eran una ventana hacia la divinidad, que regresa la mirada; es por ello que destruyeron especialmente los ojos. Santa Sofía dejó de ser catedral para convertirse en una mezquita. Los iconos fueron cubiertos con yeso. Tras la caída del Imperio Otomano y la formación en 1923 de Turquía, el presidente Ataturk decidió convertirla en museo. Su calidad de museo la convertía en un territorio neutro, donde los símbolos islámicos coexisten con los iconos ortodoxos. Se restauraron los iconos, entre ellos el Déesis (que en griego significa “plegaria”). Jesús está en el centro sosteniendo la Biblia mientras que María y Juan el Bautista lo contemplan. Este icono es único en su clase. Recientemente el presidente Erdogan ha reconvertido a Santa Sofía en una mezquita, fracturando la coexistencia de dos mundos.
Entre el ruido y la prisa de Jerusalén
Entre el ruido y la prisa de Jerusalén, un hombre detuvo el tiempo, sin vergüenza, no como en ocasiones puede ocurrirnos, que nos persignamos rápido para que otros no vean. Abstraído del mundo, en un diálogo personal, hace de su vida una oración constante.
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