Repensar los Derechos Humanos a la luz de Fratelli Tutti y el bien común

por | May 20, 2022 | 0 Comentarios

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El concepto de derechos humanos se ha convertido en una de las categorías más importantes, si no fundamental, de la vida social contemporánea. Sin embargo, uno de los mayores problemas actuales que ha erosionado las relaciones interpersonales es, a nuestro parecer, la alienación que ha generado en nuestra sociedad una mala compresión de los derechos humanos. Como advierte el Papa Francisco en Fratelli Tutti, paradójicamente también puede hacerse un mal uso de estos.

Existe hoy, en efecto, la tendencia hacia una reivindicación siempre más amplia de los derechos individuales … individualistas …, que esconde una concepción de persona humana desligada de todo contexto social …, casi como una ‘mónada’, cada vez más insensible. […] Si el derecho de cada uno no está armónicamente ordenado al bien más grande [el bien común], termina por concebirse sin limitaciones y, consecuentemente, se transforma en fuente de conflictos y de violencias”.

Fratelli Tutti.

Cuando no existe claridad respecto de quién es la persona humana, una antropología inadecuada puede también conducir a una desintegración social. Cuando los “derechos humanos” reflejan una idea errónea de hombre, como mero individuo egoísta, esto fomenta una cierta “ética” que a su vez tiene implicaciones de orden social. 

Foto: Thom González

Una buena práctica de los derechos humanos depende de una buena comprensión de quiénes somos. Como nos enseña el Evangelio, nuestra verdadera identidad es la de ser hijos muy amados del Padre y, por ende, hermanos y “compañeros de camino” como indica el Papa Francisco. Sólo bajo esta luz entendemos el sentido de la verdadera fraternidad social y del adecuado sentido de los derechos humanos, encaminados hacia la solidaridad humana.

Una concepción individualista y liberal de los derechos humanos es problemática y alienante de diversas maneras. El derecho debiera estar esencialmente vinculado al bien común, pero la realidad de esta vinculación se vuelve insostenible con una concepción individualista de los derechos humanos. Cuando los derechos humanos se entienden como una garantía individualista inmunizada de toda exigencia del bien común, éstos no aparecen como la participación de un sujeto en el bien de su comunidad, sino que aparecen más bien como el patrimonio de un individuo que se ha alienado frente a cualquier requerimiento por parte de las necesidades colectivas de su sociedad. En el liberalismo individualista, “ser sujeto de derechos es precisamente la condición según la cual un sujeto queda exonerado de las exigencias colectivas, de tener en cuenta y velar por las condiciones del bien común”.

Por el contrario, al definir derechos, lo que debiéramos estar haciendo es custodiar y fortalecer una serie de relaciones sociales que, en virtud de su estructura, permitan la realización de la persona en su actuar junto con otros. Como nos recuerda el Papa Francisco, “El amor nos pone finalmente en tensión hacia la comunión universal. Nadie madura ni alcanza su plenitud aislándose. Por su propia dinámica, el amor reclama una creciente apertura, mayor capacidad de acoger a otros, en una aventura nunca acabada que integra todas las periferias hacia un pleno sentido de pertenencia mutua. Jesús nos decía: «Todos ustedes son hermanos» (Mt 23,8)”

Pareciera que el liberalismo individualista concibe los derechos humanos como formas de autoposesión, como expresión de dominio o posesión que el individuo tiene de sí mismo. Pero como ya advertía Karol Wojtyla al desarrollar su antropología personalista, la verdadera autoposesión, que se liga con la autorrealización, proviene de una acción en la que uno vive la donación de sí mismo a los demás en comunidad.

El individualismo no nos hace más libres, más iguales, más hermanos. La mera suma de los intereses individuales no es capaz de generar un mundo mejor para toda la humanidad. Ni siquiera puede preservarnos de tantos males que cada vez se vuelven más globales. Pero el individualismo radical es el virus más difícil de vencer. Engaña. Nos hace creer que todo consiste en dar rienda suelta a las propias ambiciones, como si acumulando ambiciones y seguridades individuales pudiéramos construir el bien común .

Fratelli Tutti

Resulta muy peligroso y alienante entender el derecho como la independencia del individuo respecto de lo común. Bajo esta óptica, la libre disposición que cada uno tiene de sí mismo se vuelve una acción desvinculada de toda función social y descargada de toda responsabilidad colectiva. En cambio, bajo una antropología como la que nos ofrece San Juan Pablo II y una fraternidad y amistad social como nos propone Francisco, los derechos se entenderían como medios y condiciones para una participación real y “realizante” en una tarea común. Los derechos se entenderían como participación en la realidad de la comunidad. Los derechos no serían las condiciones de nuestra perfecta individualidad, sino las condiciones de nuestra plena condición como personas. 

Foto: Mumtahina Tanni

En este sentido, los planteamientos de nuestros queridos Papas nos permiten atinar que los derechos no deben ser tratados como realidades absolutas existentes en sí mismas y al margen de las relaciones humanas que pueden establecerse en el seno de una comunidad. 

Quizá, gracias a Dios, nos hemos alejado del peligro de la instrumentalización del ser humano por parte del Estado, pero aún corremos el riesgo de instrumentalizar la sociedad por un supuesto “bien individual”. Aunque hayan disminuido las amenazas del totalitarismo, hoy más que nunca enfrentamos el reto del individualismo alienante cuando los derechos humanos son concebidos como derechos del individuo y no como derechos de quien es miembro de una comunidad.

La encíclica Fratelli Tutti, con la brillantez pastoral de S.S. Francisco, nos da luz sobre una política que articula y promueve procesos al servicio del verdadero bien común y de la caridad social, en vistas a construir la civilización del amor. Ahí, Francisco menciona algo que me parece muy sugerente: “[e]n medio de la actividad política, «los más pequeños, los más débiles, los más pobres deben enternecernos: tienen “derecho” de llenarnos el alma y el corazón”. ¡Nuestros hermanos tienen derecho de llenarnos el alma y el corazón! ¡Qué manera de colmar de sentido evangélico el concepto de “derecho”!

Pensar la vida social desde el individuo acaba siendo deshumanizante. El reconocimiento del otro como persona tiene exigencias más profundas e implicaciones más positivas en la vida social que apelar a los derechos humanos como prerrogativas pre-políticas, universales, abstractas, y al margen del Bien Común, que no fomentan la gratitud, la solidaridad, el sentido de comunidad, ni la amistad social. 

Creo que el Espíritu Santo que inspira al Papa nos plantea el reto de repensar los derechos. Si lo que hace a la vida realmente humana, como nos lo enseñó Cristo, es el amor y la donación de sí, entonces los verdaderos derechos humanos, aquellos que nos llevan a dar un salto cuántico del yo hacia un nosotros, son el derecho a la generosidad, a la hospitalidad y al amor. 

Irene González Hernández

Irene González Hernández

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