Parte 2 de 13.
Entérate de SPES en Telegram:
https://t.me/spesetcivitas
Nous mourons à petit feu de
ne plus vouloir vivre ensemble.
Alexis Jenni, L’ art française de la guerre[1]
La rabia, la apatía, el pesimismo y la arrogancia moral, no pueden ser virtudes ciudadanas de ningún tipo. Es ciertamente difícil para los políticos partidistas criticar actitudes de aquellos ciudadanos a los que les piden su voto y su confianza; y sin embargo es indispensable aclarar que el virus del ciudadano rabioso representa una amenaza real para nuestra democracia.
El ciudadano rabioso es extremista, y pide romper con las mediocridades y las ambigüedades de nuestra democracia burguesa. El ciudadano rabioso demanda acabar con todo, para que de las cenizas renazca una sociedad que, ahora sí, cumpla con las promesas de seguridad económica y justicia que nuestras democracias timoratas, lentas e institucionales no han podido cumplir, ni en México ni en muchas otras partes del mundo.
El ciudadano rabioso está harto de la artificialidad de la política; harto de candidatos que prometen una cosa y luego hacen otra al enfrentarse con las realidades y restricciones políticas y presupuestales de gobierno.
Como está harto, el ciudadano rabioso carece de paciencia; quiere que las cosas cambien ya, de inmediato. Y es incapaz de considerar que cambiar los vicios de una ciudadanía y de sus instituciones es un trabajo de generaciones.
Los ciudadanos rabiosos demandan líderes rabiosos también. Son en muchos casos ciudadanos rabiosos quienes impulsan posturas extremistas y radicales de izquierda o de derecha, lo mismo Syriza (izquierda) y Amanecer Dorado (derecha) en Grecia, que el AfD (Alternative für Deutschland ) Alemania y la Liga del Norte en Italia; el Partido del Pueblo en Dinamarca, el partido de los Demócratas Suecos en Suecia, el SVP en que Suiza o el FPÖ (Partido Austriaco de la Libertad) en Austria que ya ocupó el poder ejecutivo en coalición con el Partido Popular Austriaco; o Le Front National en Francia y en la elección pasada la candidatura de de Éric Zemmour, quien ocupa un espectro aún más extremo que el del Frente Nacional, partido que ha tenido que moderarse en los últimos años. Son ciudadanos rabiosos ─ muy rabiosos ─ quienes llevaron a Trump a la Presidencia de los Estados Unidos, quienes intentaron reelegirlo por la fuerza el 6 de enero de 2021 en el asedio al Capitolio en Washington, y quienes seguramente apoyarán su regreso en 2024 tras declarar como “fraudulenta” el resultado de la elección de 2020.
Tanto Boris Johnson como Jair Bolsonaro en Brasil, Donald Trump, Mateo Salvini (Italia), Pablo Iglesias o Santiago Abascal (España), Marine Le Pen, Jan-Luch Melénchon y Éric Zammour (Francia)[1], son todas figuras políticas que en una época de mayor sensatez y mesura no hubieran salido nunca de la obscura periferia política para ir a ocupar el centro del debate público.
Los ciudadanos rabiosos demandan “anti-políticos” rabiosos también. Anti-políticos con personalidad “auténtica”, que no temen decir estupideces — como que hace falta construir un muro entre México y Estados Unidos; o que los incendios en la Amazonia fueron provocados por activistas defensores de la ecología; o que la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea permitiría invertir millones de libras en el sistema nacional de salud británico. La anti-política descalifica de tajo las vías de participación institucionales y legítimas de una democracia. La anti-política condena a la democracia por corrupta e ineficiente; y condena a los políticos por prestarse a participar en el juego democrático de instituciones y controles, en vez de destruir las instituciones para generar algo nuevo — que la anti-política no acaba de definir. [2]
La anti-política surge de la desesperación, la rabia y el resentimiento de los ciudadanos. Pero es una postura extremista del todo o nada, de blanco y negro; es una postura incapaz de negociar y transigir.
La anti-política defiende a la intransigencia absoluta como la única postura honesta, coherente y transparente dentro de la participación pública. Precisamente por eso se opone de modo radical a la democracia, ya que la vida democrática es esencialmente negociación, transigencia, acuerdos más y menos imperfectos.
La vida democrática es lo opuesto a la postura del todo o nada, es la permanente convicción de que podemos estar mejor, y de que hay que trabajar para ello; pero también de que estaríamos mucho peor si abandonáramos los controles y los límites de un régimen democrático y nos dejáramos seducir por los cantos de la anti-política o el autoritarismo.
Vale la pena detenernos un poco a considerar algunos rasgos de los “anti-políticos” más populares en épocas recientes, aquellos que he mencionado ya.
Cuatro características de estos anti-políticos son la pretendida autenticidad, la arrogancia moral, la pasión tribunalicia y el puritanismo ideológico. Explicaré brevemente cada una de estas características[3]:
1) Pretendida autenticidad: Los anti-políticos se presentan lo mismo en sus declaraciones que en sus plataformas como genuinos ciudadanos rabiosos, indignados contra la clase política y contra las formas y procesos lentos e ineficientes de la democracia. Su rabia los hermana con el resto de la ciudadanía y justifica a la vez excesos retóricos y provocaciones continuas.
Protegidos por el aura de la autenticidad los anti-políticos hacen promesas irrealizables, simplifican situaciones en extremo complejas reduciéndolas a un par de frases escandalosas (piénsese en el manejo que hizo Boris Johnson de las condiciones para el Brexit o Donald Trump del problema migratorio) y proponen medidas económicas absurdas.
2) Arrogancia moral: Los anti-políticos asumen que poseen una calidad moral muy superior a aquella de los políticos tradicionales por el simple hecho de que no pertenecen a una tradición de participación política institucional; es decir, solo porque no pertenecen a un partido político ni han trabajado en la administración pública. En plena coincidencia con el ciudadano rabioso los anti-políticos dan por sentado que la política es un ejercicio corruptor y para corruptos. Y por eso consideran que tienen todo el derecho y todos los motivos para criticar a los políticos de carrera.
3) Pasión tribunalicia: Los tribunos en la antigua Roma eran los encargados de defender los intereses del pueblo o de los soldados frente al poder de los senadores y los magistrados. En el presente, la pasión tribunalicia es el afán de defender a los ciudadanos contra el pretendido abuso de poder permanente que padecen a manos de sus gobernantes, de todos los servidores públicos y de la llamada “clase política”. La pasión tribunalicia implica el desprecio a las instituciones y el culto a la personalidad de ciertos caudillos “vengadores” y “reivindicadores” de la ciudadanía.
4) Puritanismo ideológico y toma de posturas radicales: Las diversas corrientes de pensamiento que debieran animar a los partidos políticos de una democracia, emanan todas de la fuente común de ciertas convicciones sobre la naturaleza y el sentido de la política y del ejercicio de gobierno.
Este origen común equivale para los anti-políticos a una traición, pues la relación con los opositores es para los anti-políticos una relación de polémica perpetua. Entendamos polémica de acuerdo con el significado original de la palabra: la política es para ellos una batalla o una guerra permanente para destruir a los opositores. Una guerra que por lo general no recurre a ataques violentos, pero tampoco los excluye tajantemente.
El puritanismo ideológico cree que toda postura diferente a la propia es “moralmente imposible”: que solo puede ser sostenida por personas inmorales, corruptas, que se niegan a aceptar lo evidente.
El puritanismo ideológico considera al disenso una prueba de corrupción moral, y aspira por ello a la unidad ideológica de toda la ciudadanía en torno a verdades evidentes y por tanto incuestionables.
Por su falta de disposición para analizar los problemas y escenarios políticos en su complejidad, y por su desprecio al disenso, el puritanismo ideológico deriva de modo necesario en la toma de posturas radicales en lo que refiere al ejercicio del poder estatal. Posturas extremas pero coherentes con la pureza de la ideología, a pesar de ser las más de las veces irrealizables en la práctica. El puritanismo ideológico es rígido, por ello jamás podrá implantarse en una realidad política institucional flexible que permita la libertad, que acepte el disenso y la oposición.
Parte 2 de 13
[1] Sobre Éric Zammour recomiendo la emisión del 26 de septiembre de 2021 de “Le nouvele esprit public” titulada “La réaction est-elle en marche?” [¿Avanza el movimiento reaccionario?”] (https://www.lenouvelespritpublic.fr/podcasts/282 ) Entre otras acusaciones fuertes —odio a los homosexuales, odio al Islam y a los migrantes, y odio a las mujeres— los participantes coinciden en calificar a Zammour como un “reaccionario”; y definen la “reacción” como la voluntad de traer al presente una situación supuestamente pasada que en realidad consiste en un pasado mítico, en este caso, una versión mítica de la Francia de De Gaulle y los llamados “treinta gloriosos”. Como podemos ver en México, esta actitud beligerante de promoción de un pasado mítico como el nuevo futuro, no es exclusiva de líderes franceses. Además del formato en audio, la edición puede descargarse como texto. Véase también Lelia Abboud y Victor Mallet Vincen Bollré, Éric Zemmour and the rise of ‘France’s Fox News’ Financial Times, 4 de octubre de 2021.
[2] Numerosos artículos en diversas publicaciones han abordado bajo distintas perspectivas el fenómeno de la rabia ciudadana y la molestia contra los partidos políticos tradicionales. Algunos ejemplos recientes son: Respecto a Alemania, Thilo Sarrazin “Betrachtungen zur Populismus-Debatte” [“Consideraciones respecto al debate sobre el populismo”] en el Frankfurter Allgemeine Zeitung (FAZ), 25 de mayo del 2016. En ese mismo diario y en esa misma fecha, pero respecto a la molestia de muchos ciudadanos de los países del este de la Unión Europea (Austria, Bulgaria, Hungría, Polonia, etc.) véase la conversación del periodista alemán Michael Martens con el intelectual búlgaro Iwan Krastew y el profesor suizo de la Universidad de Viena Oliver Jens “Die Eingeklemmten” [“Los estrujados”] FAZ, 25 de mayo del 2016. Respecto a Dinamarca puede verse el artículo de Hugh Eakin “Liberal, Harsh Denmark,” New York Review of Books (NYRB) 10 de marzo del 2016. Eakin presenta de manera concisa pero perturbadora la creciente xenofobia en Dinamarca. En el mismo número, el artículo de Mark Lilla “France: Is there a Way Out?,” NYRB, 10 de Marzo del 2016 trata de la situación en Francia en esos años. También sobre los ciudadanos “encolerizados” de Francia puede verse el artículo de Erwin Lecoeur en la revista Esprit, Marzo-Abril 2016 titulado “Le parti des mécontents” [“El partido de los descontentos”]. Este número de la revista está dedicado a la cólera ciudadana. En fechas más recientes y derivado de los malestares diagnosticados por Lilla y Lecoeur este sentimiento de descontento se cristalizó en torno al movimiento de “los Chalecos amarillos” (Mouvement des gilets jaunes). Al respecto puede verse, James McAuley “Low Visibility,” NYRB, 21 de marzo de 2019; y también escucharse la emisión de Repliques con Alain Finkielkraut Les “gilets jaunes”: premier bilan (https://www.franceculture.fr/emissions/repliques/les-gilets-jaunes-premier-bilan ), 12 de enero de 2019. Asimismo, Michael Tomasky “[Trump], Can he be Stopped?,” NYRB, 21 de abril de 2016.De las pocas cosas buenas que ha tenido el “fenómeno Trump” son los excelentes y numerosos artículos y ensayos que se han escrito al respecto. Un ejemplo es el ensayo de Andrew Sullivan “Democracy Ends,” New York, del 2 de mayo de 2016.
[3] Específicamente para el desarrollo de este apartado, pero también para la visión general de este texto, me ha sido enormemente provechosa la escucha atenta del programa radiofónico L’Esprit public conducido por Philippe Meyer y que se transmitía semanalmente los domingos por France Culture. El programa cambió de moderador en septiembre de 2016 pero Philippe Meyer lo relanzó con el nombre Le nouvelle esprit public, disponible en formato de podcast y con la misma calidad que el otrora programa de radio pública. Para este apartado fueron especialmente importantes los comentarios de Jean-Louis Bourlanges en el programa del 11 de octubre de 2015 (ya no está disponible en línea). El término de “pasión tribunalicia”, así como el de la “fascinación por la vertical del poder”, son conceptos utilizados por Jean-Louis Bourlanges; si bien la definición de estos conceptos y su aplicación en este ensayo son mías.
Estoy impresionado por la capacidad del autor para unir tantas ideas valiosa para el entendimiento de lo que pasa mundo práctico de los gobiernos. Gracias por esta luces.