El retrato del Anticristo

El retrato del Anticristo

Por Salvador Fabre

Entérate de SPES en Telegram:
https://t.me/spesetcivitas

Leyendo “Los tres diálogos y el relato del Anticristo” de Vladimir Soloviev, filósofo ruso de la segunda mitad del siglo XIX, dedicado al ecumenismo y converso finalmente al catolicismo, encontré, junto con afirmaciones típicas de su época -el diálogo es publicado en 1899- que muestran la ceguera del racionalismo decimonónico frente a la inminente 1ª Guerra Mundial, otras en cambio proféticas sobre el siglo XXI. Concretamente, en la “profecía” de Soloviev, el Anticristo vendrá en el siglo XXI y promoverá una serie de políticas características de nuestra época. En un sentido fracasó como profeta: consideraba imposible una guerra entre las potencias europeas, guerra que se desencadenó tan soló 15 años después de su texto y 14 después de su muerte, en cambio acertó en afirmar que el siglo XX sería el siglo de las “grandes guerras.” Además, previó algunas de las notas típicas de la cultura en el siglo XXI, por lo que sí podemos calificar su texto de actual, de profético y de advertencia.

¿Qué características tendrá este Anticristo? Son de lo más variopintas, aunque la esencial es obvia: no reconocer a Cristo, ponerse en el lugar de Cristo, ofrecer su venida en vez de la segunda venida de Jesús. Esa oposición a Jesús se manifiesta como un rechazo a la verdad; pero se trata de un rechazo disimulado: ofrece cantidad de bienes, promete la paz perpetua, la era del progreso, es un gran altruista y pluralista, incluso se muestra respetuoso de las religiones y promueve un cristianismo en general -es decir, la unión de católicos, ortodoxos y evangélicos- que prescinda de sus contenidos doctrinales y dogmáticos, para centrarse únicamente en una propuesta moral, pacifista e incluso animalista. El mundo secularizado en que vive se caracteriza por el olvido de la trascendencia, la espiritualidad y Cristo; elementos todos ellos suplidos por el progreso y la filantropía.

Portada: “Los tres diálogos y el relato del Anticristo”. V. Soloviev

El “relato del Anticristo” -escrito a finales del siglo XIX- comienza con una profecía sobre el siglo XX: “fue la época de las últimas grandes guerras, de las discordias intestinas y de las revueltas revolucionarias”. Más adelante afirma: “La Europa del siglo XXI fue una unión de estados más o menos democráticos: la Unión de Estados Europeos.” Resulta interesante observar cómo, a finales del siglo XIX, se percibía que la racionalidad política y la democracia iban a confluir con el tiempo en la creación de la Unión Europea, pero no sospechaban el precio: las dos guerras mundiales.

Otra advertencia interesante, para los creyentes del siglo XXI es la siguiente: “Y mientras la enorme mayoría de los intelectuales continuaron siendo no creyentes, los pocos creyentes debían necesariamente convertirse en intelectuales.” Es decir, augura que la supervivencia de la fe depende de la formación, necesitamos una fe ilustrada, instruida, profunda que, al decir de san Pedro, sea capaz “de dar razón de nuestra esperanza.” Precisamente porque la presión externa será muy fuerte.

Vladimir Soloviev. Óleo: Ivan Kramskoi.
Museo ruso, San Petersburgo.

En la presentación de Soloviev, el Anticristo será un humano súper dotado. Física -atractivo- pero, sobre todo, intelectualmente. Incluso, al principio creía en “el bien, Dios, el Mesías… pero al mismo tiempo sólo se amaba a sí mismo.” La “conciencia de su elevada dignidad se manifestaba no obstante no como una deuda moral frente a Dios y el mundo, sino como un derecho y una superioridad frente a los demás y, sobre todo, frente a Cristo.” Hasta que “finalmente, un odio impetuoso se adueñó de su alma. «¡Yo, yo, no Él!»” Escribió un libro que fue mundialmente alabado, donde el nombre de Cristo no aparecía ni una vez, pero los mismos cristianos afirmaban: “está impregnado del espíritu auténticamente cristiano del amor activo y del bien universal, ¿qué más queréis?”

Finalmente se hizo “amo del mundo”, como la novela escrita ocho años después por Robert Hugh Benson. “El nuevo señor de la Tierra era ante todo un compasivo filántropo; así, su amor no se limitaba a los hombres, sino que se extendía también a los animales. Era vegetariano…” Cualquier semejanza con la cultura hodierna es mera coincidencia. Se pone en el lugar de Dios, pide amor hacia él, y causa una apostasía generalizada, tanto en las diversas formas de cristianismo, como del judaísmo. Pero finalmente es desenmascarado:

“¡Gran soberano! Lo que más apreciamos en el cristianismo es el mismo Cristo. Él mismo y todo lo que de Él proviene, pues sabemos que en Él habita corporalmente la plenitud de la Divinidad… Nos has preguntado qué podías hacer por nosotros. He aquí una respuesta precisa: aquí y ahora, confiesa ante nosotros a Jesucristo, Hijo de Dios, que se encarnó, resucitó y de nuevo vendrá. Confiésalo y nosotros te acogeremos con amor como verdadero precursor de su segunda y gloriosa venida.”

El retrato del Anticristo

El peso de un pasado persistente: A propósito de Postwar, de Tony Judt

Imágen: “Niños jugando en ruinas, Berlín”. Fuente: Archivo Federal Alemán.

Una reseña de Víctor Gómez Villanueva

Entérate de SPES en Telegram:
https://t.me/spesetcivitas

Postwar – A History of Europe Since 1945 de Tony Judt

¿Qué queda aún por aprender de los años de posguerra de la segunda mitad de siglo XX? ¿No vivimos acaso una realidad totalmente distinta? “Postwar” la obra magistral del gran Tony Judt nos revela la permanencia del mundo de posguerra en nuestro presente.

Un libro que en la edición en inglés ronda las 1,000 páginas podría ser una sugerencia de lectura más bien difícil de hacer, porque sin duda se requiere de mucho tiempo y esfuerzo para terminar de leerlo. Postwar – A History of Europe Since 1945 de Tony Judt, publicado en 2005, es precisamente una obra así de monumental en extensión. Aunque para algunos sería una sugerencia de lectura improbable, creo que el libro es tan monumental en extensión como en valor.

El valor de este libro de historia se puede juzgar, en primer lugar, por su claridad y concisión. Estas virtudes no son comunes entre los historiadores, contrario a lo que pudiera pensarse. Judt, sin embargo, las domina: sus párrafos, perfectamente hilvanados uno tras otro, abren usualmente con una explicación, que se desarrolla en las oraciones siguientes y que se vincula a subsecuentes problemas en la oración final del párrafo. Extraño para un libro así de largo, y sobre todo con un objeto de estudio tan vasto, pero el autor va siempre al grano. Gracias a esta claridad mental, Judt es capaz de sacarle la mejor partida a su erudición y establecer relaciones novedosas entre la política, la economía, el arte, la moda y la filosofía, la religión y la diplomacia durante el tiempo de postguerra.

Más allá de lo estilístico, o lo novedosas que sean las interpretaciones de Judt, también hay razones circunstanciales que hacen de Postwar una lectura valiosa. Éste, aparte de ser un libro magistralmente argumentado, es (aterradoramente) relevante hoy en día.  La razón más obvia de su relevancia es que la guerra ha vuelto a Europa – el conflicto actual está geográficamente contenido en Ucrania, pero tiene ramificaciones en el resto del continente. Y no sólo eso: la historia, o, mejor dicho, la tergiversación de la historia, ha jugado un rol importante.

 Putin, por ejemplo, ha intentado enmarcar esta guerra, así como la previa anexión de Crimea en 2014, como un intento de eliminar a los nazis de Ucrania. El referente histórico de Putin, como se puede leer en Postwar, son probablemente los primeros años de la posguerra, cuando la URSS ejecutó públicamente a soldados alemanes en Kiev. Judt profetizó una tergiversación así de la historia, pero sí explicó que la identidad ucraniana vive, a partir de la desintegración de la URSS, un renacimiento, y que dicha identidad, para las obsesiones de Putin, empieza a gravitar más cerca de Bruselas que de Moscú.

Claro que una supuesta liberación del nazismo no es la única referencia histórica en la reciente invasión de Ucrania. El aparato propagandístico de Putin igualmente ha intentado esparcir la idea de que Ucrania no es ni ha sido soberano, y que eso justifica la “reclamación” rusa de su territorio. Lo primero es falso y lo segundo moralmente reprobable.

Tony Judt

Tony Judt refiere en Postwar los precedentes de soberanía de Ucrania, previos a la desintegración de la URSS – estamos hablando, por ejemplo, de la independencia de Ucrania previa a la Primera Guerra Mundial. Judt también indaga sobre la represión y colonización soviéticas, que probablemente ayudaron a conformar una identidad ucraniana en mayor oposición a la rusa. Igualmente explica que un proceso de urbanización durante el régimen soviético ayudó precisamente a la consolidación de la identidad ucraniana. Estas distinciones pueden parecer, en fin, curiosidades, pero creo que en nuestro contexto explican, en parte, la tenacidad con la que han resistido las fuerzas ucranianas la agresión rusa. La posibilidad de poner la actual guerra en contexto histórico no es lo único que tiene que ofrecer Postwar. Al final, este libro tiene lecciones que trascienden la coyuntura de la invasión de Ucrania: da testimonio, en general, de lo difícil, intrincado y costoso que resulta reconstruir física y psicológicamente uno o más países después de una guerra. Nos previene también de limitar nuestra atención histórica a la guerra, por culpa quizás de los visos de heroísmo a los cuales somos más afectos, y nos sugiere no perder de vista – y menos ahora mientras las agresiones contra Ucrania continúen – que hay tanto de admirable en luchar como en reconstruir.

El retrato del Anticristo

Hacia la cumbre más alta

No hay precepto más revolucionario dentro del mensaje cristiano que el del amor a los enemigos. Es tan contrario a lo instintivo, que suena incluso antinatural y casi antihumano. Sumamente difícil es perdonar y más todavía amar a cualquier persona con quien mantengamos cierta rivalidad. Pero este conflicto se vuelve insuperable cuando la hostilidad consiste en matar o ser matado. Y en la guerra parece no haber opción.

Hace cuarenta años se desató la guerra de las Malvinas entre Argentina y el Reino Unido. Tras casi un siglo y medio de ocupación británica, el 2 de abril de 1982 tropas argentinas hicieron toma efectiva de las islas. Este acto posesorio permitiría a la Argentina reivindicar la largamente disputada soberanía sobre estos territorios. Pero lejos de resolverse mediante tratados diplomáticos, el gobierno inglés desplegó una inesperada contraofensiva militar que concluyó con la reapropiación del archipiélago por parte de su ejército. El saldo de muertos fue de 649 argentinos, 255 británicos y tres isleños. 

El 14 de junio se puso fin al conflicto bélico entre ambos países, pero con él se dio inicio a su vez a una multitud de otras guerras: guerras íntimas, guerras solitarias, guerras silenciosas que se llevaron a cabo en el interior de todas aquellas personas que se vieron sorpresivamente envueltas en esa contienda. 

Los sobrevivientes se vieron enfrentados cuerpo a cuerpo con su propia vida. Y muchos son los que no pudieron con ella. El enemigo era ahora interno y acechaba junto al eco de los gritos de los heridos y a la frustración por no poder vengar a los compañeros muertos. Muchos de los cuales fueron enterrados sin nombre en aquellas frías islas, en cuya desolación sólo queda el quejido de cómo “clama el viento y ruge el mar”. (1)

Alejandro Diego. Primer día en la Armada Argentina.

La memoria de aquellos días sigue vibrando intensamente en los relatos de sus protagonistas. Sus palabras reviven lo penoso de sus recuerdos y ponen al descubierto esas heridas que aún no terminan de cicatrizar. Alejandro Diego, veterano argentino, nos confía así su testimonio personal:   

Cuando enterré a varios de mis compañeros, yo ya no tuve más familia, no tuve más nada, y yo me dije: Yo mato a un inglés. Yo quería matar. Y no pude, porque no tuve cuerpo a cuerpo. Y me hizo muy mal.” 

Alejandro tenía entonces veinte años. Se encontraba haciendo el servicio militar obligatorio cuando lo convocan a incorporarse a las fuerzas de la Armada. Con una instrucción militar mínima, en la que sólo había tirado “siete tiros” (sic), se enfila para combatir en el frente. El 13 de abril llega a Malvinas. Allí conoce al marinero Juan Ramón Turano con quien comparte diversas maniobras a bordo del buque Bahía Buen Suceso y un destino sumamente dispar. Entretanto, el desarrollo de la guerra se acelera. La intensidad de los embates enemigos asciende. La juventud se detiene. Y la adversidad no espera. En medio de un bombardeo nocturno y a pocos metros de distancia, Juan Ramón muere. Diecisiete años era la edad que tenía.

Nos quedamos en tierra. Nos tiraban bengalas y de noche, a las 12 de la noche, empezaba el ataque. Y donde veían algo que se movía le tiraban. Los bombardeos duraban cuatro horas. Ráfagas de diez bombas. Paraban dos minutos. Diez bombas más. Y así iban barriendo toda la zona. En el primer ataque Turano muere al lado mío. Para mí fue terrible. Eso fue el 26 de mayo a las 2 de la mañana. Yo, por un tema del destino, pero que atribuyo a Jesucristo, me levanté con él. Y de repente veo que me olvidé la bolsa de dormir y vuelvo. Ahí empieza el bombardeo. Él se muere y yo no. Fue un golpazo. No puede ser, me dije, en dos minutos pasó todo. Fue como cuando te pegan una trompada y no reaccionás. Fue terrible.”

“Y al instante se empiezan a escuchar las voces de los heridos. Los gritos son tremendos. Y es tremendo también porque los tenés que ir a buscar. Y yo me dije que, si por algún motivo estoy vivo es porque Jesucristo lo quiso. Y si Jesucristo quiere que yo muera, que sea haga su voluntad, como en el Padrenuestro. Y fui. Y nadie iba.”

La revancha se presentaba en ese momento como una extraña esperanza. El desconcierto, la angustia, el pavor suspendían seguramente toda otra posible reflexión.  Sólo el dolor puede entender el dolor. Por eso, bajo promesa de falso resarcimiento, la venganza se vuelve así una anómala forma de empatía. Alejandro juró vengar a Juan Ramón, pero el fin de la guerra le ganó de mano. Y la promesa quedó incumplida. 

El día de la rendición fue una bisagra. Estaba muy contento porque había sobrevivido y muy triste por todo lo que había pasado, porque Argentina había perdido y porque no había cumplido mi promesa. Nos rendimos. Volvió a flamear la bandera inglesa. Fue la primera vez que yo sin moverme de mi lugar vi bajar la bandera argentina y subir la inglesa, de noche. Fue tremendo. Estar en otro país sin haberme movido, ni pasar la aduana. Nos tomaron prisioneros. Estuve siete días prisionero.”

“Y después volví. En tres meses fui muy diferente. Una cosa era yo antes y otra cosa fui yo después. La guerra te marca y no sos el mismo. Yo tenía veinte años y ya era un viejo de ciento ochenta. Yo pensé que no volvía vivo, por lo loco que estaba. Si había un enfrentamiento, a mí me matan, pero yo mato a tres o cuatro. Por mi amigo. Era más importante mi amigo que mi familia. Mi amigo muerto.” 

Alejandro Diego al regreso de la guerra.

Tres encuentros

En 2012 se cumplieron 30 años de la guerra. El ritual de los aniversarios cumple con rememorar lo sucedido reuniendo a los vivos y a los muertos. Y eso es lo que sucedió. Alejandro tuvo la oportunidad de volver a las islas y se reencontró con unos y otros.

Junto a la Fundación Rugby sin Fronteras Alejandro Diego viaja con una delegación de unas treinta personas, en la que él era el único veterano. En el aeropuerto se encuentra sin embargo con otro excombatiente, Fabián Abraham. Para su admiración, Fabián sí había matado. Y esto constituyó para él el primer punto de inflexión.

“Él había matado. Y yo le transmito a él que yo no soy veterano porque no cumplí la promesa a mi amigo de matar a alguien. Y él sí había matado. Para mí él era como Messi, yo quería estar en su lugar. Pero él me transmitió lo que fue matar, en el lugar donde él mató. Fue tremendo y me sacó las ganas de matar.”

“Él me dijo que dos veces se quiso suicidar, porque no se podía sacar la cara del inglés que mató, ya que había sido casi de día y muy cerca. Me dijo, menos mal que no mataste, vos también sos veterano. No es veterano solamente el que mató. Y yo dije, pero yo no cumplí la promesa a mi amigo.”

Cementerio de Darwin – https://rugbysinfronteras.org/

Ya en Malvinas, la delegación visita el Cementerio de Darwin. Alejandro había enterrado a Juan Ramón en Bahía Fox, lejos de ahí, pero ahora se encontraba en este cementerio que había sido construido por los ingleses un año después de la guerra; por lo cual no sabía dónde estaba exactamente la tumba de su amigo. Sin embargo, el reencuentro se dio de todos modos y fue revelador.

“Llego al cementerio, que es enorme, y hay muchas cruces. Yo no sabía dónde estaba Turano. Me caigo como si la tierra me llamara, me pongo contra la turba, y de repente se me vienen las imágenes de los soldados, como si de cada una de las tumbas se me acercaran a tomar mate. Y de la izquierda, de siete tumbas a la izquierda, se me viene la imagen de Turano. Yo no sabía dónde estaba él. Pero lo veo venir de ahí todo brilloso, él era rubio. A los demás no les distinguía la cara, pero a él sí. Y me dice, ¡qué hacés Alejandro! ¡cómo andás! Y yo le digo, ¡qué hacés Juan Ramón! Y lo primero que le dije es: Yo no cumplí mi promesa. Y me dice, cómo te vas a poner a matar gente por tierra, esto es una locura. Y le digo, pero yo no cumplí. Y me dice, vos vas a cumplir el día que nos honren llegando a un acuerdo con esta gente; la tierra es del que está y si estos están, que estén ellos. Ustedes lleguen a algún tipo de acuerdo. Ahí nos van honrar, no matando.”

“Desde donde estaba sentí que estábamos todos unidos y los agarré de la mano y recé un Padrenuestro y un Avemaría con ellos, y sentí que estaban todos bien. Hasta ahí yo pensé que era mi imaginación. Pero cuando me fijo, la tumba de Turano estaba justo a siete tumbas desde donde yo lo vi venir. Ahí dije, este es un mensaje de él. Después de esto fuimos a la tumba de los ingleses, y también les rendimos honores.”

Alejandro Diego en el cementerio de Darwin – https://rugbysinfronteras.org/

Por último, el tercer encuentro que marcó significativamente el viaje de Alejandro, fue con Andrew Miller, un isleño que en la guerra tenía sólo dieciséis años. Andrew participaba de la resistencia dando alerta temprana a los ingleses ante la aparición de aviones argentinos. Pero si bien su actuación fue muy eficaz, su vida no se vio libre de amargas secuelas.  

“Le pregunté a Andrew que estaba haciendo él en la guerra. Y me dijo, yo me fui al campo como parte de la resistencia. Íbamos de a dos estudiantes voluntarios, con una carpa y cañas de pescar; éramos autónomos. Nos íbamos a las islas que están a la izquierda a dar alerta temprana de aeronaves, con una radio y nada más. Y así daba las alertas. Pero una vez, me dice, yo doy una alerta y parece que había un barco cerca y del barco sale un misil. Y cuando sale el misil yo pienso, por favor que no le dé, que no le dé, evadilo, evadilo, y veo que le da. Cuando le da, veo que el avión está cayendo y digo por favor, eyectate, eyectate, y veo que no puede eyectarse y se cae. Cuando termina la guerra, me dice, me condecoran por esta acción y me pasan el mensaje del piloto que habían escuchado los ingleses. Me cuenta que el piloto decía: “Me están tirando un misil, espero evadirlo. ¡No lo puedo evadir! Me dio, voy a eyectarme. ¡no puedo eyectarme, voy a morir! ¡Díganle a mi familia que la quiero, que la amo, que sean felices!”. Y pum, cae. A partir de eso, me dice que rechazó el ofrecimiento que le hicieron de incorporarse a los Marines y, al contrario, prefirió ser bombero para salvar vidas. Y lo veo llorando. Le pregunto si lo puedo abrazar y nos abrazamos llorando.”

De estos tres encuentros Alejandro finalmente concluye emocionado: 

“Entonces, el argentino que mató, llorando. El inglés que mató, llorando. Turano que me dice que los vamos a honrar el día que no haya más conflicto. Me cambió la vida. Me dio vuelta.” 

Estos tres encuentros representaron para Alejandro una transformación. El inicio de un camino de conversión, un camino ascendente, cuya cumbre más alta sería la reconciliación e incluso la amistad con sus antiguos enemigos, cláusula fundamental para un reencuentro consigo mismo.

Reconciliación 

La renovación que supuso para Alejandro ese viaje no tuvo vuelta atrás. Ahora iniciaría otro recorrido, casi un peregrinaje, que no podía emprender solo sin sus ex compañeros, muchos de los cuales se mostraban al comienzo fuertemente renuentes a hacerlo. 

El primer gran paso fue organizar un partido de Rugby entre veteranos argentinos e ingleses; pero no unos contra otros, sino todos mezclados entre ambos equipos. Alejandro consiguió sumar a 14 veteranos argentinos. Con la ayuda nuevamente de la Fundación Rugby sin fronteras, el 21 de septiembre de 2015 se logró concretar el singular encuentro en el estadio Richmond de Londres. 

Veteranos argentinos e ingleses en el estadio Richmond de Londres – https://rugbysinfronteras.org/

Unos días antes del partido, el 16 de septiembre de 2015, el Papa Francisco recibió en la Plaza de San Pedro a todos los participantes, los cuales formaban una comitiva de 60 personas. Tomando en sus manos la ovalada pelota bendijo la iniciativa y a cada uno ellos. Particularmente emotivo fue el mensaje de sanación que el Papa, por sugerencia de Alejandro, tuvo oportunidad de dirigir de manera personal a Fabián Abraham, aquel argentino que no podía superar el hecho de haberse visto obligado a matar. 

Veteranos argentinos e ingleses junto al Papa Francisco en la Plaza de San Pedro – https://rugbysinfronteras.org/

El 30 de abril de 2016, la misma Fundación organizó en Buenos Aires un nuevo encuentro entre veteranos de ambos países, bajo el lema: “Veteranos de Paz: un mensaje de encuentro y superación”.

Estos encuentros propiciaron a su vez la realización de una peculiar obra de teatro “Campo Minado”, de Lola Arias, en la que intervienen ex combatientes argentinos e ingleses y en la que se busca reconstruir sus recuerdos de la guerra y de su vida tras ella. 

El 6 y 7 de marzo de 2022, en vísperas del 40º aniversario de la guerra, tuvo lugar en Buenos Aires un nuevo gran evento bajo el nombre “La fraternidad es posible”. La organización estuvo a cargo de la asociación civil La Fe del Centurión, integrada por laicos que acompañan a ex combatientes argentinos y a las familias de los fallecidos. En la reunión se convocó a todos aquellos hombres y mujeres, tanto de Argentina, como del Reino Unido que de una manera u otra fueron partícipes del conflicto del Atlántico Sur. Con el apoyo de las autoridades eclesiásticas de las Iglesias Católica y Anglicana de ambos países, celebraron juntos una misa en la Catedral Anglicana de Buenos Aires donde se rindió homenaje a todos los caídos. Las reflexiones de esas jornadas no fueron ajenas al actual conflicto entre Rusia y Ucrania y entre ellas se destacan estas palabras: “Conocimos la guerra, amamos la paz”.

El 11 de septiembre de 2022, como un nuevo acto de reconciliación, un grupo de seis veteranos, argentinos e ingleses, escalaron juntos el Mont Blanc, la montaña más alta de Europa occidental, cuya cima alcanza 4.809 metros sobre el nivel del mar. La expedición conformada por ex integrantes de las fuerzas argentinas, gurkas, royal marines, guardias galeses y tropas especiales británicas tenía como fin recaudar fondos para Blesma, una asociación benéfica que da apoyo a veteranos ingleses sin extremidades. 

Veteranos argentinos e ingleses en la cima del Mont Blanc

Uno de los impulsores de esta travesía fue también Alejandro Diego, quien anticipa que están planeando como nuevo proyecto subir en 2024 el cerro Tronador de Argentina, y quizás un día también realizar algo similar en las mismas Malvinas, con la participación además de los isleños. Por último, describe lo que sería realmente llegar a la cumbre más alta: 

“Mi sueño es que, a través de estos encuentros, ir con los ingleses que conozco a hablar con los isleños y empezar un camino de solución pacífica de tres partes, los ingleses, los argentinos y los isleños, y que se pueda diseñar un acuerdo. Estoy seguro que se puede diseñar un acuerdo a nivel personas, para recién después ir a hablar con los gobiernos. Ese es mi sueño.

Finalmente, ante la pregunta de qué le diría a un joven que hoy se viera obligado a combatir en una guerra, responde: 

A los chicos que se ven obligados hoy a ir a una guerra, yo les diría, no vayas. No hay que ir a una guerra. Nadie merece morir por un pedazo de tierra.”

Cima del Mont Blanc

(1) “Marcha de las Malvinas” compuesta en 1940 por José Tieri: https://museomalvinas.cultura.gob.ar/musica/

Alemania en la ola de insolvencia

Punto de vista de un ciudadano alemán. (S. K.)

Síguenos en nuestro canal de Telegram:
https://t.me/spesetcivitas

Idioma original: 🇩🇪

Actualmente todas las empresas de Alemania están luchando contra el fuerte aumento de los precios de la energía. El precio del gas se ha multiplicado más de diez veces en comparación con el año pasado. Causando que muchos tengan que declararse insolventes y cerrar o trasladar sus operaciones al extranjero.

Panaderos, carniceros, cerveceros, la industria metalúrgica… la lista de empresas quebradas es larga y probablemente no llegará a su fin mientras los políticos no cedan. Véase el resumen con las empresas en bancarrota de Egon Kreutzer.

Empresas fundadas antes del cambio de siglo, como el fabricante de caramelos Bodeta o la carnicería Krön de Núremberg, sobrevivieron a la inflación galopante del final de la República de Weimar y a dos guerras mundiales, pero las sanciones y la política energética del actual gobierno alemán les están rompiendo las espaldas.

Lo que está ocurriendo, ahora mismo, es una desindustrialización de proporciones inimaginables. Si esto continúa así, dentro de un año no habrá industria manufacturera en Alemania.

Literalmente me siento impotente con esta situación. Al menos me queda el consuelo de no haber votado a los responsables de este gobierno, a ninguno de ellos. Pero eso no cambia la situación en la que nos encontramos.

Ayer me enteré que mi panadería favorita, en la que compraba panecillos desde niño, tuvo que cerrar porque no podía pagar el precio del gas. Tras la noticia y el panorama me surgió la pregunta ¿acaso debería en algún momento emigrar?

Francamente no creo que la situación se vaya a mejorar o normalizar. Me parecen demasiado testarudos los políticos que se aferran a su ideología contra viento y marea y que no toman en cuenta las necesidades del pueblo. La situación requeriría de un replanteamiento de nuestra política energética, de cómo comerciamos con la energía, un cuestionamiento de los intercambios energéticos, etc. En uno de los pocos momentos de iluminación de Horst Seehofer, afirmo: “Los que deciden no son elegidos y los que son elegidos no tienen nada que decidir”.

En la democracia representativa que impera, el ciudadano –llamado ciudadano porque tiene que ser garante de todo y de todos– puede votar cada 4 años, pero las decisiones no pueden ser sometidas a votación. El pueblo y el individuo no pueden ejercer realmente ninguna influencia, porque en realidad no tenemos elementos de una democracia directa, como sí ocurre en Suiza. De vez en cuando hay manifestaciones, algunas más concurridas que otras, pero no cambian nada, o al menos yo, personalmente, no noto cambio alguno. Quizá haya un error en mi sentir, pero mis amigos y conocidos sienten lo mismo, y en ese caso entonces ellos, y muchos otros, también estaríamos en el error.

El retrato del Anticristo

Ser madre en el peor de los mundos posibles

Síguenos en nuestro canal de Telegram:
https://t.me/spesetcivitas

No es una noticia nueva que desde hace años la tasa de natalidad en Europa ha disminuido considerablemente. Esta medida, independiente de la estabilidad económica, decrece todavía más con los años. Cuando miramos las noticias y el mundo en general, nos cuestionamos seriamente si acaso es el momento adecuado para tener un hijo. Llegaron los cuatro jinetes: crisis económicas, políticas, sociales y ecológicas. Tal parece que es un mundo aterrador y en decadencia. Y sigues escuchando: guerra, bombas, destrucción, conflictos, el coste de la energía que se incrementa y los salarios que permanecen igual. Sabes que el invierno será frío y que será impagable encender la calefacción. Todo parece poco esperanzador y no es de extrañar que al observar todos estos factores externos la natalidad decrezca. 

Sin embargo las guerras, la miseria y los problemas nunca han sido un verdadero impedimento y esto lo confirman las generaciones que nacieron durante el tiempo de la guerra y la posguerra. No afirmo que estas sean condiciones adecuadas para la infancia, pero lo cierto es que incluso en momentos así, estas generaciones tienen buenas memorias. 

Mi vecina octogenaria recuerda a su madre con dos maletas minúsculas –llenas con lo poco que pudo tomar al abandonar su hogar– y dos niñas pequeñas. Los alemanes que vivían en territorio polaco tenían que dejar absolutamente todo para establecerse en un país en ruinas. Eran tiempos oscuros y fríos, muchos niños morían por los efectos de la guerra y el hambre. Y su madre cargando dos maletas y dos niñas llegó a Dresden, ayudó en la reconstrucción, trabajó arduamente y construyó un nuevo hogar para su familia. Con el tiempo, lograron reencontrarse con su padre, quien con mucho esfuerzo sobrevivió su estancia en el frente, y sin medios adecuados y haciendo galas de habilidades detectivescas logró para encontrar a su mujer e hijas . Podríamos pensar que no merece la pena vivir una infancia carente, pero mi vecina ha sido muy feliz y no se arrepiente de vivir, tampoco detesta su infancia carente de juguetes, sino que recuerda con alegría a sus padres. 

Trümmerfrauen “mujeres de los escombros” en Leipzig (1949). Foto: R. Rössing. Fuente: Deutsche Fotothek.

Hace algunos meses mientras paseábamos por el bosque y la guerra entre Ucrania y Rusia comenzaba, justo hablábamos sobre la natalidad. Mi vecina comentó que percibía que uno de los argumentos de mi generación para no tener hijos era justamente la guerra y las crisis. Ella me miró y me dijo: “este es un gran problema”. Luego me contó –con más detalles– los hechos que relaté anteriormente y continuó “el problema no es la guerra, siempre hay conflictos; el problema es que los jóvenes piensen que sólo bajo ciertas condiciones materiales vale la pena vivir. El problema es su miedo y su poca esperanza. Si todos pensaran así, si se paralizaran por el miedo y la desesperanza, y esperaran al momento propicio, hace ya mucho tiempo que ya no habrían seres humanos”. 

Basta decir que me dejó muda, porque es cierto, de algún modo la desesperanza nos ha paralizado y es uno de los males que nos aqueja. Miramos el futuro con ojos pesimistas. Querido Leibniz, te equivocaste, este es el peor de los mundos posibles. 

Sin embargo, no creo que sea el único factor. Dentro de estas cuestiones externas podríamos añadir las nuevas dificultades para encontrar pareja, antes parecía mucho más sencillo, ahora ni siquiera las aplicaciones de citas son tan efectivas. Quizá podemos sumar que nos hemos concentrado más en nosotros mismos: mis viajes, mis compras, mi auto; todo lo que es mío y que gira alrededor de mí. Porque lo importante es que yo sea estable, que yo sea exitosa, que yo haga carrera, que yo sea feliz… sí, queremos ser felices, nadie por naturaleza desea ser desgraciado, pero entonces ¿por qué en una época con tantos avances somos de las generaciones más miserables? ¿Por qué la mayoría está deprimida? ¿Por qué tantos son diagnosticados con ansiedad? Preguntas complejas. Quizá tomamos todo demasiado seriamente, incluidos a nosotros mismos. 

Un factor que no puedo dejar pasar de largo, porque considero que es crucial, es la visión de la mujer. El rol social de la mujer ha cambiado con los años, la mujer ya no se queda en casa, sino que también estudia, trabaja, crece, viaja y decide. En ese sentido la maternidad se vuelve menos atractiva. Pensamos que la maternidad es un tiempo en blanco para el curriculum, aunque no son vidas excluyentes, hay madres que trabajan en una oficina o fábrica y cuando llegan a casa se ocupan de la familia. Pero incluso durante el turno laboral, nunca dejan de ser madres. 

La maternidad y paternidad son el único trabajo en el que no hay jubilación, no hay hora de entrada y tampoco de salida y por supuesto tampoco hay una remuneración. Realmente nunca ha tenido un valor monetario, pero al menos antes no estaba mal visto. Al menos antes la mujer podía decir sin vergüenza que era madre. El problema es justamente ese, que ya no lo consideramos algo importante, sino que incluso puede ser una carga. 

La diferencia entre el grado de estudios de mis abuelas y el mío es relevante, es probable que ellas estudiaran hasta la preparatoria y después se dedicaran al hogar y a criar al menos 5 hijos; mientras que yo hice una carrera universitaria ¿eso las vuelve a ellas incompetentes y a mí competente? ¿Las vuelve tontas y a mi inteligente? ¿Las vuelve sumisas y a mi liberada, independiente y empoderada? Absolutamente no. 

El mundo laboral y la oficina de impuestos nos quiere siempre trabajando: producir y consumir, producir y consumir, producir y consumir. Y así sigue la cadena. Entonces miramos un poco con desdén a la mujer que se queda en casa; porque aparentemente no produce nada; porque aparentemente ese no es un trabajo; porque aparentemente no hace nada por la sociedad; porque aparentemente ser madre es una existencia carente de sentido. 

Y como mujeres nos preocupamos y nos desgarra tener que elegir entre la casa y la vida laboral. La mujer salió de casa no solamente con el afán de realizar su propia carrera, también salió impulsada por la estrechez económica. Seamos sincero: un sólo salario ya no alcanza. ¿Son malvadas las madres que trabajan? Por supuesto que no, se dividen e incluso trabajan más eficientemente para regresar a casa lo antes posible y cuidar a sus hijos. 

¿Por qué no se considera el trabajo del hogar y la maternidad un trabajo? ¿Acaso no desarrollan habilidades? Puedo asegurar que una amiga –madre de 4 niños– tiene más capacidad de coordinar un proyecto que varios egresados de distintas carreras. La maternidad le ha enseñado nuevas técnicas y habilidades muy deseables para el mundo laboral; no se quedó en casa de brazos cruzados — administra, coordina y crea un hogar. Así que cualquier empresa debería estar feliz de contratar a una mujer que ha desarrollado estas cualidades. 

En El cuento de la criada, Margaret Atwood, imagina una sociedad distópica y semejante a nuestra actualidad. La autora canadiense parte de la idea de que todo es posible bajo ciertas circunstancias e incluso se inspiró en algunos acontecimientos históricos que ocurrieron con anterioridad. Su estancia en Berlín y la división entre Oriente y Occidente jugó un papel fundamental durante su proceso creativo. 

Portada “El cuento de la criada” de Margaret Atwood. Editorial Salamandra.

La premisa de la novela comienza con la reducción de la población por la contaminación y una serie de problemas ecológicos; la fertilidad corre riesgo y es por ello que las mujeres fértiles son el bien más preciado. En Gilead –lo que antes era Estados Unidos– un nuevo régimen teocrático y extremista ha tomado el control; con una lectura fundamentalista y literal de algunas historias bíblicas, como la de Sara o Raquel –mujeres que no podían procrear y que ofrecen a sus criadas para que tengan descendencia–, deciden distribuir a las mujeres fértiles –las criadas– entre los hombres poderosos y con esposas infértiles. La única función de las criadas es engendrar. Pero el hijo no será de la criada, sino de los esposos; la criada es despojada de la maternidad, y es utilizada únicamente como una incubadora. 

La idea de Atwood es interesante y ha inspirado a varios proyectos creativos, no solamente una adaptación cinematográfica en 1990 y que no fue tan exitosa, sino también 5 temporadas de una serie –la primera se basó en el libro y las siguientes son el producto de alargar un fenómeno popular– y sobre todo se ha constituido como parte del imaginario pro-choice estadounidense. Algunas de las mujeres que protestan por la legalización del aborto utilizan las capas rojas y los tocados blancos, que caracterizaban a las criadas; a fin de cuentas los símbolos son más fuertes que las consignas. 

Atwood escribe, en la voz del comandante, “¿Acaso no recuerdas los bares para solteros, la indignidad de las citas a ciegas en el instituto o en la universidad? El mercado de la carne. ¿No recuerdas la enorme diferencia entre las que conseguían fácilmente un hombre y las que no? Algunas llegaban a la desesperación, se morían de hambre para adelgazar, se llenaban los pechos de silicona, se hacían recortar la nariz. Piensa en la miseria humana”. La realidad supera la ficción de una novela publicada en los años 80. Nuestra sociedad se ve reflejada en estas mismas preguntas, que al final recaen en ese anhelo tan humano de sentirse amado.

Y no basta con eso, es claro que también la irresponsabilidad de algunos hombres juega un papel decisivo en la vida de algunas mujeres, el monólogo del comandante continúa: “si llegaban a casarse, las abandonaban con un niño, dos niños, sus maridos se hartaban, y se marchaban. O, de lo contrario, él se quedaba y las golpeaba.” Aunque no podemos cerrar los ojos ante el abuso y el abandono, no todo hombre es por naturaleza un padre irresponsable y golpeador. No todo hombre es aquel violador, aquel acosador esquinero que tanto proclama el feminismo radical. Pero si la feminidad está fragmentada, ¿no podemos esperar lo mismo de la masculinidad? 

Prosiguiendo con el discurso del capitán llegamos a la clave que mencioné con anterioridad: la cuestión monetaria: “O, si tenían trabajo, debían dejar a los niños en la guardería o al cuidado de alguna mujer cruel e ignorante, y tenían que pagarlo de su bolsillo, con sus sueldos miserables. Como la única medida del valor de cada uno era el dinero, las madres no obtenían ningún respeto. No me extraña que renunciaran a todo el asunto.”

Madre e hijo en Bangladesh. Foto: Mumtahina Tanni.

En una sociedad capitalista, en la que el valor de la persona no reside en el hecho de ser persona, sino en aquello que puede producir y consumir, no es de extrañar que aquellos seres incapaces de hacerlo sean mal vistos y poco deseados. Si lo único que nos define es la ley de la oferta y la demanda, no debe extrañarnos que se abandone a los ancianos porque-ya-no-son-útiles; no debe extrañarnos que el aborto sea un derecho porque aquello que está en el vientre es un producto, no un ser con toda dignidad; no debe extrañarnos que la maternidad no sea deseada porque no paga impuestos y ni gana un salario.

Un problema contemporáneo es que estamos peleados con todo aquello que tiene un valor trascendental, quizá por la desesperanza frente al futuro en este mundo y al abandono de un futuro trascendente, pero también porque nos hemos enredado con los conceptos. Ahora tenemos más de 32 pronombres diferentes para designar a dos sexos. La ideología vence a la biología. Y si por un lado despreciamos la maternidad, al grado de ya no querer identificarla con el sexo femenino, no debemos extrañarnos que ahora sea tan difícil responder a la pregunta ¿qué es una mujer? Además de lo escandaloso de este hecho, debería preocuparnos que con el fin de no herir ciertas susceptibilidades incluso haya quienes propugnen por dejar de usar la palabra mujer. Al no poder responder lo que es ser una mujer, tampoco podemos defender a la mujer y a la maternidad.

Un ejemplo de esto son las injusticias de las atletas femeninas que son vencidas por hombres que transcisionan para “ser-mujeres”. En todo caso lo más justo sería que aquellos atletas trans tuvieran su propia categoría y que compitieran entre sí. Hay que aceptarlo, jurídicamente la igualdad es posible, pero fisiológicamente es imposible, incluso entre atletas muy bien preparados. Otro ejemplo son las mujeres encarceladas que han sido violentadas por un hombre que se identifica como una mujer. ¿Acaso no nos estamos olvidando de proteger verdaderamente y dar un lugar a la mujer? Aquí es también donde el feminismo se divide, entre aquellas que consideran que un hombre trans es verdaderamente una mujer y aquellas que consternadas claman que a pesar de la transición, y por mucho que el hombre trans lo desee jamás será una mujer, y los espacios de las mujeres deben ser defendidos. 

Una última anotación que me resulta interesante de Atwood aparece casi al final de El cuento de la criada, cuando Gilead tiene un nuevo régimen y los ciudadanos se encuentran en un congreso que estudia los tiempos antiguos. El especialista afirma “el modo más eficaz de controlar a las mujeres en la reproducción y otros aspectos era mediante las mujeres mismas. Existen varios precedentes históricos de ello; de hecho, ningún imperio impuesto por las fuerzas o por otros medios ha carecido de esta característica: el control de los nativos mediante miembros de su mismo grupo”.

En la sociedad que propone Atwood las criadas eran controladas por las esposas y educadas en sus deberes por las tías, y todo giraba en torno a la reproducción, por lo que eran otras mujeres las que decidían y hablan por las otras mujeres. Es algo curioso, porque Atwood es una autora considerada feminista, y últimamente me da la impresión de que el movimiento feminista es quien afirma llevar la voz sonante de la mujer, aún cuando este movimiento no representa a todas.

La maternidad es la manzana de la discordia, afirman que toda mujer debe decidir si quiere o no quiere ser madre, a la vez que critican a aquellas que deciden ser madres y quedarse en casa: sumisas, retrógradas, patriarcales. ¿Acaso el feminismo no controla también la reproducción femenina? ¿Acaso no nos dice cómo debería ser una mujer empoderada? Con banderas de fraternidad y sororidad descartan a las mujeres que no entendemos el feminismo o la lucha de reivindicación femenina en esos mismos términos. O sea que en este movimiento de máxima apertura hay sin embargo un pensamiento hegemónico que no se puede contradecir.

Es necesario matizar que hay diferentes olas de feminismo, unos más o menos radicales que otros. Sin embargo, no es mi intención definir y demarcar el feminismo y la deconstrucción del patriarcado. Basta con decir que el feminismo se ha infiltrado incluso en universidades y ambientes católicos, en los que podría considerarse una contradicción el feminismo radical con la postura pro-vida que defiende la Iglesia. Aunque no son los únicos que se han infiltrado en ambientes ajeno: una fuente anónima con quien pude conversar hace labor dentro de los grupos feministas, del mismo modo que las feministas hacen labor dentro de estos grupos universitarios católicos. Nuestra informante cuenta que al principio comenzó discutiendo las posturas, pero con el tiempo se dio cuenta de que para verdaderamente ayudar a la mujer tienes que concentrarte en ellas –en la mujer– y no en ideologías. 

Pero no es posible ayudar si estamos rotos y lastimados; a la mujer en crisis no basta con decirle “aquí estamos”, sino que es necesario estar presente y meter las manos. Ayudar va más allá de decirte qué pastilla puedes tomar para abortar, o qué método anticonceptivo debes usar. Ayudar a la mujer consiste en escucharla, orientarla y acompañarla. 

Madre e hijo. Foto:
Sippakorn Yamkasiko.

Sorprendentemente encontré una película en Netflix que se parecía mucho al artículo Historia de dos embarazos de Mary Eberstadt que publcamos hace poco. Recalco que fue sorprendente, porque es una postura más moderada y de centro, un poco disonante respecto a la agenda que regularmente sigue Netflix. En Mis dos vidas una chica recién graduada se encuentra ante una prueba de embarazo, que bien puede ser positiva o negativa. Así vemos cómo se desarrollaría la vida de la protagonista durante los siguientes 5 años. Con la prueba positiva, decide tener a su hija y abandonar su carrera, mientras que con la prueba negativa cumple sus planes y entra a trabajar en un estudio de animación en Los Ángeles. En ambas posibilidades tiene dificultades y tras muchos esfuerzos logra su sueño profesional como dibujante y pareja. Una trama bastante previsible, pero ¿qué hubiera pasado si se apegara más a la realidad, una realidad en la que no siempre cumplimos nuestros sueños incluso cuando vivimos la vida que deseábamos? La película termina con la chica y la prueba entre sus manos, mientras que sus dos posibles versiones futuras afirman que todo estará bien. Así que al final, sin importar cuál de las dos versiones pudieran suceder, ambas son igualmente buenas. 

Nadie puede decirnos cómo vivir y al final por mucho que planeemos nuestra vida hay acontecimientos que lo cambian todo radicalmente y a veces suceden de forma espontánea. Podríamos ser optimistas y pensar que todo va a estar bien, que al final tendremos la carrera perfecta, la familia y los viajes. La realidad es que las mujeres parecen tener menos oportunidades, especialmente si se deciden por la maternidad, aunque nada les garantiza que sacrificarla les traerá felicidad. 

Abandonemos el miedo y la desesperanza. Abandonemos la idea de los momentos ideales que sólo ocurren en las películas. Abandonemos la concepción de que el trabajo del hogar y la maternidad no tienen valor sólo por no tener un salario. 

Si una futura madre lee este texto, quiero invitarla a que abandone el miedo de perderse a sí misma, esa idea de que pondrá su vida en pausa. Quizá no sea todavía el mejor de los mundos posibles, pero cada día debemos trabajar desde cada trinchera para que sea mejor. Una trinchera cuya primera línea de defensa es la maternidad — un trabajo que es fundamental para crear mejores sociedades; un trabajo sin pausas, sin horas de entrada y de salida, sin jubilación, sin quincena, sin aguinaldo y sin un perfil rimbombante de LinkedIn; pero un trabajo que mantiene unida a la sociedad, es más, un trabajo que permite que exista la sociedad.

MDNMDN