4. Las “virtudes” de la anti-política y los vicios de los políticos / Muerte por acidia

por | Jul 26, 2023 | 0 Comentarios

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Nous mourons à petit feu de

ne plus vouloir vivre ensemble.

Alexis Jenni, L’ art française de la guerre 

Los anti-políticos surgen en el seno de ciudadanías decepcionadas con la democracia y la política, y surgen como un intento de responder a los vicios de muchos de nuestros políticos de carrera. No es difícil identificar algunos vicios comunes en ciertos políticos, que encuentran su respuesta en las supuestas “virtudes” ya mencionadas de la anti-política:

La pretendida autenticidad responde a la incoherencia; la arrogancia moral a la corrupción; la pasión tribunalicia al cinismo; y el puritanismo ideológico al oportunismo.

La pretendida autenticidad es una respuesta a la incoherencia que muestran muchos políticos entre aquello que predican ─ democracia, transparencia, sobriedad, respeto a las instituciones ─ y aquello que viven: abuso de poder, compra de votos, opacidad en el manejo de presupuestos públicos y privilegios propios de su puesto; y un profundo desprecio a las instituciones y procesos democráticos cuando los resultados electorales no les favorecen.

La arrogancia moral es una respuesta a la corrupción en la que incurren y han incurrido tantos políticos[1]. El problema es que el arrogante moral no distingue entre corruptos y honestos; tampoco distingue entre tipos de corrupción, ni considera malos diseños del sistema democrático y de gobierno que ponen a políticos y gobernantes en circunstancias en las que es muy fácil incurrir en actos de corrupción.

El arrogante moral no toma en cuenta la condición humana vulnerable, ni las tentaciones y peligros morales propios del ejercicio del poder, de la autoridad y del manejo de cuantiosos recursos públicos.

La pasión tribunalicia es una respuesta al cinismo que muestran muchos políticos en sus declaraciones y acciones.

El cinismo en la política es la aceptación sin ambages de la brecha entre nuestros supuestos ideales, principios y convicciones por una parte, y nuestras acciones contrarias a tales ideales, principios y convicciones por otra. El cinismo es la aceptación de la corrupción personal, de la incapacidad de ser coherentes y honestos. Pero es una aceptación que al cínico ni le provoca vergüenza, ni le causa cargo de conciencia, ni lo mueve a un propósito de enmienda.

El cínico comparte con el ciudadano rabioso el desencanto frente a las posibilidades civilizatorias de la política y de la democracia, pero en lugar de enardecerse por este desencanto el cínico decide sacarle provecho  a la degradación de la ciudadanía y a la anulación de la política.

El cinismo destruye la posibilidad de creer en la política y es para la mayoría de los ciudadanos la prueba última de que nuestros políticos no tienen remedio.

En círculos partidistas se confunde en ocasiones al cinismo con un supuesto “realismo político”; se piensa que la actitud desencantada, desvergonzada y desencarnada que muestran los cínicos es una señal de madurez intelectual y disposición a ver la realidad tal cual es. ¡Nada más alejado de la verdad! El cinismo en política implica aceptar que no se puede mejorar la sociedad a través del trabajo político y que es cuestión de tiempo para que el miasma de la corrupción invada todos los ámbitos de la vida social.

El cinismo no es una actitud de madurez, sino de desesperanza. 

El anti-político, movido por la pasión tribunalicia, desea confrontar al cínico y denunciarlo. Es noble este afán tribunalicio, pero está mal orientado porque no acaba de devolverles a los ciudadanos su dignidad y su poder como agentes responsables y coprotagonistas en la construcción democrática.

Por último, el puritanismo ideológico es la respuesta al oportunismo que muestran tantos políticos en la adopción de posturas, causas y creencias. Ambos extremos son peligrosos. El puritanismo ideológico impide la negociación y la autocrítica; y el oportunismo impide desarrollar una visión política consistente y de largo plazo. El oportunismo en política es enormemente destructivo porque se rige más por las encuestas y las voces más escandalosas de un momento, que por las necesidades reales de la sociedad y la atención a problemas que solo tienen solución a largo plazo. Problemas relacionados con la infraestructura (indispensable para la industria, el comercio y el turismo), los cambios demográficos, el rezago educativo, la salud, o los temas de seguridad nacional, por poner algunos ejemplos. Ninguno de estos problemas puede atenderse tomando como criterio central la opinión recabada por una casa de encuestas, o los vaivenes veleidosos y muchas veces pagados de numerosos comentaristas en la prensa.


[1] Para un análisis del problema de la corrupción en la democracia véase el dossier “La corruption, maladie de la démocratie” en Esprit, Febrero 2014. Véase también la  fuerte denuncia desde la prisión del líder opositor ruso Alexej Nawalnyj “Die Wurzel allen Übels” (La raíz de todos los males) FAZ, viernes 20 de agosto de 2021.

Fernando Galindo

Fernando Galindo

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