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Pregunta un alumno de medicina: “Padre, en la Nueva Carta a los Agentes Sanitarios se dice que algunas personas pueden rechazar los analgésicos para unirse a la Cruz de Jesucristo, para ofrecer sus dolores a Dios. ¿Qué gana Dios con nuestro sufrimiento? No tiene sentido tal aseveración.” Efectivamente, es muy aguda la observación del alumno, y comprensible en un mundo descristianizado. Son pocos los lugares en el Magisterio reciente donde se recuerda tal posibilidad, pareciera una práctica perdida, residuo de antiguas visiones tremendistas del cristianismo.

Sin embargo, tal perspectiva no ha desaparecido totalmente del Magisterio de la Iglesia y de la práctica cristiana. Baste recordar dos textos: En la Nueva Carta a los Agentes Sanitarios, documento del 2017, dice en su número 95: “El dolor puede tener para el cristiano un alto significado penitencial y salvífico… No debe, pues, sorprender que algunos cristianos deseen moderar el uso de los analgésicos, para aceptar voluntariamente al menos una parte de sus sufrimientos y asociarse así, de modo consciente a los sufrimientos de Cristo crucificado.”
El otro texto es de Benedicto XVI, en su encíclica Spe Salvi n. 40, donde pareciera que hace una reminiscencia de prácticas ya materialmente perdidas, o en desuso dentro de la Iglesia, pero que sería interesante recuperar:
“La idea de poder «ofrecer» las pequeñas dificultades cotidianas, que nos aquejan una y otra vez como punzadas más o menos molestas, dándoles así un sentido, era parte de una forma de devoción todavía muy difundida hasta hace no mucho tiempo, aunque hoy tal vez menos practicada. En esta devoción había sin duda cosas exageradas y quizá hasta malsanas, pero conviene preguntarse si acaso no comportaba de algún modo algo esencial que pudiera sernos de ayuda. ¿Qué quiere decir «ofrecer»? Estas personas estaban convencidas de poder incluir sus pequeñas dificultades en el gran com-padecer de Cristo, y que así entraban a formar parte de algún modo del tesoro de compasión que necesita el género humano. De esta manera, las pequeñas contrariedades diarias podrían encontrar también un sentido y contribuir a fomentar el bien y el amor entre los hombres.”
Vale la pena citar ambos textos por extenso, pues son esporádicas las alusiones del Magisterio a esta realidad, que por otra parte es una práctica muy habitual entre muchos católicos: Enfrentarnos al tema del dolor y darle un sentido cristiano. El alumno de la clase convenía en la oportunidad de ofrecer tal dolor si no podía evitarse; pero no entendía el hecho de no evitar un sufrimiento, pudiendo hacerlo. No es culpa suya, ha crecido en un ambiente hedonista, donde el bien es el placer, lo que se debe buscar; y el mal es el dolor, lo que se debe evitar. No entraba en su cabeza la posibilidad de negarse a evitar voluntariamente un dolor. Su pregunta es una muestra práctica, fehaciente, de la cultura secularizada, hondamente descristianizada. Frente a esta cultura y mentalidad, el mensaje cristiano de la penitencia puede sonar más o menos a chino, es decir, incomprensible.

No es el tema nuclear, pero sí es medular en el cristianismo la realidad de la Cruz. El sufrimiento de Cristo y la posibilidad de unirnos a ese sufrimiento. Un cristianismo sin cruz no es auténtico. Vale la pena recordar algunas de las “ventajas” del dolor, leído en clave cristiana, pues es una realidad que no podemos evitar del todo y con la que nos hemos topado abruptamente ahora, durante la pandemia. El dolor es ambivalente: nos puede destruir interiormente o nos puede hacer crecer, madurar, ser más humanos y comprensivos con nuestros semejantes. Todos tenemos pecados, y por tanto todos necesitamos de la penitencia para purificarnos y poder gozar de Dios al final de nuestras vidas. Y un sentido más profundo, “místico” del sufrimiento, es la posibilidad espiritual de unirnos a Jesús sufriente a través del sufrimiento.
Una catequesis completa sobre el sentido cristiano del sufrimiento la encontramos en san Juan Pablo II, en el ya lejano 1984, con su carta Salvifici doloris. Es muy aconsejable darle una releída, una desempolvada, pues tendemos a confrontar al sufrimiento sin las claves cristianas capaces de darle un sentido positivo. En el fondo, lo que Jesús nos enseña en la Cruz es a amar a través del dolor; nosotros a veces podemos buscar el dolor para amar de esa forma, a veces no lo podemos evitar y necesitamos encontrar ese camino, para brindarle el sentido que nos lo haga más llevadero.
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