Nación en llamas: Laicismo, individualismo y la creciente islamización de Europa

Nación en llamas: Laicismo, individualismo y la creciente islamización de Europa

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Manent, Pierre.
Situation de la France.
Paris: Desclée de Brouwer, 2015.

En el libro, Situación de Francia, Manent plantea la cuestión de la relación de la comunidad musulmana y Europa.  Manent aplica sus décadas de experiencia en el campo de la filosofía política al malestar y la crisis actual de Francia y propone una vuelta a la nación reemplazando la sociedad laicista secularizada por una amistad cívica que tenga presente el valor social de la religión. Para Manent, los desafíos de incorporar a los musulmanes a la vida de la sociedad francesa constituyen una crisis cívica derivada de la incapacidad de los ciudadanos franceses en su conjunto para visualizar el bien común. La actual situación francesa se deriva no sólo de la expansión global del islam sino también de la crisis de autocomprensión colectiva francesa y europea.

Como el propio Manent señala, su ambición es “que el análisisde la experiencia europea sea suficientemente adecuado para que [los franceses] podamos ver el islam como una realidad objetiva, en lugar de que permanezca como el reflejo de nuestra propia ignorancia y desconocimiento de nosotros mismos.”

Esta crisis es resultado de varios procesos:

Desde la agitación cultural de 1968, la mayoría de las formas de autoridad se han degradado. Las políticas francesas que combinaron individualismo con rechazo a la ley mermaron la legitimidad de la nación, la Iglesia, y la familia. Se abandonó la idea de bien común, se deslegitimaron las reglas colectivas y se perdió la lealtad a la comunidad. Realmente se vació de sentido la nación francesa que era una república laica con corazón católico. 

La política francesa de laicidad de principios de siglo XX, que armónicamente integraba un estado laico, con educación nacional y una sociedad civil católica, se transformó en un proyecto de secularización de la sociedad y desnacionalización de Francia. El resultado es un espacio social formado por individuos consumidores que tienen derechos y se mantienen parcialmente unidos por una burocracia europea transnacional. 

Portada del libro “Situation de la France”, Pierre Manent.

Hoy se sacrifican las formas de autoridad colectiva en el altar de los derechos individuales. Existen muchos individuos “con derechos” solos y sin ninguna esperanza en la política nacional ni en la religión, pero que aspiran a un estado europeo postnacional donde primen sociedades radicalmente laicistas libres de deberes compartidos. En Francia, el estado laicista ha neutralizado todo lo que su pueblo tenía en común y ha otorgado soberanía ilimitada al individuo.

Ante este panorama, los franceses, tienen problemas para ver y entender el desafío que representa la llegada del islam a lo poco que queda de la vida común francesa. Para Manent, la razón es que los franceses no toman en serio la nación ni la religión católica fuertemente vinculada a su historia. Las élites no logran entender la nueva presencia del islam porque no se toman en serio la religión, en particular el cristianismo y sus efectos en la nación.

Para Manent, hay dos obstáculos para abordar de manera efectiva la cuestión musulmana en Francia. 

El primero es el laicismo cuya versión más radical busca sacar el islam y toda religión de la arena pública, a pesar de la innegable impronta cristiana del país. Manent sugiere que la versión más agresiva del laicismo es impotente ya que no puede unir a los ciudadanos porque va en contra de su experiencia histórica y además es demasiado débil para hacer frente a la fuerza colectiva del islam. Acostumbrados a varios siglos de laicismo como regla de la asociación política “hoy no sabemos más cómo hablar de la religión como un hecho social o político”. Para los occidentales, la religión es un asunto privado y no puede ser motivo legítimo para la acción política. Sin embargo, esta separación no se ha vivido entre los pueblos musulmanes.

Una de las principales tesis de Manent es que el actual laicismo francés es un fracaso. Ciertamente la laicidad como principio de gobierno que separa religión y política ha sido beneficiosa para Europa. Pero, el laicismo que hoy pretenden vivir los franceses es un laicismo “imaginario”, un laicismo que quiere “hacer desaparecer la religión como cosa social y espiritual”. 

El segundo obstáculo para atender esta nueva situación de Francia es la comprensión europea dominante de la religión como algo privado e individualizado.

Esta postura que busca deshacerse del papel social e integrador de la religión, es impuesta como norma política y es central para la comprensión europea de la modernidad como una inevitable marcha hacia la secularización. Esta comprensión de la modernidad y de la religión, constituye un doble problema según Manent. Primero, porque no permite el acercamiento al islam como una tradición orientada hacia la comunidad y fuerza moral en la vida política. En segundo lugar, porque el supuesto punto de vista de la modernidad libre de religión impide a los franceses y europeos involucrarse en este desafío recuperando los fundamentos espirituales de la religión cristiana “propios” de la vida política europea. 

Pierre Manent en la “Semaines sociales de France”, Noviembre 2011.

Otorgar una soberanía ilimitada a los individuos, mantener que la religión es meramente una opinión privada y aceptar las diferencias de la vida siempre que no se violen los derechos de los demás, ha fracasado al tratar con la población musulmana de rápido crecimiento en Francia. La suposición laicista de que todos los problemas con los musulmanes se disiparán porque eventualmente se volverán modernos, seculares y democráticos, ha demostrado ser errónea. La vida pública para los musulmanes es un conjunto de moral y costumbres, no un entorno que garantiza derechos. 

Aunado a esto, los países europeos sufren la deslegitimación de la nación como marco político de la vida y se debilita el Estado y su papel en la articulación e institucionalización del bien común. Europa sufre un debilitamiento del Estado que se ve agravado por el progresivo borrado de fronteras políticas, que indirectamente refuerza la legitimidad de las fronteras religiosas, principalmente del Islam, que se presenta como un “todo” lleno de sentido. Tenemos así, por un lado, la Europa “cristiana”, cuya forma política es el debilitado Estado-nación y que adopta el discurso de los derechos humanos, y por otro, el mundo musulmán, que habla el lenguaje de la ley y las costumbres religiosas, y cuya forma política ha sido inestable. Son dos formas totalmente diferentes de asociarse, pero deben encontrar un principio de convivencia. 

Ante la fortaleza de unos y la debilidad de otros, Manent, concluye que el régimen político francés no tiene más remedio que ceder

Los movimientos culturales de 1968 erosionaron la vida común y dieron paso a la islamización de Francia, ya que no proporcionaron ninguna vía para que sus propios ciudadanos o los inmigrantes musulmanes se unieran. Los laicistas proponen una aplicación más rigurosa del actual laicismo radical y los multiculturalistas proponen intentar preservar la identidad francesa a pesar de la presencia de musulmanes. Sin embargo, ambas posturas tratan a los musulmanes franceses como una abstracción y no como una realidad concreta. Y tampoco proponen ninguna acción política. Ambos apuestan por un proceso de despolitización. Algunos quieren más laicismo y otros simplemente denuncian el suicidio y decadencia nacional.

En contraste con esto, Manent responde que la única “política posible” es una política “igualmente alejada de las ensoñaciones de una “diversidad feliz” y de las inclinaciones mal reprimidas de un “retorno” de los inmigrantes “a sus casas”. Una “política de lo posible” implica un gran compromiso entre los ciudadanos musulmanes franceses y el resto del cuerpo político. Por un lado, Francia renuncia a “modernizar” las costumbres de los musulmanes y les otorga un lugar concreto dentro de las instituciones sociales. Por otro lado, establece claramente prohibiciones para preservar ciertos rasgos fundamentales de su régimen.

“Así que creo que las restricciones que nuestro sistema político está obligado a imponer a las costumbres musulmanas tradicionales se reducen a la prohibición de la poligamia y el velo completo. … El segundo principio que anuncié, se refiere a la preservación, o a la reafirmación de ciertos elementos constitutivos de nuestra vida común que pueden resultarles más difíciles de aceptar… [como] la completa libertad de pensamiento y expresión. Es un requisito que se encuentra en el corazón de la historia europea moderna. 
… La única condición para participar efectivamente en la sociedad europea es dar la cara y aceptar que la ley política no pone límites a lo que se puede pensar, decir, escribir, dibujar.”

La filosofía política detrás de estas propuestas se expone a lo largo de todo el libro La situación de Francia. Manent quiere recordar la naturaleza de la acción política. Los seres humanos tienen una “naturaleza política”,  necesitan y se sienten atraídos por un arreglo de vida común que armonice las diferencias y que los una a todos a algo superior a ellos mismos, es decir, al bien común. 

Manent critica las opiniones dominantes sobre los seres humanos y su convivencia, las cuales se resumen en el individualismo y el laicismo. Ninguno de los dos permite ver la realidad política y social tal como es, y ambos son incapaces de proporcionar alguna fuente de cohesión política. Bajo esta óptica, el desafío que ofrece el islam se suma al planteado por la despolitización contemporánea. 

Sin embargo, esta situación obliga a Francia a plantearse si debe continuar con su búsqueda de un estilo de vida “post-político” –donde no se les pide nada a los ciudadanos excepto ser individuos con derechos y sin membresía en cuerpos políticos intermedios como la familia, la Iglesia y la escuela–, o si sería mejor recuperar aspectos de su antigua constitución como nación y llevar decididamente su “marca cristiana”.

En un auténtico espíritu Aristotélico, Manent escribe que “Toda acción, y especialmente la acción cívica o política, se despliega con miras al bien, especialmente con miras al bien común.” Por ello, para Manent, el principal problema de Francia es la ceguera ante este bien, que históricamente se expresó en términos espirituales, y que ahora se ha combinado con la necesidad de acomodar e integrar a la relativamente nueva población musulmana de Europa. Los estados sacrificaron el bien común (y finalmente a sí mismos) al dar prioridad al individualismo hasta el punto de que los “ciudadanos-individuos” contemporáneos no logran ver la persistencia y el significado político de las relaciones, las familias y el grupo o comunidad. Los europeos de hoy necesitan restaurar la creencia en un bien común.

Foto: Alotrobo.

Para Manent, lo distintivo de Europa es “el gobierno de sí mismo en relación con la proposición cristiana”. Bajo este tenor, la principal contribución política europea no sería el principio de la separación Iglesia-Estado sino la íntima unión entre proyectos políticos y religiosos, que vincula el orgullo de un ciudadano a la humildad de un cristiano. La historia europea no estuvo marcada por la separación radical o completa de la religión y la política (como imaginan los laicistas radicales), sino por la interacción prudencial de la religión y la política. Además, el cristianismo encontró su forma política en la nación, o la pluralidad de naciones que primero se llamó “cristiandad” y luego “Europa”. En palabras de Manent:

“En lugar de considerar la separación como el secreto … del desarrollo europeo, debemos buscar lo que ha sido a lo largo de nuestra historia el principio de reunión y de asociación del hombre europeo. La separación, tan útil e incluso necesaria como se ha vuelto, no es en sí misma un principio de vida. La unidad, o más bien la búsqueda de la unidad, es principio de vida.
… Este es pues el punto de partida, el principio de la historia europea: gobernarse a sí mismo en una cierta relación con la propuesta cristiana.
… Fue en una forma política sin precedentes [la nación] que los europeos emprendieron este proceso político y religioso sin precedentes: gobernarse a sí mismos obedeciendo el plan benévolo de Dios. Se podría decir: buscar constantemente conjugar el orgullo del ciudadano, o en general del hombre activo, y la humildad del cristiano. En este sentido, lo específico de Europa no es la separación entre lo religioso y lo político, sino la búsqueda de una unión más íntima entre ambos.
… Lo que se busca constantemente en Europa puede definirse, en términos teológicos, como la acción común de la gracia y la libertad, y, en términos políticos, como la alianza de la comunión y la libertad.”

Para volver a poner en el centro el bien común y la esencia de la grandeza espiritual de Europa, los musulmanes no necesitan abandonar su religión, sino que deben verse a sí mismos como “ciudadanos musulmanes miembros de una comunidad nacional” y así, al entregarse a Francia y participar como ciudadanos, a la vez que reciben de ella la libertad de vivir su cultura y religión. Un estado laico puede ser neutral a la religión, pero la sociedad nunca puede serlo. Reconocer que Francia es una nación marcada principalmente por el cristianismo no significa que los musulmanes deban ser ciudadanos de segunda. De aquí surge la necesidad de reavivar la vida cívica y el régimen de representación. Los musulmanes deben participar en la plaza pública como musulmanes al igual que los cristianos y cualquier otro ciudadano. Para Pierre Manent, revitalizar la nación europea y la participación cívica ante la entrada del Islam y el agotamiento de un “EuroEstado” secular, es una oportunidad para apostar juntos como nación.

“… acogerlos sin más sería privarlos de su mejor oportunidad de vida cívica, o más bien abandonarlos en una Europa sin forma ni bien común. No es suficiente para reunir a las personas el declarar o incluso garantizar sus derechos. Necesitan una forma de vida común. El futuro de la nación de marca cristiana es un tema que nos une a todos.”

El libro de Manent es un llamado a los europeos a llegar a un acuerdo con el islam y aumentar su aceptación del estilo de vida musulmán tomando en serio el significado social de todas las religiones. Esta reconceptualización de la religión y el repensar el legado del laicismo, tendría dos efectos según Manent. En primer lugar, obligaría a los europeos a recuperar su “antigua constitución” para que el cristianismo pueda volver a vigorizar la vida política; y en segundo lugar, permitiría a los musulmanes encontrar su lugar en un país de marca cristiana y contribuir a la vida pública afirmando abiertamente sus compromisos religiosos. La “comunidad de ciudadanos”, según Manent, no es ni musulmana ni cristiana, pero, el carácter público de las identidades religiosas colabora para revivir el principal proyecto republicano, que es la amistad cívica y una visión compartida de bien común.
En conclusión, los planteamientos de Pierre Manent en su libro Situation de la France ciertamente contribuyen a una mejor deliberación política en Francia sobre la situación de los musulmanes ese país al afirmar que todos los ciudadanos deben tener una responsabilidad y capacidad para contribuir a los ideales del bien común de la nación. Sólo de esta manera se dejará atrás una visión del desafío como una guerra entre “ellos” y “nosotros”. La superación de la crisis cívica consistiría en la conversión de los musulmanes franceses en ciudadanos completamente franceses en una renovada “nación de marca cristiana”.

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La futbolización de todo

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Nota bene: Hace ya varios años tuve la oportunidad de vivir el mundial de Alemania 2006 en Alemania. Y fue en esos meses previos de expectativa, entusiasmo, enorme alegría y diversión que escribí el textito que viene a continuación y que no encontró entonces lugar en ninguna parte para ser publicado. Agradezco a Andrea Fajardo la ayuda con la edición y a Carlos Cisneros la generosidad de compartir con nosotros sus estupendas fotos.

Contrasto ahora el optimismo de aquella época y de aquella Europa tan distante con la realidad actual: era una Europa en paz, abierta al futuro, orgullosa de los avances de las últimas décadas; una Europa rica que parecía que siempre estaba entre vacaciones y alguna celebración. Mi mujer y yo esperábamos con ilusión el nacimiento de nuestro primer hijo en septiembre de ese año, y sugerí la idea de decorar su “pancita” como un balón de rombos blancos y negros (al final la iniciativa no prosperó)

Después vino la crisis del 2008, la crisis del Euro, la crisis de la migración ocasionada por la guerra intestina en Siria, el Brexit, el resurgimiento de los populismos y un muy largo etcétera que tiene como punto casi culminante el Covid, y como signo de exclamación la guerra de barbarie que Rusia ha impuesto a Ucrania, a Europa y a toda democracia y civilización.

Ucrania estaba presente en ese mundial de 2006. Lidereado por el legendario Andrij Schewtschenko el equipo de Ucrania representaba a un país que era el país del futuro, un futuro europeo de paz y prosperidad. Hoy Ucrania sigue siendo el país del futuro, del futuro de la esperanza.

Logo Mundial Alemania 2006.
Fuente: FIFA

No me importa lo que digan los demás,
a mí sólo me gusta la liga mexicana.
Vicente de Haro

A Manfred, Patricia y Stefan,
futboleros de corazón.

Konstanz, Mayo 2006 ( año mundialístico)

Sin recibir la atención que el fenómeno merece se ha vivido en los últimos 20 años una futbolización de México, que quizá sólo es el reflejo de la futbolización del mundo.

Cuando era niño y jugaba cascaritas con otros chamacos solía decir que era Maradona… y jugaba de portero. No conocía el nombre de ningún jugador de una liga extranjera, tampoco conocía a todos los equipos de la primera división. Conocí el futbol una tarde que mi hermano mayor volvió del kínder y me dijo que había aprendido un nuevo juego: se llamaba futbol y se jugaba con una pelota. Esa tarde lo jugamos.  Los niños de ahora, en cambio, conocen equipos de México y de Europa, siguen al menos dos ligas internacionales y claro que saben qué posición jugaba el Diego de la gente.

El futbol es el fenómeno cultural de masas más importante de nuestro tiempo, incluso por encima de la música. En un número conservador podríamos decir que el 70% de la población entre 8 y 50 años en México está interesada en el futbol.

En la radio sólo los noticieros compiten con los programas de futbol. La opción es muy clara: o elige usted a un candidato cualquiera que dice: “combatiré los grandes problemas de México: el empleo, la seguridad, la corrupción”, o elige la magia, la irregularidad, la incertidumbre de la crónica futbolística; cada fin de semana hay novedades, triunfos sorprendentes de los peores equipos, frases provocativas de jugadores o directores técnicos, sospechas de árbitros corruptos, certezas de árbitros corruptos, críticas a los directivos, jugadores expulsados, paradones y golazos. ¿Qué prefiere?

Afición mexicana en Qatar 2022.
Foto: Carlos Cisneros Guerrero

No faltan los negativos que piensan que el futbol “entorpece a las masas” y les impide ver los grandes problemas de la nación (seguridad, empleo, corrupción), que incita a la violencia y al fanatismo. No se dan cuenta que el futbol es una fiesta, donde cada uno juega el papel de fan de su equipo; y en el baile de disfraces odia de modo arbitrario al equipo contrario, y odia, en justicia y en muestra de prudencia, al árbitro.

El futbol es un tema de conversación que nos permite participar genuinamente de un mundo común, compartido y de alcance global. Cuenta  ya  con obras clásicas: Fever Pitch de Hornby, Futbol a Sol y Sombra de Galeano, y Anpiff de Tony Schumacher. Abre la mente, porque siempre está lleno de extranjeros, de nombres impronunciables y países lejanos. El futbol es la primera cara que da nuestro país en el extranjero.

Por ser tema de conversación universal, porque hay jugadores que además son buenas personas, por su significado político, por la posibilidad de hermandad que ofrece, el futbol es sin duda el tema más importante de los temas poco importantes.  

Ningún otro deporte se le compara: el golf es caro y da flojera; remo, automovilismo, tenis, son deportes solo para gente adinerada. En cambio el futbol es de todo el mundo, no respeta clases sociales, ni razas, ni sexo, es como el SIDA. Tampoco tiene edad, uno siempre puede ver un partido y mentar madres. Posee una función catártica, misteriosa, órfica.

Ningún otro deporte tiene tantas posibilidades de éxito: chaparros, gordos, feos, patizambos, no importa, el talento futbolístico no se relaciona con la apariencia. Además promueve las virtudes de trabajo conjunto: la solidaridad, el espíritu de sacrificio, la humildad: todo por el equipo, todo por los colores. La generosidad que lleva al olvido de uno mismo, la lealtad a la camiseta en los momentos difíciles. No en vano el balón de esta copa del Mundo se llama Teamgeist  „trabajo en equipo“,

“Goleo” mascota del mundial Alemania 2006.

Apopudobalia: un juego de ayer y hoy

Desde hace unos meses los alemanes llaman a Alemania “la tierra del futbol”. No porque supongan que aquí se inventó el futbol. Como aclara “Der neue Pauli” (Enciclopedia de la Antigüedad) en la página 895: la “Apopudobalia” es un deporte antiguo, ciertamente una forma temprana del moderno futbol. Aunque los detalles son desconocidos, ya en el siglo IV a.C. Achilleos Taktikos sitúa en su Gymnastika a los hombres alejadores de  pelota (άνδρες ἀποπουδοβαλόντες) en Corintio. Se sabe que la práctica llegó también a Roma; en un escrito post ciceroniano De viris illustribus (3,2) se mencionan “prominentes Apopudobalonten”. Entre el siglo I y II de nuestra era la Apopudobalia fue llevada por las legiones romanas a la Gran Bretaña, donde su práctica volvió a expandirse alrededor del siglo XIX. A pesar de su popularidad, el juego fue condenado durante el temprano Cristianismo (como consta en Tert. spectaculis 31 ss.) A partir del siglo IV no se encuentran más menciones de este deporte.  

Así que la autodenominación como tierra de futbol no es un reclamo histórico; más bien es la comprobación de un hecho. Desde la Copa Confederaciones el año pasado todo en Alemania, absolutamente todo gira alrededor de la pelota. Algunas máximas trascendentales pueden leerse en cualquier parte: “El balón es redondo”, “El partido dura 90 minutos”.

Doha, Qatar 2022.
Foto: Carlos Cisneros Guerrero

Junto a estas máximas hay también otras “grandes frases” pronunciadas por los comentadores alemanes quienes, al igual que sus colegas mexicanos, fluctúan entre la filosofía, el deporte, la parranda y la verborrea. Cito sólo dos:

“Tanto más ha durado el partido, cuanto menos tiempo falta para que termine.” Marcel Reif. 

“No, queridos espectadores, no  hemos instalado una  cámara lenta, en verdad él corre así de despacio.” Werner Hansch.

Tanta sabiduría solo puede compararse con aquella frase original de México cuando vamos perdiendo dos cero: “En efecto, amables aficionados, para seguir en el partido hace falta meter dos goles; primero uno y luego el otro”.

Frases como esas son objeto de reflexión en las universidades. Pertinentemente ha sido ya observado que ningún partido dura 90 minutos, ni la pelota es completamente redonda. 

Afición mexicana Qatar 2022.
Foto: Carlos Cisneros Guerrero.

En la Universidad de Konstanz, por ejemplo,  tienen  lugar una serie de conferencias sobre el tema: “Fazination Fußball”. Sociólogos, científicos del deporte y literatos aventuran las más descabelladas hipótesis. No he asistido a ninguna porque a esa hora tengo “sesión de futbol” (Fußball Veranstaltung): para los alemanes, un compromiso tan serio como cualquier otro, un deber riguroso y puntual.

En Alemania el futbol se ha transformado también en un tema de estado. Desde hace meses se discute en el gobierno si se debe utilizar al ejército para proteger a los visitantes o basta con la policía. Los parlamentarios temen a  los grupos prepolíticos que pululan en la Europa rica: los neonazis, los hooligans, los extremistas, los mexicanos que apagan la llama eterna, etc.

Tampoco las religiones se han mantenido al margen del futbol. Los obispos católicos han elaborado una página en internet para aquellos devotos también aficionados al futbol (www.kirche-am-ball.de) Entre otras cosas informa sobre las celebraciones Eucarísticas para extranjeros en su idioma durante la Copa. También trae bendiciones y oraciones con metáforas futbolísticas. La página de la Iglesia Evangélica (www.fangemeinde-ekd.de) tiene una sección llamada “Hymnen Karaoke” con la música y letra de los himnos de todos los países que participan en el Mundial. 

Por supuesto la avalancha de productos relativos al futbol llega a ser extenuante. Figuras de balones, estadios, jugadores por todas partes, lo mismo en los desodorantes que en los rollos de papel de baño, o en los dulces y chocolates, incluso en las panaderías se venden panes con balones estampados.: “Fußball ist  in der Luft” (el futbol está en el aire)

Afición polaca, Qatar 2022.
Foto: Carlos Cisneros Guerrero.

Los universitarios esperan afuera de las escuelas para intercambiar estampas con los niños de la escuela básica. Las estampas de jugadores holandeses, archirivales de Alemania, no valen nada. Balcones por toda la ciudad lucen decorados con banderas de todos los países participantes. Nosotros también pusimos la nuestra.

Por primera vez en muchos años, quizá décadas, los alemanes pueden sentirse orgullosos y contentos de ser alemanes, y manifestar el amor a su bandera y a su patria sin hacer temblar al resto de Europa y del mundo. El Presidente de Alemania, Horst Köhler, comentó incluso no sin un dejo de ironía, que le daba gusto ver que por fin otros coches además de su vehículo oficial eran adornados con banderas alemanas.

Deutsche Telekom (la compañía de teléfono)  ofrece durante el mundial llamar a cualquier país mundialista a 1 ct. por minuto, Obviamente Holanda está excluida a menos que sean llamadas para burlarse. 

Entre lo mejor que me ha tocado leer está un artículo que apareció en la sección sobre viajes del Frankurter Allgemeine Zeitung, el autor proponía que, en vista de la popularidad del balonpié, se adoptara la cancha de futbol como unidad de medida.  Así en lugar de decir que alguien posee dos hectáreas de tierra habría que decir que posee 10 o 15 canchas de futbol. Eso facilitaría la comprensión de las distancias, los tamaños y las proporciones entre los escolares.

Lo bueno es que el 9 de junio cada vez está más cerca. Menos plática y más goles.

Por cierto que la mención de la “Apopudobalia” fue una broma de los editores de la enciclopedia. La invención es obvia si se considera  quién es el editor de una de las fuentes consultadas: FS (jugador de Futbol) M. Sammer: egregio ex-futbolista de la selección alemana  y jugador del año en 1996. Lo dicho, es la futbolización de todo.

Mundial Qatar 2022.
Foto: Carlos Cisneros Guerrero.
Frankfurt verano 2006
München 2006, el día del juego por el tercer lugar Portugal – Alemania
Nación en llamas: Laicismo, individualismo y la creciente islamización de Europa

La dificultad de América

Por Víctor J. Gómez Villanueva

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Desde hace poco, hablar de mi país deviene en un inevitable problema de comunicación. No tiene mucho tiempo que vivo en Europa. Si intento hacerme entender, el imaginario de mi interlocutor empieza a desbordarse a tal punto que cuando intento detenerlo ya me siento asfixiado entre espesos tallos de bananos, palmas y cafetales que surgen a borbotones de un sólido estereotipo selvático. Pero no me molesta en absoluto el aura mágica de mi proveniencia, y acaso más bien me fascina, porque así me imagino sobre una araña gigantesca que surca valerosamente la sierra oaxaqueña para dejarme justo frente a la puerta de mi abuela centenaria. Admito que a ratos el estereotipo me suena bien y lo disfruto. Lo que en verdad me molesta es la ambigüedad conceptual con la que tengo que lidiar cada vez que me tomo una cerveza con un desconocido. Es un bloqueo lingüístico que, si yo fuera sólo un poco más obsesivo, no me permitiría entablar una conversación.

América. Basta sugerir este nombre propio como lugar de procedencia para dejar pasmado a cualquiera en estas latitudes. Yo soy americano, pero ¿qué carajo es América? ¿México, mi país de origen, está realmente en América? Ni yo lo sé. Cuando en 1507 el erudito germánico Mathias Ringmann introdujo en su Cosmographiae Introductio el título “América”, para honrar al cosmógrafo Vespucio, no se imaginó el lío y la rebatinga en la que nos iba a meter a tantos ilusos. Yo, unos cuantos siglos después, tengo que habérmelas con su casual ocurrencia. El primer problema al que se enfrenta cualquier coterráneo mío es una cuestión de absoluta destreza intelectual. En caso de que sea difícil comprender este punto, le recomiendo a Usted, noble lector, que busque cuanto antes una hoja de papel y siga mis instrucciones. Usualmente si Usted divide una hoja por la mitad horizontal, del acto resultarán una parte superior y una inferior. Ahora bien, el siguiente es un punto sumamente abstracto y le recomiendo antes respirar profundamente: si en vez de una hoja, Usted aplica la misma noción de superior-inferior a un mapa de América, sorprendentemente descubrirá el norte y el sur. Fíjese en el extraño dibujito del continente americano después de haber doblado la hoja por la mitad (si se me permite el tecnicismo, se llama ecuador). La parte superior equivale a Norteamérica, la inferior equivale a Sudamérica.

Americo Vespucio.

Una lectura atenta de este ejercicio intelectual aquí propuesto probablemente incitará la siguiente pregunta: ¿Por qué Centroamérica no está en el centro? Admito que éste es un problema para la explicación antes ofrecida. Pero aventuro, con carácter de tentativo, la siguiente hipótesis. “Centro” es, en primer lugar, el punto interior que se toma como equidistante de los límites de un cuerpo; sin embargo, “centro” es también un punto de convergencia de información, decisiones o cultura. De esta suerte, Centroamérica no es el centro geométrico, pero sí el punto de convergencia, el vaso que, en lo que respecta al habla y la cultura, comunica el sur con el norte de América.

Mapa de Norteamérica.

La pregunta crítica es: ¿y dónde diablos queda México? Acaso incurro en una necedad, pero sinceramente yo veo a mi país en la parte superior del mapa, dígase, en Norteamérica. Hasta donde yo entendí, y agradezco la tenacidad didáctica de algunos de mis profesores, en la geometría no importa si un cuadrante del plano es más pobre o moreno que el otro. Sólo importa si un cuadrante está arriba o abajo, para llamarle en consecuencia superior o inferior. En vista de esta difícil y a veces resquebrajosa argumentación, un día me atreví a decir, frente a los ojos exorbitados de mis oyentes que me laceraban:

– Yo nunca he ido a Sudamérica…

Imaginen la corriente de sus pensamientos: ¿un mexicano no ha ido a Sudamérica?, ¿y de dónde se cree que viene?, ¿me habrán engañado en el colegio?, ¿o dónde queda entonces México?

– …porque México está en Norteamérica, ¿sabes?

Mapa de Sudamérica

En el punto más álgido de mi crisis, me aferré a una esperanza y me dije: “Podrán no saber si México está al sur o al norte del continente, pero por lo menos sabrán que México está en América.” Y el remedio fue peor que la enfermedad. Las caras extrañadas de una nueva bandada de interlocutores me sugerían que no estaban dispuestos a aceptar que yo fuera “americano”. No es que no supieran que México estaba en América (salvo en contadas y memorables excepciones) eso lo sabían. Es que yo no era americano. Desesperado, consulté la RAE y verifiqué el engaño. Usted, amable lector, podrá pensar que americano es el natural de América, pero en la cuarta acepción (que, por abuso pragmático, debería ser la primera) aparece el demonio de mi historia nacional: “estadounidense”.

En 1823 los EUA decidieron no aceptar más la influencia europea en el continente americano y la intentona de la restauración monárquica; el más mínimo conato sería considerado un acto de agresión contra las franjas y las estrellas. James Monroe, un Capitán América decimonónico, sintetizó este programa político en una frase lapidaria: “América para los americanos”. Más allá de la tragedia histórica que significó para los mexicanos, esto también fue una desgracia semántica, porque entonces el gentilicio “americano” dejó de tener sentido alguno. Todo mundo se creyó la idea de que los americanos son nada más los estadounidenses, y que por lo tanto los mexicanos son algo así como un quiste geográfico.  

MDNMDN