“Lo veo, aunque no para ahora, lo diviso, pero no de cerca.”
Nm. 24:17
En ocasiones asociamos la espera con el aburrimiento de una sala medianamente iluminada, con un par de revistas hojeadas sin mucha atención y compañeros que aguardan junto con nosotros lo mismo: que la espera se termine.
Es curioso que se piense la espera como un acto pasivo, una especie de limbo temporal del que esperamos salir lo antes posible. Sin darnos cuenta de que la espera no tiene que ser pasiva –sentarse aburrido mirando una pared blanca mientras las manecillas del reloj avanzan lentamente- sino que por el contrario la espera es activa. Todo depende del modo en que espero. Tomando como ejemplo la misma sala, hay una diferencia entre esperar sin hacer nada –perdonando la contradicción- y esperar mientras leo, dibujo, converso con alguien o incluso dormito. Los matices y aburrimiento de la espera dependen de nosotros mismos.
Cuando esperamos la ansiedad es crucial, pero no el ansia nerviosa que impide pensar, sino la ansiedad de que el momento que esperamos llegue pronto. En esa prontitud somos aún más conscientes de aquello que esperamos, en lo que hemos puesto nuestra esperanza y del modo en que aguardamos.
La naturaleza humana está predispuesta hacia la espera: esperamos que algo termine, que empiece, un resultado, las vacaciones, una fecha especial, esperamos a alguien. Cuando la espera se termina e irrumpe en nuestra realidad todo cambia, porque lo que divisábamos ha llegado.
Y vivimos ese momento como si fuera un eterno presente… hasta que llegue la próxima espera. Vivimos esperando que algo ocurra para poder correr hacia la próxima espera. ¿Qué sucede cuando lo que esperamos no llega pronto? ¿O si llega y no es lo que esperábamos? ¿Y si esperamos toda una vida sin que llegue? Siguiendo la pregunta de Kant, ¿qué puedo esperar?
Puedo esperar que venga el Mesías a restaurar la creación, trayendo justicia al mundo y que, al volver todos la vista hacia él, colmada la espera, la Ley se escriba en el interior de los corazones. (Jr. 31: 33)

Foto: Mauricio Fajardo
Para el judaísmo la espera mesiánica es la esperanza del pueblo, a pesar del devenir de las generaciones y del silencio de Dios, de que Hashem intervendrá en su Reino. La figura del mesías puede trazarse desde el comienzo de la monarquía con la espera de un futuro rey. La esperanza por el Mashíaj puede leerse desde el Génesis (49: 10) hasta en profetas como Jeremías, Ezequiel y sobre todo Isaías con el Cuarto canto del Siervo (Is. 52: 13)
Se puede decir que se trata de un doble Mesías: que es religioso a la vez que político. Aunque las vertientes filosóficas se concentran sobre todo en una interpretación política del mesianismo. El Mesías será un rey, juez y profeta, un hombre que servirá a Dios aunque no es Dios, por lo que no puede ser adorado, que restaurará la Ley de la Torá para todos los hombres en los corazones, y que comenzará con la tercera reconstrucción del Templo de Jerusalén, por lo que las ofrendas y la casta sacerdotal regresará para dar plenitud al culto. (Ez. 37: 26 -28)
Aunque el Mesías será un hombre importante, el centro es la intervención de Dios. Que se podrá identificar por la reconstrucción del templo, la reunificación de todos los judíos en Israel (Is. 2:4 y 43: 5 -6), una era de paz (Is. 11: 6 -7), el reinado de Dios en todo el mundo (Zac. 14: 9) y la circuncisión del corazón (Jr. 31: 33 -34). Además de eso el Mesías desciende de la dinastía davídica y sobre todo guardará la Torá. La fidelidad de la Ley es lo que permitiría identificar a un falso profeta y por ende falso Mesías (Dt. 13: 1- 6).
Como sucedió con el polémico caso de Sabbatai Zevi, el falso Mesías sefardí, nacido el mismo día de la conmemoración de la destrucción del Templo de Jerusalén, el 23 de julio, pero de 1623 y que fue excomulgado. La comunidad ortodoxa lo miraba con recelo, aunque el autoproclamado Mesías tuvo muchísimos seguidores, incluso tras su conversión al islam, cuando no pudo realizar un milagro frente al sultán.

Foto: Mauricio Fajardo
El filósofo Maimónides (S. XII) escribió los 13 preceptos de la fe judía, el onceavo afirma: “Yo creo con toda la fe en la llegada del Mesías y, aunque se demore, seguiré aguardándolo hasta que arribe.” Los primeros preceptos son amar y seguir la Ley de Dios, sin embargo, la esperanza de la venida del Mesías es un componente de fe importante. Tanto así que una canción popular de Mordechai Ben David Moshiach toma el principio para cantar: “Y aunque tarde, no importa esperaré por Él. Esperaré todos los días que venga. Creo. Creo con una fe completa en la venida del Mesías.”
Al terminar el Shabbat y algunas celebraciones como el Pésaj (Pascua), se invita con el canto Eliyahu Hanavi al profeta Elías a unirse al Séder y llenar un vaso de vino para celebrar con ellos. Porque si viene Elías después vendrá el Mesías.
Cuando la Pascua termina se escucha la expresión “el próximo año en Jerusalén!” (L´Shana Haba´ah B´Yerushalayim) Una vez que han rememorado la esclavitud y huida de Egipto, esperan con confianza que el siguiente año puedan celebrar la Pascua en Jerusalén. La frase es una alusión a la era mesiánica. Esperan la restauración que es sobre todo espiritual: esperan al Mesías.
Toda religión tiene diferentes vertientes e interpretaciones. Tanto el cristianismo como el judaísmo tienen diferentes corrientes y existen entre ambos varios puntos de encuentro. Basta decir que la Biblia se compone de los libros de la Torá y el Nuevo Testamento.
Una corriente aún más estrecha es la de los judíos mesiánicos, que, sin dejar de ser judíos, aceptan a Jesús como el Mesías. Como el profesor de Harvard Roy Shoeman que se convirtió del ateísmo al cristianismo tras una experiencia mística. Shoeman cuenta en sus conferencias, que cuando su padre lo visitó y observó los íconos de Jesús y María en las paredes se escandalizó, a lo que respondió con humor y cariño: ellos también son judíos.
La espera es un componente esencial para las religiones. Se espera algo que apenas se divisa. Sin saber en qué momento la irrupción de Dios en la historia acontecerá, que tanto puede ocurrir mañana como en cien o mil años. Sin embargo, es preciso evitar una espera pasiva, por el contrario, se debe esperar activamente, siempre preparados, con las lámparas encendidas y suficiente aceite.

Foto: Mauricio Fajardo
El Adviento es un tiempo de espera, esperamos que simbólicamente Jesús nazca en nuestros corazones, como una renovación de fe. Pero no basta con esperar pasivamente que el símbolo irrumpa en mi vida, sino que es nuestro deber esperar activamente y construir el Reino día con día. No debemos olvidar que también esperamos la segunda venida del Mesías. Que aunque tarde, esperaremos. Y es por ello que no sólo debemos cuestionarnos: ¿qué puedo esperar? Sino también ¿cómo espero?
En el Talmud está escrito que al morir, una de las seis preguntas a responder con sinceridad es: ¿con cuánta ansia esperaste al Mesías? Una pregunta directa, que debería arrebatarnos de nuestra zona de confort. Porque a esa pregunta hay que responder que no esperamos pasivamente. Divisamos al Mesías que ya viene y no tarda, que nos preguntará directamente ¿cómo me esperaste?
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