3. La pasión antiliberal y la fascinación por la vertical del poder / Muerte por acidia

por | Jun 28, 2023 | 0 Comentarios

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Nous mourons à petit feu de

ne plus vouloir vivre ensemble.

Alexis Jenni, L’ art française de la guerre 

Las cuatro características del anti-político — la pretendida autenticidad, la arrogancia moral, la pasión tribunalicia y el puritanismo ideológico— se articulan,  complementan y alimentan mutuamente para cristalizarse en una fuerte pasión antiliberal[1]:

En primera instancia la pretendida autenticidad se entiende como la virtud moral definitiva. Como la prueba irrefutable de la integridad personal. De acuerdo con esta  convicción solo quienes son auténticos son capaces de descubrir hipocresía y falsedad en las intenciones, palabras y obras de todos los políticos. La autenticidad es entonces también justificación y motivo para la arrogancia moral.

La arrogancia moral obliga al anti-político auténtico a enfrentarse a los políticos de carrera, que considera hipócritas y timoratos. Es también la arrogancia moral la que lleva al anti-político a verse a sí mismo como un defensor de los débiles, que para él, son todos los ciudadanos que no participan del gobierno y no forman parte de ningún partido político.

La arrogancia moral deriva por tanto en la pasión tribunalicia ─ el anti-político como el único tribuno de los ciudadanos, el único con la credibilidad y la calidad moral para enfrentar a los corruptos políticos. Pasión tribunalicia que va de la mano de un celo que se asume profético y redentor.

El tribuno del pueblo es el profeta de un mundo mejor. Un mundo que en opinión del tribuno  no existe únicamente por culpa de los políticos. Una vez que se expulse a los políticos y se imponga el tribuno como la única e incuestionable autoridad, llegará esa nueva era.

Además de profeta el tribuno es redentor. A fuerza de necedad y de arrogancia moral el tribuno se ha logrado convencer de que solo él es capaz de entregar ese cambio al pueblo; y de que no será a través de las instituciones y el esfuerzo común y constante que se transforme una ciudadanía y una sociedad.

El tribuno no teme desgastar el tejido institucional que conforma una sociedad, pues piensa que con su carisma y liderazgo será capaz, en poco tiempo y sin esfuerzo, de sustituir cualquier institución.

Es justo a causa de esta pretendida autenticidad, de la arrogancia moral, y de verse a sí mismo como tribuno de los ciudadanos, que el anti-político es incapaz de transigir en ningún aspecto de su lucha ideológica contra  sus oponentes, sean estos de otro partido político u otra instancia de gobierno.

Si todos los políticos son corruptos, negociar con ellos es necesariamente una traición: Una traición a la propia autenticidad y una traición a la función de tribuno. Negociar con mentirosos y corruptos, volvería al anti-político mentiroso y corrupto también.

Para mantener su pureza ideológica y su estatus moral superior, el anti-político debe negarse a cualquier tipo de negociación. Debe aferrarse a sus posturas extremas y no estar dispuesto a ningún tipo de transacción: Toda “transa” (en el sentido de acuerdo y concesión a la otra parte) es “transa” o “tranza”, como decimos en México, es decir, es trampa.  

La disposición continua a la confrontación, la descalificación de los políticos de carrera, de las instituciones e iniciativas de gobierno, son la consecuencia necesaria de las características del anti-político.

La posición del anti-político descalifica a la política porque confunde la negociación con la simulación. Y asume que la negociación es contraria a la autenticidad.

Para el anti-político la política es también fuente de hipocresía, porque nunca será posible pasar de la pureza de los principios al barro de la operación política cotidiana y del gobierno.

Desde esta perspectiva la política es también una forma de opresión a la ciudadanía, que es gobernada por instituciones frías y rígidas, en lugar de dejarse abrazar por el celo y el afán redentorista del tribuno, que, de tener suerte, llegará a ser un tirano benevolente.

Hay algo de contradictorio en la postura del anti-político, pues parece aspirar por medios políticos a destruir a la política. Esta intención de destruir la política por medios institucionales se encuentra en el origen de su pasión antiliberal.

La pasión antiliberal es la desconfianza absoluta frente a los mecanismos de la democracia y sus instituciones. Es la desconfianza  frente al disenso como parte esencial de la interminable discusión democrática y frente al poder entendido como una horizontal multipolar.

Curiosamente, la creencia de que todo ejercicio del poder corrompe, mueve al anti-político a preferir la concentración del poder en pocas personas, y a favorecer un ejercicio más vertical del poder, que sea más efectivo y exclusivo: Un poder de gobierno selectivo y exclusivo, al alcance únicamente de aquellos que cuentan con las cuatro cualidades descritas del anti-político. Aquellos que, desde la óptica del anti-político, son los únicos moralmente en condiciones de ejercer el poder de modo eficiente y sin corromperse.

El anti-político favorece un ejercicio del poder centrado en grandes personalidades y no en estructuras institucionales, leyes y sistemas de control y rendición de cuentas.

Las instituciones buscan hacer lo extraordinario a través del trabajo conjunto ordinario de personas ordinarias. Por el contrario, la fascinación con la vertical del poder es la seductora idea de que ciertas personas extraordinarias pueden, por la fuerza de su personalidad y su talento, moldear a las instituciones a su gusto; que pueden,  sin necesidad de sistemas de control ni de rendición de cuentas, lograr que las instituciones sean mucho más eficaces y de mayores alcances. El anti-político asume que el ejercicio vertical del poder ─ en el cual el poder se concentra en una sola personalidad en la cima de la estructura ─ es el único ejercicio legítimo que previene de modo efectivo el abuso de los débiles y que está protegido  contra la ineptitud y la corrupción.

¿Cómo abusaría el tribuno de los débiles ciudadanos a quienes ha jurado defender? ¿Y qué mejor remedio contra la tendencia tan humana a la corrupción y el abuso de poder, que un líder íntegro, moralmente invulnerable, e inmaculado en su ideología?

A través de la concentración y el ejercicio radicalmente vertical del poder, el anti-político, tribuno del pueblo, nos librará por fin del peso de la democracia, de sus ineficiencias y defectos; eliminará la negociación como modo de vida y el disenso como actitud esencial de la democracia; y nos unificará como ciudadanía, por la mera fuerza de su personalidad y por su integridad moral bajo el manto de su bondad y sabiduría. El anti-político nos quitará el dulce yugo de la libertad, que para muchos ciudadanos se ha vuelto insoportable. Ciudadanos que recibieron la libertad, pero prefieren, como en el libro del Éxodo, volver a la seguridad y calma de la vida en Egipto[2].

La popularidad de los anti-políticos en muchas regiones del planeta nos obliga a cuestionarnos sobre las circunstancias que hicieron posible su paso de la periferia al centro de la escena pública.


[1] Para una crítica reciente de esta pasión anti liberal pero sobre todo anti libertad en la tradición de izquierda autodenominada progresista en los Estados Unidos, véase “The threat from the iliberal left”; “The iliberal left: How did American “wokeness” jump from elite schools to everyday life?” ambos en The Economist, 4 de septiembre de 2021.

[2] Para esta analogía véase el discurso de Ágnes Heller escrito pocos días antes de su muerte y leído de manera póstuma en la apertura del Foro Europeo Alpbach 2019. Una traducción al alemán del texto en inglés fue publicada bajo el título “Kein Weg führt nach Utopia” (Ningún camino conduce a Utopía)  FAZ, 19 de agosto de 2019.

Fernando Galindo

Fernando Galindo

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