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La mayoría de las personas asocian a los miembros de la realeza únicamente con el aspecto ceremonial –casi decorativo– que cumplen las familias reales en algunos países europeos (por ahora, dejemos de lado a las monarquías asiáticas, que tienen mucho más poder político real).
Sin embargo, en los últimos años, los escándalos en los que se entrecruzan el mundo de la realeza y el de las finanzas, han hecho que los nombres de algunos miembros prominentes de familias reales salten de las páginas de las revistas del corazón a los titulares de la prensa, lo que pone de manifiesto un aspecto poco discutido de la realeza: más allá de sus diversas funciones constitucionales, un título real trae consigo una influencia social que puede ser muy apreciada en el ámbito de los negocios, y eso rosa peligrosamente con el tráfico de influencias y los vicios que se le asocian.
El caso más reciente ha sido el del príncipe Andrés, duque de York, el tercer hijo de la reina Isabel II del Reino Unido, que no sólo se ha visto involucrado en problemas económicos, sino en un escándalo sexual que ha ensombrecido el ya de por sí complicado panorama actual de la familia real inglesa.

El príncipe Andrés nació el 19 de febrero de 1960, cuando la reina Isabel y el príncipe Felipe, duque de Edimburgo, habían superado ya las crisis matrimoniales de su juventud y pasaban por una época feliz como pareja. Quizá por eso, la reina sintió siempre un especial cariño por ese hijo que, según se dice, es su favorito.
Después de un paso brillante por el internado de Gordonstoun –donde su hermano, Carlos, había fracasado estrepitosamente– Andrés ingresó en la Marina Real, en la que llegó a alcanzar el grado de Vicealmirante.
Durante la Guerra de las Malvinas, y con el apoyo de la reina, el príncipe Andrés se integró a la tripulación del portaviones Invincible, en el que se desempeñó como piloto de helicóptero en diversas misiones, tanto de ataque como de rescate.
Cuando regresó al Reino Unido, Andrés comenzó una relación formal con Sarah Ferguson, una antigua amiga suya, que provenía de una familia aristocrática con antecedentes militares.
Fergie, como se le llama popularmente, era conocida por ser extrovertida y alegre. Por haberse conocido desde niños, la relación entre ella y el príncipe Andrés se desarrolló con bastante naturalidad, a diferencia de lo que había pasado con la pareja formada por los príncipes de Gales, Carlos y Diana.

En marzo de 1986 se hizo el anuncio formal del compromiso entre Andrés y Fergie. Con ocasión de la boda, que se celebró el 23 de julio de ese año en la abadía de Westminster, la reina concedió a su hijo el prestigioso ducado de York, que había pertenecido a su padre, el rey Jorge VI.
Andrés y Sarah tuvieron dos niñas, las princesas Beatriz y Eugenia, y aunque el matrimonio parecía ser el único bien avenido de la familia real, las obligaciones militares de Andrés lo mantenían fuera de casa por largas temporadas. Según ha revelado Fergie, en esa época llegaron a vivir juntos sólo 40 días al año.
El matrimonio duró una década, pero finalmente decidieron divorciarse cuando la prensa dio a conocer fotografías que confirmaban los rumores de relaciones extramaritales por parte de la duquesa. A pesar de todo, Andrés y Fergie mantuvieron una relación cercana y forjaron una amistad que sigue hasta la fecha.
Ya divorciado y relevado de sus obligaciones militares, el príncipe Andrés decidió dar un giro a su vida y comenzó a dedicarse al fomento de los intereses comerciales del Reino Unido, como promotor de inversiones de alto nivel.
Por esa época, una conocida socialité británica llamada Ghislaine Maxwell presentó al príncipe con el millonario norteamericano Jeffrey Epstein.


Epstein era uno de los asesores financieros mejor conectados en los Estados Unidos, entre sus clientes y asociados se contaban personajes tan prominentes como Bill Clinton, Donald Trump o Bill Gates. El duque de York no lo dudó y comenzó una relación personal con Epstein al que, durante los siguientes 12 años, llegó a hospedar en la residencia real de Sandringham o a invitarlo a la fiesta cumpleaños de su hija mayor, la princesa Beatriz; además de haber compartido con él viajes tanto de negocios como de placer.
La investigación del caso Epstein develó que su modus operandi era el de ofrecer encuentros sexuales con menores a hombres de alto perfil, a cambio de jugosos negocios y contactos. Dichos encuentros tenían lugar en las múltiples propiedades de Epstein, tanto en los Estados Unidos como en su residencia de lujo en las Islas Vírgenes, a donde él y sus invitados volaban a bordo de un jet privado al que se conocía como el Lolita Express.
Cuando se revisó la lista de personajes que habían volado en el Lolita Express apareció, entre otros, el nombre del príncipe Andrés, lo que atrajo de inmediato el interés del público británico. Además, una de las víctimas de Epstein, la norteamericana Virginia Giuffre, lo acusaba directamente de haber mantenido relaciones sexuales con ella, cuando Virginia tenía apenas 17 años.
Con el propósito de acallar los rumores, Andrés tomó la decisión de dar una extensa entrevista a la BBC. El resultado no pudo ser más contraproducente.
Confrontado con la evidencia de una fotografía en la que se veía al príncipe tomando por la cintura a la joven Virginia, el duque de York sólo acertó a decir que no recordaba haberla conocido y que creía que esa fotografía estaba manipulada.
Su “coartada” era que el hombre que aparece en la fotografía lleva un pantalón oscuro y una camisa abierta y que cuando él sale en Londres siempre lleva traje y corbata; además, refirió que, según el relato de la víctima, la noche en la que dice haber sostenido relaciones con el príncipe, éste sudaba abundantemente y, según el propio Andrés, debido a un choque de adrenalina que sufrió en la Guerra de las Malvinas, él prácticamente no suda. Además, abundó, en la fecha del supuesto encuentro, él se encontraba en la ciudad de Woking, a una hora de Londres, y como su exesposa se encontraba de viaje, no podía haber dejado solas a sus hijas adolescentes esa noche.
Los argumentos del príncipe fueron ampliamente ridiculizados por la prensa. Básicamente se resumen en que él no suda, ni se quita nunca el saco y la corbata en Londres y que, siendo un responsable padre de familia, no podía darse una escapada de una noche.
En vez de convertirse en la operación de control de daños que él planeaba, la entrevista propició que el príncipe tuviera que renunciar a todos sus compromisos púbicos como miembro activo de la familia real, lo que le supuso una pérdida de ingresos de cerca de medio millón de libras esterlinas al año.
Pero, además, la irrisoria defensa pública del príncipe fortaleció la posición de Virginia Giuffre quien, a finales de agosto de 2021, lo demandó por la vía civil en los Estados Unidos, exigiendo una reparación por abuso sexual.
La demanda fue notificada a los abogados del príncipe en Londres en septiembre del mismo año. Después de la notificación, el equipo legal de Andrés tuvo acceso a los documentos de un acuerdo entre Jeffrey Epstein y Virginia Guiffre, por el que ella recibió una indemnización a cambio de liberar de responsabilidad a todos los socios o asociados de Epstein. En virtud de tal acuerdo, los abogados del príncipe solicitaron a la corte de Nueva York que desechara el caso por falta de legitimación de la demanda, pero su solicitud fue denegada.

Por tratarse de una demanda civil, la libertad del príncipe nunca estuvo en riesgo, sin embargo, la posibilidad de que tuviera que responder por sus actos frente a una corte norteamericana y, sobre todo, que fuera declarado responsable de un abuso sexual, suponía una amenaza devastadora para la imagen pública de la Corona, que se ha visto ya muy afectada en fechas recientes por los agrios desencuentros públicos entre el príncipe Harry y el resto de la familia real.
Pero, aunque la posición de Virginia Giuffre siempre fue que ella buscaba una reivindicación pública frente a uno de sus abusadores más que una compensación económica, el 15 de febrero de 2015 llegó a un acuerdo extrajudicial con la defensa del príncipe, lo que puso fin a la posibilidad de confrontarlo en juicio.
Aunque la suma final del acuerdo no fue revelada, las filtraciones de prensa apuntan a una cantidad que ronda los 15 millones de dólares. Dada la actual situación financiera del príncipe, todo indica que tanto sus gastos legales como el pago del acuerdo serán solventados por la reina Isabel quien, además del presupuesto que recibe del gobierno británico, posee una cuantiosa fortuna privada, derivada de las rentas y productos de un conjunto de empresas y propiedades vinculadas con el ducado de Lancaster, del que es titular. Los ojos del público británico están atentos a que ni una libra de dinero público sea gastado en el príncipe Andrés, quien también ha sido despojado de todos sus honores militares.
A sus 62 años, y ya abuelo de un niño y una niña, Su Alteza Real el príncipe Andrés duque de York enfrenta un incierto futuro. Por ahora depende enteramente de su madre quien, a los 95 años, está celebrando el jubileo por sus 70 años en el trono de la Gran Bretaña. Pero cuando en el futuro –necesariamente no tan lejano– el trono sea ocupado por su hermano, el príncipe Carlos, su situación podría volver a complicarse, pues todo apunta a que el príncipe de Gales planea hacer un amplio recorte a los privilegios de la familia real extendida y limitarlos al núcleo directo del monarca y su heredero.
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