La cruz en medio de la crisis

por | Feb 4, 2022 | 0 Comentarios

Por Mary Eberstadt

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Nota del editor: El 15 de septiembre de 2021 Mary Eberstad recibió el premio Papa Pio XI otorgado por la Society of Catholic Social Scientists. Presentamos aquí su conferencia magistral tomada de la versión de The Catholic Thing con ocasión de tan importante reconocimiento.

Al pensar qué podría compartir hoy, me vino a la mente una frase del extraordinario novelista Evelyn Waugh. Aparece en un relato irresistiblemente casual que se publicó en un periódico en 1930, sobre las razones de su conversión a la Iglesia católica. Waugh resumió esa decisión trascendental en veintiocho palabras. Afirmó: “en la fase actual de la historia europea, la cuestión esencial ya no es entre el catolicismo, por un lado, y el protestantismo, por el otro; sino entre en cristianismo y el caos”.

Cristianismo o caos: en cierto sentido, la elección entre estas dos posturas ha sido perpetua desde la Resurrección.  Pero decir que siempre ha sido así y levantar las manos ante el mundo es una evasión –especialmente para los católicos, especialmente ahora– es un momento en que mucho están tentados a hacer precisamente eso. Por el contrario,somos llamados a leer los signos de los tiempos, no a quejarnos de ellos. Así que empecemos por mirar este asunto de frente y establecer las características distintivas del caos en este momento, nuestro momento. ¿Qué podemos ver?

Lo primero que vemos es que seguimos viviendo en la época vislumbrada por Matthew Arnold, Henri de Lubac, Alexander Solzhenitsyn y otros clarividentes religiosos: la edad moderna, cuyo drama consiste en sucesivas oleadas de secularización que invaden cada vez con mayor insistencia los territorios que antes se consideraban de Dios, y sólo de Dios.

Evelyn Waugh

La segunda certeza, igualmente conspicua, es que las formas características del caos de nuestro tiempo son distintas de las que nos precedieron en la historia moderna. Por ejemplo, basta comparar esta época con la de Evelyn Waugh. En 1930, el año en que ingresó a la Iglesia, la humanidad ya había pasado por una Guerra Mundial y otra era inminente. El caos tenía un sello propio diferente para las personas, como él, cuyas vidas abarcaron la primera mitad del siglo XX. El caos residía en la guerra, la dislocación y una desbordante masacre. 

A pesar de esa masacre muchos pilares sociales se mantuvieron firmes. Las familias particulares fueron devastadas por las guerras, pero la familia como institución no lo fue. La demoniaca antropología nazi tuvo su momento, como también lo tuvo la antropología comunista, pero fuera de estos recintos malignos, la comprensión y significado cristiano de la creación y redención prevalecieron en todo Occidente, dentro de las naciones cautivas de Oriente y otras partes del mundo.

La Iglesia católica también se mantuvo firme. En 1930, el visionario, Pio XI era Papa. Al año siguiente fundó la Radio Vaticana, “para anunciar el Evangelio en el mundo”, proclamó con júbilo. Aunque el caos comenzaba a insinuarse en formas novedosas en algunas iglesias protestantes, la Iglesia católica parecía exenta, como señaló Evelyn Waugh cuando citó la naturaleza “coherente y consistente” de la enseñanza católica como la razón predominante de su conversión. 

Como muestra este breve resumen, aunque solamente han pasado 90 años desde 1930, se sienten como 90 años luz de distancia. Consideremos una rápida checklist de la escena actual. 

Disputa de teólogos. Grabado alemán 1483.

En primer lugar, está el agravado caos familiar, provocado por un experimento social radical de más de seis décadas de duración. Los vínculos humanos elementales se han deshilachado y cortado; y la institución de la familia se ha debilitado en una escala nunca antes vista.

En segundo lugar, y de forma simbiótica, también se ha agravado el caos psíquico de todo tipo. Durante décadas se ha documentado el aumento de las enfermedades mentales. Ansiedad, depresión y otras aflicciones derivadas de la desconexión y la soledad se han vuelto endémicas, especialmente entre los más jóvenes y frágiles. El irracionalismo se ha desatado.

El tercer punto es el caos político. Aunque sus causas son múltiples, la disolución del clan y la comunidad dejan también aquí sus huellas. Por decirlo retóricamente: ¿cómo podrían las personas desvinculadas y desposeídas de nuestro tiempo producir algo diferente a un lenguaje público desordenado?

El cuarto punto es el caos antropológico de un orden totalmente nuevo. El mundo occidental está sumido en una crisis de identidad. Su forma más reciente, es el pensamiento mágico sobre el género que se ha escapado de la academia y ahora transforma la sociedad y la ley. Un pensamiento mágico tan absurdo que incluso los niños pequeños podrían denunciarlo. Nunca antes se había registrado un descenso impactante: en el presente muchas personas ni siquiera saben lo que los niños pequeños saben, es decir, quiénes son. Una vez más la irracionalidad está desatada. 

En quinto lugar está el caos intelectual. Fuera de unas pocas instituciones fieles, la educación estadounidense, especialmente la de élite, se ha escondido en un nido de cuco posmoderno durante décadas. Personas que no creen en la verdad dirigen las instituciones encargadas de discernirla. Hace poco un ateo fue elegido capellán jefe de Harvard. ¿Por qué no? Si no hay verdad, entonces no hay contradicciones. En gran parte de la academia, la irracionalidad no sólo no tiene límites. Es la que manda.

El sexto punto y más consecuente: hay un caos de nuevo orden y significado entre los católicos del mundo occidental. Surge de las personas que quieren transformar las enseñanzas de la Iglesia y de su animadversión contra las personas que sostienen la verdad de esa enseñanza. Es insoportablemente visible en la vida pública, cuando día tras día, los líderes que ostentan con orgullo la etiqueta de católicos desafían con el mismo orgullo el catecismo y los puntos clave del derecho canónico. El pensamiento mágico también impulsa este tipo de caos. La etiqueta “católico pro-aborto” tiene tanto sentido lógico como “capellán ateo” o “ex hombre”. Todos participan de la misma característica irracionalidad. Todos exigen que cancelemos a Aristóteles: que creamos “A” y “No-A” a la vez.

Ahora bien ¿qué podemos discernir hoy mirando este vacío, cuya existencia se ha convertido en un hecho ineludible de la vida cotidiana y de la vida pública por igual; el vacío que hace que muchos estén ansiosos por las futuras generaciones, como nunca lo han estado los católicos estadounidenses?

Discernimos una verdad que debería producirnos pasmo. En cada uno de estos casos, el caos ha sido azuzado y transformado así en una una fuerza catastrófica por la propia secularización. Quizá tarde, pero en algún tiempo futuro, llegará el día de rendir cuentas por alimentar al caos; y esto augura tempestades para el orden secularizado, y una reivindicación con mayúscula para la Iglesia.

El aumento de la angustia mental y el declive de la religión organizada, por ejemplo, no son fenómenos que ocurren al azar. Las ciencias sociales confirman que las personas con vínculos sociales sólidos tienen más probabilidades de prosperar que las que no los tienen. La fe religiosa confiere esos vínculos. Las ciencias sociales también demuestran que la fractura de la familia y otras formas de aislamiento aumentan los riesgos de ansiedad, depresión, abuso de sustancias, soledad y otras vejaciones. Todos estos fenómenos se han visto exacerbados por la huida de Occidente de Dios.

Hay que considerar que la generación más alejada de la Iglesia en Estados Unidos, los Nones (1), es también la más afligida mentalmente. De nuevo, la pérdida del Padre (con mayúscula) y la pérdida contemporánea de tantos padres terrenales, se unen en la raíz.

Gráfica de la identidad religiosa en Estados Unidos (2018)
en la que se incluye la variante de los Nones. Fuente Barna.

La secularización también está detrás del caos familiar actual. Al abrazar el divorcio, la ausencia de padre y el aborto, la humanidad se ha auto infringido heridas, cuya gravedad apenas ha empezado a notarse. Apenas empezamos a comprender que lo que sucede en en el hogar no se queda en el hogar. Los hijos ferales del caos familiar se lanzar a las calles, tratando frenéticamente de sustituir con políticas de identidad los vínculos primordiales de los que fueron privados. La política de identidad es un lamentable intento de alquimia emocional de parte de las almas desesperadas por establecer vínculos. La política de identidad apunta tácitamente a la reivindicación de las enseñanzas sin ambages del Magisterio sobre el sentido de la vida y lo que es realmente mejor para nosotros.

En cuanto al caos que acosa a la Iglesia, también tiene raíces en la secularización. Se ha vuelto aceptable y común hablar de católicos “conservadores” y católicos “liberales”. Pero las etiquetas políticas engañan. La verdadera división católica en nuestro tiempo es entre las personas que tratan de mantenerse como signos de contradicción del mundo, y las personas que capitulan. Es entre los católicos que quieren que las poderosas tendencias seculares influyan y transformen la Iglesia, y los católicos que se oponen a ello. Es entre las almas que creen que el Catecismo es verdadero, y las almas que quieren editarlo con un bolígrafo rojo, suministrado por un secularismo denunciante. La verdadera división es entre los católicos que quieren que las exigencias temporales superen a la Cruz y los católicos que saben que la Cruz no puede ser superada.

No se trata de triunfalismo religioso. (Me gustaría que pudiéramos disfrutar algo de triunfalismo religioso, pero como dicen los niños, es demasiado pronto.) El punto es que la secularización impone costos en un ámbito tras otro, y los creadores de gustos y modas secularizadas, dentro o fuera de la Iglesia, se niegan a reconocer este hecho. Y por eso corresponde a otros, incluidos los académicos y educadores, llevar a la luz la suma de los costos de esas imposiciones. Su trabajo es vital en este momento por dos razones: en primer lugar, porque el caos de hoy causa múltiples formas de sufrimiento que podrían aliviarse, si fuéramos capaces de entender sus verdaderos orígenes. En segundo lugar, porque el caos de hoy equivale a una prueba inadvertida de que el cristianismo, y judaísmo del que abreva, entienden bien a la humanidad.

Hay una verdad en medio de las confusiones actuales que lleva demasiado tiempo ignorándose. Nuestra cultura secularizadora no es una cultura cualquiera. No, nuestra cultura secularizadora es una cultura inferior. Es pequeña de corazón. Diluye la gravedad del sufrimiento. No considera a las víctimas de sus experimentos sociales como víctimas, sino como daños colaterales aceptables y justificados por esos experimentos.

Este es el secreto impronunciable del secularismo y también es su mayor vulnerabilidad.

Crucifijo. Foto: Alem Sánchez

Esta misión de diluir la gravedad del sufrimiento salta a la vista, por ejemplo, en los esfuerzos por redefinir los horrores de la prostitución como un anodino “trabajo sexual”. Impulsa los intentos de normalizar la pornografía, ignorando los calamitosos costos para los hombres, las mujeres y el romance. Alimenta la presión para cerrar los centros de emergencia para embarazos y las agencias de adopción, indiferente a si los bebés, los niños y la gente pobre los necesitan. Blanquea los datos sobre las tasas de suicidio, los trastornos alimentarios, el abuso de sustancias y otros índices de angustia mental entre la población transgénero; y lo mismo sobre otras demografías en las que reconocer los daños humanos podría poner en peligro las agendas políticas.

De nuevo: el caos desatado en Occidente ha extendido formas agudas de miseria en toda la sociedad. Pero los arquitectos y defensores de un orden social a-cristiano, y cada vez más anticristiano, se hacen la vista gorda. Corresponde a los estudiosos y académicos fieles decir la verdad sobre los costos de la secularización, porque los estudiosos y académicos que forman parte del caos no pueden o no quieren.

Para terminar, una cita más ayuda a resumir la importancia de las misión común de académicos y educadores. El historiador Christopher Dawson abre su ensayo El cristianismo y la cultura occidental con la siguiente frase “La supervivencia de una civilización depende de la continuidad de su tradición educativa.”

Iglesia destruida en Siria.

Aquí es donde entra la Sociedad de Científicos Sociales Católicos y el resto de la comunidad académica y escolar representada aquí por otras sociedades toman relevancia. La academia secularizada ha abdicado de su vocación: Repudia la continuidad. Se burla del patrimonio occidental. Los académicos contra-culturales son la primera línea de defensa en la lucha por aferrarse a la Cruz en medio del caos actual. Esto es cierto no sólo para quienes necesitan ahora su trabajo; sino también para los que han de venir, para aquellos que en el futuro leerán sobre el legado del año 2021. 

Los estudiosos del mañana mirarán hacia atrás anonadados y quizá con lástima, al pensamiento mágico de hoy. Necesitarán hechos, cifras, argumentos y pruebas, especialmente sobre los costos humanos del actual experimento de secularización. Encontrarán esa biblioteca en su trabajo colectivo.

Algún día, una civilización re-evangelizada contemplará el comienzo del siglo XXI, y tratará de tomar la medida de su caos. Aquellas personas del futuro comprenderán, al contrario de muchos de nuestros contemporáneos, que ustedes están diciendo la verdad en el vacío de este tiempo, y dando voz a los que no la tienen en un momento desafiante. Es un honor estar con ustedes hoy, y siempre, en esa misma misión.

Acercamiento del Cristo de San Damián.

Traducción y edición: Andrea Fajardo y Fernando Galindo. Agradecemos la autorización de Mary Eberstadt y The Catholic Thing para traducir y publicar este artículo.


(1) Un estudio del panorama religioso en Estados Unidos reveló que el porcentaje de católicos y evangélicos disminuyó al tiempo que aumentó un nuevo grupo denominado los nones; quienes no pertenecen a ninguna confesión, pero tampoco se consideran ateos o agnósticos. El término nones surge en los años 90, a partir de las encuestas en que se pregunta a qué religión pertenecen, una de la respuesta es “none of the above” (ninguna de las anteriores). 

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