El ruido externo y la prisa nos envuelven todos los días. No tenemos tiempo y vamos corriendo de un lado a otro, miramos sin mirar, nada nos detiene. Ni siquiera Jerusalén es una excepción. Caminando por el barrio judío, los hombres vestidos de negro, con camisas blancas, kipás y los hilos que sobresalen de su manto de oración, tampoco se miraba algo diferente. Todos caminaban rápidamente. De pronto, una escena que no duró más de diez minutos, un hombre se arrodilla y comienza a orar. Sabes que ora, porque su oración se acompaña con el movimiento. Entre el ruido y la prisa de Jerusalén, un hombre detuvo el tiempo, sin vergüenza, no como en ocasiones puede ocurrirnos, que nos persignamos rápido para que otros no vean. Abstraído del mundo, en un diálogo personal, hace de su vida una oración constante.
Foto: Mauricio Fajardo
0 comentarios