A unos cuantos metros de la Puerta de Brandenburgo se encuentra uno de los memoriales más impresionantes de Berlín: “El monumento a los judíos asesinados de Europa”.
Diseñado por Peter Eisenman, en un terreno desnivelado, se erigen 2,711 estelas de hormigón. La altura de cada una es variable. Una sensación de incomodidad se incrementa conforme el caminante avanza hacia el centro. El diseño simétrico y delimitado se vuelve laberíntico, confuso y agobiante. El visitante siente una atmósfera cargada que lo interpela.
Debajo de los hormigones se puede visitar el punto de información, donde además de documentar la persecución y exterminio, están escritos los nombres de las víctimas conocidas (información del museo Yad Vashem en Israel). Se calcula que leer cada uno de los nombres tomaría alrededor de seis años.

Durante su construcción (2003-2005) se produjo una gran polémica: un artículo publicado en Suiza denunció que la empresa encargada de proteger las estelas con un líquido anti-graffiti era la misma que, durante aquellos años obscuros, produjo el gas Zyklon B. El memorial fue inaugurado en 2005 y hasta la fecha recibe millones de visitas diarias.
En ocasiones los turistas, se toman selfies frívolas y posan encima de las estelas, sin considerar que es un sitio de reflexión y respeto; pues las estelas simbolizan las tumbas desconocidas de muchas víctimas. El escritor israelí Shahak Shapira seleccionó algunas de aquellas fotografías y sustituyó el fondo con otras imágenes capturadas en los campos de concentración. Con el proyecto llamado Yolocaust, Shapira intenta concientizar sobre la banalidad de descontextualizar un lugar y olvidar su carga simbólica y sobre la falta de sensibilidad que en ocasiones podemos tener en lugares que exigen de nosotros respeto, silencio y reflexión.
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